*Capítulo 16 (especial 3/3)

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Cuando la lengua de Alana hizo contacto con la sensible piel de mi erección, casi salto de la cama, casi me corro como un adolescente sin experiencia. Su boca era cálida, húmeda, su lengua parecía estar viva mientras se deslizaba por la punta y el tallo de mi miembro. Su boca me succionaba como una bomba. La intensidad me llevaba cada vez más cerca del orgasmo. Cada tanto me sacaba de la caverna entre sus labios y me masajeaba con las manos, mientras me lamía como un helado, o deslizaba sus labios por mi longitud. No quería mirar porque sabía que, la vista de Alana haciendo eso, me mataría, iba a causar que me corriera en su boca y no quería, todavía no.

Se notaba que no podía tragarme entero, sentía que sus labios se cerraban a unos cuantos centímetros de la base. De todas maneras no me importaba, sentir su boca, aunque solo hubiera sido en la punta, valía la pena y me afectaba de todas formas.

-Alana, por favor frená. No quiero correrme todavía y si seguís, eso es justamente lo que va a pasar.

-Pero yo quiero que lo hagas, quiero sentir tu sabor. Permitime hacerlo.

-Después, te lo prometo. Pero ahora quiero sentirte. Te aseguro que te dejaré probarme como me pedís pero antes quiero estar dentro tuyo.

Sus ojos se iluminaron como focos ante esta promesa. Me dio un último beso en la punta, que me hizo estremecer, antes de soltarme. Me senté tambaleándome, un poco borracho por la excitación, y la agarré atrayéndola hacia mí para besarla. Mi lengua bailó con la de ella, recorriendo cada centímetro de su boca. Era dulce y salada, me estaba probando a mí mismo en su boca. Mis manos recorrieron su cuerpo, acariciando y disfrutando de la suavidad de su piel. Era acariciar seda con las manos.

-¿Estás fértil y prefieres que use un preservativo?

Como soy la muerte no tengo ni transmito enfermedades, pero como nunca lo comprobé, no sé si puedo o no concebir. Para no arriesgarme estaba dispuesto a usar un anticonceptivo humano si era necesario.

-Tomo anticonceptivos, así que no tenés nada de qué preocuparte. Piel con piel es mucho mejor.

Sonrió seductora y ya no soporté más. La alcé, acomodé la punta de mi erección en su entrada húmeda y caliente, y ella descendió clavándose en mí, hasta que la noté contra la parte superior de mis muslos. Estaba ensartado en ella hasta la empuñadura. Lo que no había podido hacer con la boca, lo estaba haciendo ahora con su cuerpo. Me estaba tomando entero y, la presión que ejercían sus músculos sobre mí, me provocó que casi me corriera por tercera vez. Tenía que controlarme antes de que hiciera el ridículo.

La sostuve en el lugar mientras ella se amoldaba a mí y se acostumbraba a mi tamaño, y mientras tanto, yo hacía un esfuerzo titánico para controlarme y relajarme lo suficiente como para no correrme apenas se moviera un milímetro. Pasamos así uno o dos minutos hasta que me sentí lo suficientemente tranquilo. La miré.

-¿Estás bien?

-Sí, no te preocupes.

Su sonrisa me tranquilizó mientras me relajaba. Había tenido miedo de lastimarla, era muy apretada. No me perdonaría nunca si salía herida. Le pasé las manos por la espalda hasta la cadera y le rodeé las nalgas con las manos, en una caricia lenta y larga destinada a relajarla. Alana cerró los ojos y suspiró, al parecer estaba bien. Decidí que era momento de movernos.

-Voy a moverme ahora y si te duele o algo quiero que me lo digas ¿sí?

-Sí, no te preocupes.

Me besó y, con ayuda de mis manos, se levantó con lentitud y descendió sobre mí, hasta hundirme en ella lo más profundo posible, nuevamente. Era la gloria. La sentía tan suave y aterciopelada, que me daban ganas de gritar y golpearme el pecho a lo King Kong. El ritmo fue aumentando, la intensidad incrementaba la fricción, y eso, a su vez, subía el nivel de la excitación y ansias de los dos. Éramos dos hogueras, dos ramas frotándose entre sí para formar fuego. Echábamos chispas.

Debí Dejarla Morir...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora