*Capítulo 2

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No dormí en toda la noche. Rondando y dando vueltas una y otra vez alrededor de Alana como un tigre enjaulado, mi mente divagaba cíclicamente junto a la sensación que me produjeron sus labios, junto a la electricidad que recorrió mi cuerpo cuando mis dedos rozaron su cremosa piel. Ese retorcijón que sentí por dentro cuando vi el estado en el que la había dejado el choque. No podía explicármelo. Simplemente no tenía ningún sentido para mí.

Estaba tan sumergido en mi telaraña psicológica, que casi no noté el despertar de Alana. Fue al principio, sólo una leve sacudida, luego una irregularidad en la respiración y por último un parpadeo perezoso que me mostró ese brillo camaleónico que tanto anhelaba ver. Como una exhalación me acerqué a ella (aún desde el mundo espiritual) para poder ver con mis propios ojos que estuviera despierta. Sus padres no estaban. El médico les había recomendado que fueran a su casa para descansar un poco, que volvieran más tarde, agregando que les avisarían en caso de que hubiera algún cambio.

No podía estar más satisfecho, puesto que esto me permitía materializarme y presentarme ante ella. Y eso fue exactamente lo que hice. Fui hasta la puerta, la abrí, y materializándome en el mundo terrenal tras la puerta, entré a la habitación. Su mirada se llenó de una mezcla de emociones, algunas desconocidas para mí, pero que luego averiguaría qué significaban. Sin embargo, dos extrañas y nuevas sensaciones sobresalían sobre las demás: incertidumbre y curiosidad. Realmente me sorprendió no ver el miedo reflejado en sus ojos, pero al mismo tiempo, me produjo un inmenso placer que, hasta ese momento, había sido desconocido para mí.

Lentamente me acerqué a ella, actuando con cautela para no asustarla. El silencio era denso y la tensión, a la espera de que algo rompiera el hielo, era casi palpable en el aire. Por fin, mi cerebro reconectó con mi boca y una sola frase, de lo más patética, brotó de mis labios.

-Estás despierta ya, me alegro.

El extraño brillo volvió a refulgir en su mirada y se incorporó ligeramente como si quisiera mirarme mejor. Sus radiantes ojos me repasaron entero. Me sometí a su escrutinio, pues no quería que se encerrara en sí misma, se alejara o me temiera. Eso era lo último que necesitaba en ese momento. Lo que quería era volver a tocarla, no tener que alejarme. Su voz flotó como música dulce en el aire.

-¿Quién sos?

-Mi nombre es Brian. Fui el que llamó a la ambulancia cuando te atropellaron.

-Aaaah... Lo lamento, pero no te recuerdo.

-Es lógico, tuviste un serio accidente.

-¿Qué tan mal estoy?

Me senté en un lateral de su cama y le tomé la mano que no tenía yeso entre las mías. Me encontraba incapaz de mantenerme alejado y sin el contacto de su piel por más tiempo. En cuanto lo hice, ella se estremeció y el color tiñó sus mejillas de rosa. Esa electricidad que había recorrido mi cuerpo al besarla antes, volvió con fuerza ante este roce dejándome helado, pero me recompuse tan rápido como pude para que no lo notara.

-Tenés una contusión, un brazo y una pierna rotos, moretones y golpes en todo el cuerpo, y el manubrio de tu bicicleta te atravesó el estómago, pero ya está curándose.

Su cara de horror me hizo sentir un nudo en el vientre pero traté de mantenerme tranquilo, para que no lo notara. Mientras, le retiraba una lágrima del pómulo con el roce ligero de los nudillos.

-Debí haber muerto ¿no es así?

-No vas a morir, estás estable ya, y solo tenés que curarte.

Las lágrimas resbalando por su rostro silenciosamente eran una imagen dolorosa, tanto, que produjo un nuevo retorcijón dentro mío. Quería desesperadamente borrarle ese dolor, ese miedo. Sin embargo no sabía cómo. Jamás había hecho algo así y no sabía consolar a alguien. Empecé a buscar algún recuerdo de lo que había visto en toda mi larga existencia, algo que me ayudara en esta situación. Uno vino a mí, tan simple y claro que no lograba entender cómo no se me había ocurrido. Antes de darme cuenta de lo que hacía, ya la estaba abrazando con cuidado y ella me devolvía el abrazo hundiendo su rostro en mi pecho.

Debí Dejarla Morir...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora