*Capítulo 13

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Mientras me hundía en el silencio de mi depresión, vino el mozo. Pagué la cena, y luego aparecieron Alana y Virginia. Podría llegar a engañar a sus padres que parecían demasiado felices como para notar la falta de brillo en sus ojos, pero a mí no me engañaba. Sabía de sobra cuánto estaba sufriendo, y era por mi culpa. Me sentía un bastardo y en cierta forma lo era. Le había destrozado el corazón con mi estupidez. Nada de esto habría pasado de haber hecho las cosas como debía, pero ya estaba hecho. No había marcha atrás. Ahora tenía que llegar hasta el final, me guste o no.

Volvimos al auto y nos fuimos a la casa. Cuando llegamos, Virginia y Alexander se fueron arriba, pero Alana se sacó los zapatos, el chal, los accesorios, y se fue al patio. Juntándose el vestido, se sentó en el borde de la pileta y hundió los pies delicadamente en el agua. Estaba hermosa ahí, a la luz de la luna. Simplemente perfecta.

Estaba embobado mirándola...

- ¡BRIAN!

Mis ojos se abrieron como platos. ¡MI HERMANA ESTABA ACÁ! Apareció como sólo ella lo hace. Una brisa suave con aroma a verano movió las cortinas abriéndolas y, tras ellas, mi hermana apareció como nadie se imaginaría a la vida.

Sé que les dije que mi hermana es lo opuesto a mí, pero eso no quiere decir que se asemeje al estereotipo de la túnica blanca y los animalitos a su alrededor. Estaba con un jean gastado y roto de las rodillas, zapatillas rojas y una camiseta blanca al cuerpo con la frase: "Si amas la vida, ven a demostrármelo con un chape" en letras rojas y brillantes. Sobre el escote, el collar de la vida, con el que estaba en contacto con sus sirvientes cuando la necesitaban. El pelo largo hasta la cintura, igual al mío, en una cola de caballo alta. Las uñas de negro, con brillo. Para mi gusto, un mamarracho. Para el de ella, una obra de arte.

Cuando salió al patio, su vista fue de mí a Alana en una décima de segundo. Una sonrisa al estilo "el gato de Alicia" se formó en su rostro. Al fin tenía algo con lo que hacerme la vida imposible. Miré a Alana y vi la confusión en sus ojos hasta que pareció mirarla bien y cayó en la cuenta de quién era. Antes de que pudiera decir una palabra me disculpé, agarré a mi hermana del brazo y me la llevé a mi estudio.

Tras la puerta cerrada, dejé de fingir mi sonrisa y la miré con un semblante tan serio que hería temblar al mismísimo diablo... si es que existiera. Sin embargo, a mi hermana no pareció afectarla. Es más, se rió como si le hubiera contado el mejor chiste del planeta. Esto era muy frustrante.

- Ahorrátelo hermanito, sabés que eso no me afecta en lo más mínimo.

- ¿Qué demonios estás haciendo acá Vida?

- Alejandra.

- ¿Qué?

- Si vos sos Brian en este mundo, yo me llamo Alejandra.

- Tenés que estar bromeando.

- No, hablo muy en serio.

- Muy bien ¿qué demonios estás haciendo acá "Alejandra"?

- Averiguando qué es lo que está pasando, ya que me falta un suspiro hace más de un mes.

Me puse frente a la ventana y miré para afuera. Tenía que decidir rápido qué hacer. Mentir era la opción más obvia, pero ahora que ella había visto todo, se me complicaba muchísimo.

- No intentés engañarme con alguna de tus historias hermanito, quiero la verdad y la quiero ahora. Es eso o puedo traer directamente a mamá y a papá acá ahora mismo. Es tu decisión.

Suspirando de frustración, apoyé la frente contra el vidrio. No iba a poder engañarla. Y tampoco podía culpar a Pruns por el hecho de que mi hermana estuviera acá molestándome. Él hizo todo lo que pudo para evitar esto.

Debí Dejarla Morir...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora