Capítulo 31: La Nueva Sodoma

8 1 0
                                    

Fue una guerra insólita. Los serafines, seres de inconmensurable poder, habían sido de alguna forma aplacados ante la horda de demonios. Cuatro ilustres bélicos, contra cuatro demonios y cientos de monstruos, una hazaña difícil de lograr, pero cumplida a medias, puesto que la guerra terminó con grandes pérdidas para ambos bandos.

Tormentas azotaron el campo de batalla lleno de cadáveres incinerados, aplacando la árida tierra como si el mundo sufriera por ver tantas desgracias.

Hundiendo las suelas de sus botas de cuero en el lodoso suelo, un hombre de cabello largo hasta su cintura -del color más negro que una sombra al anochecer-, caminaba en el tétrico lugar, pisando los cuerpos de animales, niños y mujeres como si no fueran nada.

Levantó la cabeza, dejando que la lluvia mojara su rostro. Sus pupilas eran del rojo más sanguinario, triste, que el de cualquier simple repudiado. Algo a remarcar eran los irises que poseía, demostrando el ser maligno y lleno de odio que era: siendo aquel quien se opuso a Dios, tenían el símbolo de una cruz invertida.

— Al parecer mis doce han caído completamente, junto a todo el ejército que les proporcioné. Sin embargo, han dejado una hermosa tierra libre de serafines y con más soldados uniéndose a mis filas —formuló, hablando en soledad—. Aquí comienza mi nuevo pueblo, mis primeras tierras donde sembraré aquello que siempre codicié desde los inicios de mi existencia.

Vestía ropajes negros, y a los costados de su cabeza poseía dos cuernos blancos. Su rosto era como lo describían, el ángel caído de oscuro corazón.

Lucien cortó las venas de su muñeca izquierda usando sus negras uñas. Dejando caer sangre al suelo, murmuró: "Pandemónium", como recitando un malvado hechizo con palabras que no pertenecían a ninguna lengua humana.

Las gotas de tormenta dejaron su transparente pureza, volviéndose escarlata, tiñendo tanto la tierra como los océanos del mismo color, las rocas tomaron formas de aparentes hígados púrpuras; estructuras se transformaron en vísceras: los edificios eran intestinos, grandes partes del lugar eran gigantes trozos de carne, bombeantes de sangre, envueltos en venas rojas y azules. Aquella ciudad pasó a ser la "Capital De Los Malditos", ya no era más el centro de Argentina, como también el país pasó a ser llamado la "Nueva Sodoma".

Horribles calamidades se formaron. Sin conciencia o sentimiento se levantaron, siéndole leales al ser más malévolo, ruin, y despiadado que existe. El mal encarnado gobernó esa tierra tomada, contaminándola con sus inmundicias.

Repudiados de todas partes del país, al conocer la noticia de que aquel mal estaba expandiéndose a toda marcha como un virus, armaron sus revueltas formándose en grupos numerosos en distintos sectores provinciales del país, como habían hecho en Mendoza.

En solo un mes, todo el norte del país ya era tierra maldita, mientras que solo restaba el sur. Era cuestión de tiempo para que todo territorio nacional fuera robado.

~ ~ ~ ~

Antes de que la perversidad germinara, Nathaniel el serafín –el único superviviente reconocido de la guerra-, logró volver a casa.

Herido de gravedad, se arrastró en soledad, desangrándose sobre el suelo multicolor que ya no brillaba, del silencioso gran salón de los serafines. Se posó sobre un gran cofre de oro frente al gran árbol chamuscado, donde rozó con sus dedos manchados de sangre.

— Todos los sueños y esperanzas se resguardan, Caliel. La nueva Lux Alliance será forjada con éxito —susurró, apretando la palma de su mano en la caja.

Antes de la guerra, antes del apocalipsis, antes de que todo mal fuera desencadenado, los serafines en vista del incendio en su salón y la profanación de la Lux Alliance, tomaron el Arca de la Alianza.

Jeliel todo el tiempo supo que, sin su bendita fuente, el resultado sería muy parejo. Por ello, antes de que los cuatro partieran a la batalla, tomaron aquel objeto sagrado como nuevo contenedor. Usando sus energías, su fe y esperanza, almacenaron el milagro.

Una breve luz dorada destelló sobre los costados de la caja, en señal de que había comenzado a crear aquel nuevo sol que les daría luz para combatir las tinieblas.

Esta prioridad les causó los percances acaecidos durante la batalla: no llegar a tiempo, antes que comenzara el ataque; y agotar sus energías antes de luchar para forjar la nueva Lux Alliance fue lo que causó la derrota temporal.

Cinco años transcurrieron desde entonces:

El avance constante de los maltrechos llegó a conquistar toda América del Sur y Centroamérica. Ya no existían banderas o fronteras, tampoco líderes políticos, todas eran tierras gobernadas por la maldad.

La esperanza de vida era de cero, el índice de mortalidad estaba por las nubes, y la natalidad era causada para fines de alimentación o para convertir a los nacidos en repudiados para el ejército maldito del demonio Lucien.

Casi todos los humanos estaban dentro de jaulas, desnudos; o atados en corrales como animales de granja, con los fines reproductivos antes mencionados. Inyectados por drogas, y alimentados excesivamente con comida para aquellos que solo eran ganado.

Las pequeñas porciones de humanos libres eran marginales, viviendo escondidos, con miedo, entre cadáveres o basura, intentando llegar al día sin ser asesinados.

América del Norte era constantemente atacada, pero se hallaba bien resguardada, alzándose cada día contra los demonios usando armas de todo tipo, excepto la droga experimental, pues algo había ocurrido y ya no estaba en su poder.

Aquellos lugares seguros del continente americano eran Canadá y Estados Unidos. Sumándole que ambos países eran respaldados por sus Estados aliados.

Aquellos ajenos al continente estaban exentos del peligro efímero, además de que poco les importaba el hecho, solo cooperaban acorde a sus tratados internacionales, los cuales los instaban a ayudar militarmente a aquellos países amigos.

Tanto caos en los cinco transcurridos años provocó que los aromas maléficos llegaran hasta la cima del Monte Everest, donde una persona encapuchada meditaba sentada con las piernas entrecruzadas, sin mucho abrigo, solo con una túnica negra. Él sostenía en sus manos una llama de fuego negro.

"Han pasado dos días desde que estoy meditando aquí sin comer o beber, manteniendo inquebrantablemente mi fuego, creo que es suficiente entrenamiento", formuló en sus pensamientos el hombre, levantándose.

— Llego la hora de quemar la perversidad de este mundo...

Contemplando el horizonte, su ojo izquierdo emano oscuridad, y del derecho emitió luz.

HORIZONTE FINALDonde viven las historias. Descúbrelo ahora