*Capítulo 8

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 A eso de las seis de la mañana, Pruns se presentó en mi habitación. Yo estaba tendido en la cama pensando en qué hacer con mi problema, cuando una nube negra se formó y de ella salió él y se arrodilló frente a mí.

-Mi señor, perdón por mi intromisión pero traigo noticias desde el otro lado.

-¿Qué pasó?

Pruns se levantó y me miró con solemnidad mientras yo me sentaba en la cama para mantener un poco de autoridad a pesar de estar, en ese momento, sólo con un bóxer negro ajustado y una erección causada por el constante pensamiento en Alana. Por suerte las siguientes palabras de Pruns provocaron que mi cuerpo se tensara en otro sentido y mi erección se relajara hasta quedar flácida.

-La líder de los sirvientes de su hermana notó la falencia de un suspiro.

-¿Ya se lo informó a mi hermana?

-No, todavía no, vino a hablar conmigo primero. Le dije que habíamos tenido problemas y que usted se la daría luego a su hermana.

-¿Y te creyó?

-No pareció muy convencida, pero aceptó mi palabra.

Me paré y empecé a caminar por la pieza, sumido en mis cavilaciones, hablando más para mí mismo que para Pruns.

-Si tardo demasiado, Laya le va a decir a mi hermana, y ella va a venir a buscarme pidiendo una explicación que, obviamente, no tengo. Tengo que terminar con esto, pero el día de los muertos es mañana y dije que me la llevaría después de la fiesta.

Mientras deambulaba, Pruns me observaba en silencio esperando órdenes. Cuando llegué a su altura, frené y lo miré.

-Quiero que mantengas a mi hermana y sus sirvientes lo suficientemente ocupadas hasta mañana por la noche ¿sí? No me importa cómo, siempre y cuando las mantengas alejadas de mí y de esto, hasta las doce de la noche de mañana. Cuando el día de los muertos pase – me di media vuelta y me quedé mirando amanecer – me llevaré el suspiro de Alana y se lo entregaré a mi hermana.

-Muy bien señor, lo que usted ordene.

Pruns desapareció tal y como había llegado, y yo permanecí observando el amanecer. Era hermoso. Una paleta de colores exuberantes entremezclados entre sí para formar una imagen espectacular. Mientras lo observaba, las horas pasaron. No moví ni un músculo de mi cuerpo. Los minutos resbalaban por mi piel como gotas de agua, mientras mi mente divagaba en pensamientos y preguntas sin respuesta. ¿Qué me pasaba? ¿Qué era lo que sentía? O todavía más importante ¿qué demonios hacía yo sintiendo algo como si fuera un humano?

Pasando la mano entre los mechones de mi pelo llegué a la conclusión de que, después de tantos años de hacer esto, había perdido el juicio. No había otra explicación posible. ¿Qué hacía la muerte deseando algo? Y no un objeto material precisamente; eso sería más aceptable. No. Lo que deseaba era a alguien, y no "cualquier alguien", deseaba a una humana, a la que tenía que matar, a nadie más.

Mientras me desesperaba en silencio sentí el suspiro de Alana moverse. Miré la hora y vi que eran las diez de la mañana. Había estado cuatro horas mirando la nada mientras pensaba. Era momento de ponerse en marcha. Me metí en el vestidor, me puse un vaquero, una camiseta, un par de zapatillas y salí de mi pieza. No necesitaba ducharme porque ya me había duchado cuatro veces durante la noche tratando de relajar mi cuerpo; lo cual, por supuesto, no me ayudó en nada, pero cuando pasé por la pieza de Alana y la escuché ducharse aceleré el paso antes de que las imágenes suyas en la ducha, afloraran en mi mente y necesitara una quinta ducha.

Cuando llegué al comedor, la mesa estaba lista con el desayuno: café recién hecho, té, hot cakes con distintos agregados, huevos revueltos a la Robin Hood, salsa holandesa licuada, migas con huevo, chilaquiles verdes y con pollo, huevos rancheros y atole de guayaba con tamales dulces. Un desayuno digno de reyes. Todo tenía un aspecto increíble. Tenía que felicitar a Rosé y a Lirol por semejante agasajo a nuestros invitados.

Debí Dejarla Morir...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora