Capítulo 26: Serafín

9 1 10
                                    

Una enorme sala circular cuyo techo se alzaba a más de cien metros de altura, se erguía, soberbia. En la misma bóveda estaba pintada toda la creación de Dios y sus obras por alguien, cuyo talento supo expresar de la manera más pura sus sentimientos hacia su fe en pintura. Se sostenía con paredes doradas y pilares blancos del estilo romano.

En medio de la gran sala, una extraña construcción de madera se hallaba. Era como las raíces de un árbol, solo que cada extremo y curva de la estructura estaba ideada estratégicamente para un propósito: contener algo.

Nacía desde el suelo multicolor brillante del salón, con sus ramificaciones de marrón suave, hasta terminar formando una especie de esfera, sin nada adentro para completarla.

Frente a la construcción estaba Nathaniel lamentándose, enojándose, y frustrándose; sujetando una de las extensiones de madera de cerezo.

Los ojos de Nathaniel eran azulados con sus cruces doradas bien remarcadas, era un bélico en toda su expresión. Desde sus largos cabellos rubios sujetos por una liga de cabello, hasta su blanca toga.

— Nunca dejas de contemplar nuestro fracaso más grande, ¿verdad? —preguntó alguien de voz potente y entonación estricta.

Era Caliel, otro bélico serafín. Vestían todos exactamente igual, hasta sus cabelleras eran idénticas, sino fuese por sus rasgos estéticos nadie sabría quién es quién.

La cara de Caliel expresaba lo mismo que su voz. Su nariz ancha, labios gruesos, ojos rasgados con el ceño siempre remarcado con sus gruesas cejas. A comparación, Nathaniel era alguien de apariencia menos ruda con sus finas cejas, nariz pequeña y respingada, con finos labios.

— Eso es porque no puedo parar de pensar en la posibilidad de que profanen nuestra única fuente de divinidad —contestó con amargura.

— ¿Sigues con eso?, la Lux Alliance está en manos de los maquiavélicos desde hace más de tres mil años. Me es indistinto saber quién la posea, después de todo la divinidad de los serafines jamás cayó en todos estos años, al igual que los bélicos —comentó con tranquilidad.

— Es increíble que tú estés tan tranquilo Caliel. Una guerra está por estallar delante de nuestras narices, muchos bélicos y humanos morirán, pero ninguno de ustedes se digna a hacer algo —objetó con rabia.

— Nadie puede robar algo ya robado. Además, ya te lo dijeron Nathaniel, no podemos hacer absolutamente nada porque no es nuestro deber interferir —refutó Caliel, posando su mano sobre el hombro de su compañero—. Somos simples mortales, elegidos por Dios para cumplir determinadas tareas con los benditos dones que nos ha otorgado.

— No todo deber está escrito, a veces se debe actuar sin vacilar. En el principio nada estaba escrito. No pretendo desobedecer, pero tampoco miraré sin hacer algo —advirtió con una provocadora mirada.

— ¿Me amenazas?, mi querido amigo, solo tienes veinte años, te faltan cien para intentar provocarle un escalofrío a este viejo cuarentón. Limítate a aprender observando, no ganaras nada más que fracaso actuando sin profundizar antes de actuar —dijo con vanidad, si bien sonriendo amablemente.

Quitando la mano de Caliel, le dio la espalda enfadado. Nadie entendía a Nathaniel, él no tenía malas intenciones, mucho menos era alguien de actitud violenta o malhumorada; pero con las alarmantes circunstancias actuales, quería prevenir un derramamiento importante de sangre que podía evitarse. Después de todo, había sido ese el motivo por el que había aceptado ser un bélico serafín y por el que fue escogido, por sus osados ideales serviciales de benevolencia.

HORIZONTE FINALDonde viven las historias. Descúbrelo ahora