Con mi hermana ya fuera de escena me pude relajar, aunque sea un poco. Había hecho un caos en los escasos treinta minutos que había estado acá, como siempre. A donde va, causa desastres. En fin, Alana y yo nos quedamos pensativos. Parecía que las palabras de Vida le habían calado profundo. Estaba ensimismada en lo que había pasado y eso no podía augurar nada bueno. Todo mi esfuerzo por evitar más sufrimiento había sido destruido en ese escaso lapso de tiempo. Era una injusticia.
Sin embargo, no sirve llorar sobre la leche derramada, tenía que ponerme práctico y manejar esto lo mejor que pudiera. Tal vez tenía suerte y lograba parar esto antes de que el daño fuera irreparable.
Mientras meditaba, los ojos de Alana se alzaron y se clavaron en mí. Parecía analizarme, mirarme con una luz diferente. Si quería terminar con esto tenía que hacerlo ahora pero el problema era cómo hacerlo. Herirla no era opción, ya había visto y sentido los efectos devastadores de eso. Tenía que existir otra alternativa.
En ese momento ella se paró, se secó las piernas y los pies, y caminó con lentitud hacia mí. Cuando llegó a mi altura, me agarró de la solapa del traje y me acercó de un tirón hacia ella.
- No sé si lo que dijo tu hermana es verdad o no. Tampoco sé si estoy cuerda o me volví totalmente loca. Pero lo más curioso es que eso no me importa en lo más mínimo. Todo lo que sé es que no sé qué va a pasar mañana, pasado o en un futuro distante o cercano, pero estamos en el ahora y quiero lo que tengo en mente.
Y dicho eso me besó. Profundo, lento, con pericia casi experta. Sus manos subieron a mi cuello y me atrajo todo lo que pudo hacia ella. Antes de poder reaccionar, mi cuerpo volvió a tomar el control por mí y me encontré respondiendo con pasión idéntica en ardor a la suya.
Mis manos la apresaron contra mi cuerpo y recorrieron cada curva del suyo, acariciando con lentitud cada centímetro de ella. Me sorprendió notar que, a pesar de que sabía que estaba mal esto, quería con ansia ardorosa, continuar. La alcé, haciendo que pusiera sus piernas alrededor de mi cintura y empecé a caminar hacia las escaleras, a mi pieza. Cuando llegué, por poco pateo la puerta para entrar. Una vez dentro, puse a Alana contra la pared y la presioné ahí, reteniéndola en el aire, mientras que me dedicaba a explorar con las manos bajo su vestido y, con la boca, por su cuello y parte del pecho.
Bajé mi boca lentamente por su cuello, acariciando con la lengua y los labios la sensible piel de esa zona. Podía sentirla estremecerse bajo mi contacto. Llegué a la clavícula y chupé y mordisqueé con mimo ese lugar, causando que un escalofrío recorriera su cuerpo. Era como arcilla en mis manos, se deshacía a mi contacto y se calentaba, allí donde acariciaba.
Pasé la punta de la nariz, solo rozando la curva rellena de la parte superior de sus pechos que asomaban por el escote. Lentamente le bajé un poco el hombro del vestido y planté una hilera de besos suaves por su delicada piel a medida que iba quedando al descubierto.
Como la estaba sosteniendo con la cadera, con la otra mano empecé a acariciarle con delicadeza el pezón por encima de la tela del vestido. Su gemido avivó mi deseo y la acaricié con más intensidad. Ella se retorcía entre gemidos de placer mientras se frotaba contra mi erección, ya dura como una piedra.
Alcé un poco más la mano bajo el vestido, y alcancé su centro. Casi me corro como un adolescente prematuro, estaba tan húmeda que la bombacha estaba empapada y mis dedos quedaron mojados también. Espoliado por la necesidad ciega de tenerla, la levanté y la dejé sobre la cama arrodillada sin dejar de besarla. Le saqué el vestido por la cabeza y volví a besarla. No podía parar. Ya no había marcha atrás.
Alana estaba tan excitada como yo, me besaba como si fuera el aire que necesitaba para respirar y sus manos se movían frenéticas por mi cuerpo. Empezó a tirar de mi saco para sacármelo. Lo tiré al piso y la acosté a ella. Sosteniéndole las manos para que se quedara quieta, no podía dejar que siguiera tocándome porque iba a explotar antes de poder probar su interior, la besé con más calma hasta que los besos se hicieron pausados y profundos. Cuando ya estábamos más calmados, la miré y le acaricié la cara con los dedos. Tenía que decirle la verdad, aunque fuera solo una parte de ella.
- Alana, antes de que sigamos necesito que sepas algo.
- ¿Qué es? – me volvió a besar con dulzura.
- Yo... esto va a ser un poco... vergonzoso pero... - estaba nervioso por cómo lo iba a tomar y las palabras no me atravesaban el nudo de la garganta – la cosa es esta, no soy virgen pero... no hice esto muchas veces en mi vida. Digamos que estuve demasiado ocupado como para concentrarme en otra cosa que no fuera mi trabajo y nadie me había atraído antes lo suficiente como para hacer el esfuerzo para encontrar el momento de que pasara. ¿Entendés lo que quiero decirte?
- Sí, te entiendo y, si soy sincera, estoy en la misma situación que vos; pero quiero esto, no lo había querido nunca antes tanto como lo quiero ahora y, si bien no soy una experta, me guío por instinto. Hacelo vos también, dejémonos llevar y veamos qué sale. ¿Te parece?
La besé con profundidad a modo de respuesta, y se nota que lo entendió porque volvió a la acción. Recordando cómo se había estremecido cuando jugué con su pecho y, guiado por las ganas de saborear el resto de su piel, empecé a bajar nuevamente y me concentré con la boca en sus pechos. Torturé sus pezones con la lengua causando que se endurecieran y ella se arqueara y gimiera desesperada por más.
Cuando sentí que ya era suficiente, me deslicé hacia abajo, besando mi camino a través de su abdomen. Llegué a su cadera y le mordisqueé el costado, recordando cómo había reaccionado cuando lo había hecho en su clavícula. Volvió a surtir el mismo efecto. Como ya le había soltado las manos, sus dedos estaban hundidos en mi pelo y me empujaban suavemente más hacia abajo. Siguiendo su pedido, bajé hasta su entrepierna y la acaricié sobre la tela con los labios. Su perfume de excitación era exquisito.
Le bajé lentamente la bombacha por las piernas y la lancé lejos. Por fin estaba desnuda ante mis ojos. Era simplemente perfecta. Un lujo para la vista. Me quedé contemplándola. Los rizos íntimos eran de un rubio claro, pero no tanto como su pelo. Se notaba que no se exponía a menudo, de lo contrario sería como el pelo de su cabeza. Atraído por el brillo de humedad que asomaba entre los labios de su sexo, acerqué la boca y le procuré un beso en el monte de venus. Y otro más abajo, y después otro, y así hasta que terminé literalmente lamiéndola como si fuera un helado, dándole lenguetazos largos y perezosos, haciéndola estremecer como gelatina.
Alana gemía y me apretaba contra ella, no quería que me alejara y me lo demostraba. Separó más las piernas y me acomodé para tener mejor acceso a ella. Su sabor era exquisito, miel dulce, adictiva. Suave y cremosa. Quería más y debía tener más. No podía parar. Mi lengua la hacía retorcerse y contorsionarse. Mientras mi boca torturaba su clítoris, mis dedos se hundían en ella hasta el nudillo. Ver cómo su cuerpo engullía las falanges de mis dedos una a una, me estaba provocando un cortocircuito en el cerebro. Se me estaba sobrecargando.
Sus jadeos aumentaron de velocidad, se volvieron superficiales, erráticos. Se contorsionaba bajo mi boca así que, para que se quedara quieta, metí las manos bajo su trasero, subiéndolas sobre sus piernas, y la inmovilicé. Me apretaba cada vez con más fuerza. Cuando empezó a gemir agarró la almohada y se tapó la cara. Fue una buena idea porque, queriendo que disfrutara todo lo que pudiera, arremetí con intensidad. Mi lengua se retorcía y pasaba una y otra vez por los bordes y sobre su clítoris. La intensidad la hizo gemir descontrolada (menos mal que se había tapado la cara). Aunque, pensándolo bien, hubiera disfrutado de escucharla, era muy excitante la idea de que gimiera a todo pulmón.
Su cuerpo empezó a temblar mientras seguía retorciéndose, incapaz de mantenerse quieta. La sensación de poder que tenía en ese momento no la había experimentado nunca en todos mis años en este plano. Alana estaba tan mojada que chorreaba, empapada de su propia excitación.
La mordisqueé con cuidado, atrapando su clítoris entre los labios y tirando de él con cuidado. Eso fue todo lo que necesité. Al instante, Alana se corrió arqueando la espalda alzándose del colchón y mordiendo la almohada, para amortiguar su grito.
Empecé a limpiarla con la lengua mientras iba relajándose, dejando el cuerpo lánguido sobre la cama. Estaba preciosa, su pecho subía y bajaba, disminuyendo la velocidad con cada respiración. Le besé la cara interna del muslo y se estremeció.
- Para ser alguien que no tiene mucha experiencia eso fue... wow, porque no se me ocurre otra cosa que lo describa.
- Me alegro que te guste, porque todavía no terminamos.
- Ya sé, yo no terminé con vos.
Y dicho eso se levantó, me agarró por los hombros y me tiró contra la cama quedándose encima de mí. Esta nueva visión era igual de excitante que la anterior de ella sobre la cama. Ahora la veía desde abajo, la curva rellena de sus pechos, su estómago plano, sus muslos al alcance de mis manos. Empecé a pasear las manos por sus piernas, dibujando círculos lentamente con los dedos. Era tan exquisita, tan suave.
Sentada sobre mis piernas, se inclinó y empezó su jugada. Sus labios se posaron sobre mi cuello y fue depositando besos lentamente. Sus manos se dirigieron a los botones de mi camisa. Bajó por mi hombro mientras el primero era desprendido. Volvió a mi pecho resiguiendo la línea de mi clavícula. Mi respiración aumentaba lentamente, a medida que sus labios tocaban mi piel. Otro botón desapareció, y después otro más. Lentamente su boca bajaba por mi cuerpo, formando una línea que se dirigía hacia mis pantalones.
Cuando ya estaban todos sueltos, me abrió la camisa y paseó las manos por mi pecho desnudo. Se sentían muy suaves contra mis músculos. Estaba tenso, pero no por nervios como lo había estado antes, sino por excitación y expectación. Tenía cada fibra muscular contraída, firmes como una piedra.
El toque de sus dedos era como plumas sobre mí, como una tira de seda o satén acariciando mi cuerpo. Cerré los ojos disfrutando de la sensación, era maravillosa. Cuando volvió a posar sus labios en mí, me estremecí, estaba volando y siendo acariciado por las nubes. Empezó a bajar otra vez, haciendo un camino de besos. Bajó por mi cuello, pasando por medio, entre mis clavículas, hacia el pectoral derecho. Lo mordió suavemente y me chupó enloqueciéndome. Estaba imitando lo que yo le había hecho a ella.
Rodeó la aureola de mi pezón con la lengua y se deslizó hacia el otro, dejando una franja húmeda, interrumpida solo por unos besos dejados por el camino. Cuando llegó al otro, imitó lo que había hecho con el primero. Mi cerebro se hundía en los instintos más primitivos, alejando la parte racional, la idea fija del "MÁS" clavada en mi lóbulo frontal.
Siguió bajando, su aliento pasó por mí abdomen. Estaba tenso como un cable de acero y eso causaba que mis abdominales se marcaran como los cuadros de una barra de chocolate. Alana pasó lentamente la lengua por las líneas hundidas que se marcaban como zanjas. Quería arquearme, acercarme a su boca, y que siguiera bajando, pero me obligué a relajarme y mantenerme en mi lugar. Mis manos siguiendo con su caricia lenta y sensual sobre sus piernas. Cuanto más se acercaba a mis pantalones más nervioso y ansioso me sentía a la vez. La idea de su boca en esa parte de mi anatomía me volvía loco, quería sentirla ya, y a la vez no quería. Temía lo que podría pasar una vez que su calor rodeara mi erección dura como un mástil.
En el confinamiento de mis pantalones y mis bóxers, esa parte de mí, la más despierta de todo mi cuerpo ya que estaba llena de sangre, a diferencia de mi cerebro, formaba la cresta de una montaña, luchando por liberarse. Quería salir y quería hacerlo en ese momento, sin importar nada más. Podía sentirla latir y, ese latido, me estaba desquiciando. Casi se podía escuchar su grito de necesidad por reunirse con su compañera. Por liberarse de la carga que llevaba dentro.
Los dedos de Alana jugaron con la cintura de mis pantalones mientras desabrochaba el cinturón y me mordisqueaba el costado. Me sentía desesperado por su contacto. Me alcé ligeramente y me saqué la camisa, tirándola lejos al piso. Aguanté el peso sobre los codos y la miré. Tenía un brillo pícaro y atrevido en su mirada que era visible, aún, con la suave penumbra de la pieza.
Me arrancó el cinturón, tirándolo sobre su hombro a quién sabe dónde, y pasó su lengua a todo lo largo de mi cintura. Me estremecí entero. Cada célula de mi cuerpo disfrutando del contacto de su lengua suave como el satén, y expectante ante la posibilidad de uno nuevo. Lo anhelaba como al aire para respirar (si lo necesitase, claro está).
La palma de su mano estaba caliente a través de la tela de los pantalones, la sensación que me provocó cuando la frotó sobre mi erección era la de acercarse a una hoguera. La tela no representaba ninguna barrera ni ofrecía resistencia, así que la sentía como si estuviera directo sobre mi piel. Lentamente me desprendió el botón y me bajó el cierre. El sonido me puso alerta, sonaron todas las alarmas ya que se acercaba al punto donde ya no había marcha atrás. Curiosamente no me importaba, quería esto, me lo había estado negando, y no solo a mí si no, que se lo había estado negando a ella. Era momento de terminar con lo que había empezado, y darnos lo que ambos queríamos.
Alcé la cadera y lentamente me bajó los pantalones, solo los pantalones. Con ellos, me sacó los zapatos y las medias, pero los bóxers se quedaron dónde estaban. Mi erección formaba una carpa, erguida como el mástil de un barco. Pero al estar comprimida, formaba una cresta dura recubierta de tela negra. Alana se agachó y pasó la punta de la nariz sobre la cresta. Casi salto de la cama con este simple contacto; pero me contuve. Un gemido ronco escapó de mis labios y apreté la mandíbula para no emitir sonidos. Casi perdí el control de mi cuerpo cuando ella me dio un beso en la cima de la montaña entre mis piernas; pero, a duras penas, conseguí contenerme. Estaba perdiendo el norte a marchas forzadas, dentro de poco ya no sería yo, sino solo una bola de instintos animales con un solo objetivo: "marcarla como mía".
Mordió el elástico del bóxer y tiró lentamente, bajándolos solo un poco. Besó la parte media, entre el ombligo y mi erección, y le dio una lamida húmeda. No pude contener el gemido, era demasiado erótico mirarlo y ni puedo casi explicar lo que era sentirlo. Con una sonrisa de bruja, metió los dedos en el elástico, y me los bajó plantando besos a medida que la piel se descubría. Cuando estuvo libre de la restricción de la tela, mi miembro saltó, quedando perpendicular a mi cuerpo. Se alzaba orgullosa, anhelante. Los ojos casi se me salen de las órbitas cuando ella me agarró con una mano y me acarició de arriba abajo empujando la erección hacia mi estómago. Pasaba de la altura de mi ombligo y me sentía explotar. Alana se inclinó y sopló la cabeza de mi miembro. Tuve que morderme la lengua para no emitir un gruñido.
- Sos enorme, no sé si entrarás en mí; pero me encanta y quiero hacer la prueba.
- ¿Estás segura? No quiero lastimarte.
Se acercó a mi cara, trepando por mi cuerpo, hasta llegar a la altura de mis ojos. Los suyos brillaban con la luz de la luna que entraba por el balcón. Podía ver cada una de sus pestañas. El ansia en su mirada equiparaba la que, seguramente, se reflejaba en la mía.
- Sí, estoy muy segura. Pero antes, quiero hacer una cosa. Cerrá los ojos y relajate.
La miré intrigado. Si quería hacer lo que estaba pensando que quería, no creía que fuera una buena idea pero se la veía tan entusiasmada... Decidí complacerla y me recosté cerrando los ojos.
Respiré hondo y esperé a sentir lo que fuera que Alana iba a hacer. Ningún tipo de relajación me habría preparado para algo así.
ESTÁS LEYENDO
Debí Dejarla Morir...
RomanceEl mundo convive en un perfecto equilibrio: nacemos, crecemos, vivimos la vida q está bordada para nosotros y luego la muerte viene a buscarnos... Pero, ¿qué pasaría si, de pronto, la muerte decidiera no cumplir con su trabajo como corresponde? ¿Se...