Debí dejarla morir. No debí salvarle la vida. Debí evitar que la súplica de sus ojos me afectara, que el sonido del líquido aumentando en sus pulmones- y que sonaba en su voz-, me perturbara. Debí haber cumplido mi tarea como hace milenios sin prestarle atención a su piel que se volvía cada vez más cenicienta, mientras la vida se escapaba de su cuerpo. Sin embargo, sí me afectó. No cumplí con lo que debía hacer y ahora estoy pagando el precio; pero eso no quiere decir que me arrepienta.
Por si no se dieron cuentas aún, soy la muerte. Soy tan antiguo como el mundo, el hijo del padre tiempo y la madre destino. Mi hermana melliza, para mi desgracia, es la vida. Somos totalmente opuestos, tanto que nadie diría que somos hermanos jamás, salvo por el pelo. Pero en fin, el tema es que por no cumplir mi tarea como debía, ahora estoy frente a mis padres y mi hermana, y a punto de ser castigado.
Seguro se preguntan ¿cómo fue que llegue a esto? Bueno, déjenme que les cuente desde el principio. Esto empezó aproximadamente hace un mes. Yo estaba en Argentina, en la ciudad de La Plata más precisamente. Eran las dos de la tarde de un día fresco, (apenas había empezado octubre). Me encontraba en la esquina del Cine 8 observando el panorama e ignorando a las mujeres que se me quedaban mirando e intentaban llamar mi atención. Si bien soy la muerte, no soy feo. Háganme un enorme favor y olvídense del esqueleto caminante, de la túnica negra, la guadaña en la mano y el toque que mata. Eso no podría ser más alejado de la realidad. Soy alto, sí, mido casi dos metros, tengo el cuerpo musculoso, como solo se puede tener cuando se llevan siglos entrenándose de manera permanente. Tengo el pelo liso, largo de frente y corto de atrás, en un color chocolate con mechas que van desde el negro azabache casi azul, pasando por el cobrizo y terminando en el rubio trigo, que enriquece el color principal. Mi piel es blanca (pero solo porque no me gusta mucho broncearme), aunque no lo suficiente como para estar muerto.
Tengo heterocromía, en mi caso un ojo verde y otro azul. Para la mayoría es solo algo de sus genes, pero para mí tienen su funcionalidad. Con el verde veo el mundo terrenal, los objetos, las personas, los lugares, etc., y con el azul veo el mundo espiritual, las almas, las auras, vida flotando en la tierra, etc. Tengo la barbilla marcada y la nariz fina, los labios intermedios de tonalidad rojiza que resaltan con mi tono de piel, y los pómulos marcados.
Si bien les pedí que se olvidaran de la túnica negra, suelo vestir de ese color: chaquetas de cuero, vaqueros, botas, zapatos, camisas, buzos, todo negro. Podría pasar con toda tranquilidad por un rocker, porque suelo llevar accesorios como cadenas, tachas o cosas por el estilo, pero trato de pasar desapercibido en el mundo humano. Los colores van más con mi hermana, no conmigo.
En fin, mientras esperaba que los sucesos se produjeran según lo que mi libro expresaba, empecé a pensar, como siempre lo hacía, en el vacío de mi existencia. Para sacarlos de dudas, "mi libro" es un cuaderno negro aparentemente normal y fino cuando está cerrado, pero cuando está abierto, pueden ver que sus páginas no tienen fin y los nombres de los que debo llevarme aparecen uno debajo del otro. No me aparece ni su vida, ni lo que hizo o dejó de hacer: sólo el cómo muere (la forma, no el cómo), la hora en que pasará y el lugar. Volviendo a lo que estaba diciendo, mientras esperaba empecé a divagar como se me estaba haciendo costumbre en los últimos siglos. Me sentía vacío y no entendía por qué. Siempre veía a las personas felices con la vida, personas casadas, jóvenes con sus amigos o con sus parejas. Lo que fuera que producía ese vacío se ocultaba de mi vista, no se dejaba alcanzar por mi mente y me sentía terriblemente frustrado.
Y entonces la vi. Una hermosa joven con el pelo corto en capas de un tono rubio casi plata, unos ojos avellana profundos con reflejos y motitas de colores verdes y dorados que enriquecían el color principal. Sus labios eran de un tono rosado oscuro que contrastaban con su piel suave y ligeramente bronceada. Su cuerpo era delgado pero curvilíneo en donde debía serlo. Enfundada en un short de algodón negro y una camiseta sin mangas de color rojo, pedaleaba con sus zapatillas-botita blancas con rojo, en su bicicleta avanzando por la avenida tranquilamente. No podía apartar mi mirada de su persona.
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Debí Dejarla Morir...
RomanceEl mundo convive en un perfecto equilibrio: nacemos, crecemos, vivimos la vida q está bordada para nosotros y luego la muerte viene a buscarnos... Pero, ¿qué pasaría si, de pronto, la muerte decidiera no cumplir con su trabajo como corresponde? ¿Se...