*Capítulo 3

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Los días pasaban demasiado despacio para mi gusto. Nunca había odiado tanto el tiempo como en ese momento, desde lo más profundo de mi creación. Alana parecía feliz mientras se recuperaba a un ritmo que, para mí gusto y planes, eran demasiado lentos, pero verla era un placer.

Yo me mantenía con ella, todo el tiempo en el mundo espiritual. Podía ver cómo sus conocidos iban a verla: sus familiares, sus amigas y un chico que no sabía en qué categoría ubicarlo. Se tomaba muchas libertades para ser un amigo, pero si era su novio parecía un tonto, porque se contenía todo el tiempo. No la besaba y no la tocaba más de lo estrictamente necesario. ¿Qué novio, en su sano juicio y que la tuviera a ella de novia a pesar de su estado, no trataría de tener mayor contacto de lo que éste le proporcionaba o "se permitía"? No me cabía en la cabeza. Está bien que soy la muerte y jamás he tenido novia, pero aun así (con todos mis años de experiencia indirecta viendo a las parejas), sé que algo no cuadraba en esa relación. Me aseguraría de preguntarle a Alana la próxima vez, si tenía novio. No debía importarme, pero inexplicablemente me ocurría. Y no sólo eso, me molestaba por razones que no lograba comprender.

Pruns vino varias veces a informarme de los avances y el estado de mis sirvientes. En todas me contempló con curiosidad. Su amo se estaba comportando de manera atípica y no lograba encuadrar esta nueva visión. Sin embargo, se mantenía en silencio, sin hacer pregunta alguna.

Entre visita y visita, mi mente se centraba en Alana. Memorizaba cada detalle de su cara, sus expresiones, gestos, gustos, lo que le molestaba, etc. Así fue como noté algo que me intrigó profundamente: cada vez que la manija de la puerta se movía, un fulgor desconocido invadía su mirada y se erguía mínimamente como a la espera de alguien. Pero cuando veía quién había entrado, ese esplendor se apagaba y volvía a acostarse como si estuviera decepcionada. Era de lo más extraño y no lograba descifrar por qué.

Una tarde tranquila (ya era la segunda semana que Alana pasaba en el hospital), decidí que era momento de volver a aparecer. Me puse tras la puerta, me materialicé a medida que la abría y entré. Cuando miré a Alana, algo me sorprendió muchísimo: el brillo no desapareció esta vez y tampoco volvió a recostarse. Me acerqué a ella con cuidado, manteniéndole la mirada.

- Hola Alana, ¿cómo te sentís hoy?

El rubor coloreó sus mejillas, y una sonrisa dulce transfiguró su boca. Me quedé como tonto observándola, hasta que ella habló.

- Hola Brian. Me siento mucho mejor, gracias. Hacía mucho que no venías.

- Sí, perdón por eso, he estado ocupado.

- No te preocupes. - Su sonrisa era espléndida y me atraía como abeja a la miel. Me senté en la cama junto a ella y le sonreí a su vez. Parecía emocionada - Tengo algo para contarte.

- Adelante.

- Estuve hablando con mis padres y ya tomé una decisión sobre tu ofrecimiento.

Alana había comentado a sus padres lo ocurrido la primera vez que nos vimos: mi propuesta y sus dudas. Sus padres se mostraron reticentes, tenían los mismos reparos que ella, pero se notaba que también estaban ansiosos por el viaje (como lo había estado Alana cuando lo habló conmigo). Era una decisión difícil de tomar, y lo entendía. Le habían propuesto que lo decida ella. Desconocía la respuesta, pero estaba a punto de enterarme y saber qué había elegido. Me moría porque esa respuesta fuera un definitivo "SÍ". Puse la mejor de mis sonrisas y le hablé - con tono burlón- para ocultar la ansiedad que me invadía.

- Entonces decime y no me hagas esperar.

- Está bien, está bien. Mi respuesta es...

Era una bruja, se hacía de rogar alargando mi agonía. Su sonrisa pícara me decía que sabía perfectamente lo que estaba haciendo.

- Alana, ya decímelo de una vez, por favor.

- Sí.

De repente solté el aire que venía reteniendo sin darme cuenta. Una sonrisa invadió mi expresión y Alana se echó a reír.

- ¡Tendrías que haber visto la cara que ponías mientras te alargaba la respuesta!

La muy bruja se estaba riendo de mí como si yo fuera un payaso al que le habían tomado el pelo. ¡Soy la muerte, POR DIOS! Y una bruja de veinte años de pelo casi plateado y ojos camaleónicos me había visto la cara. Esto me hacía ver cada vez más patético.

- Mirá granuja envuelta, no te pases de lista conmigo.

Mi tono, un intento de seriedad ante su risa, solo provocó que su ataque aumentara. Ya no solo era una risa continua, sino que se había convertido en una carcajada casi a todo pulmón. Esperé pacientemente a que terminara de tomarme el pelo. Luego de un par de minutos, Alana se secó las lágrimas agarrándose con el otro brazo (el enyesado) el estómago dolorido de tanta risa y respiró hondo mientras la observaba con una ceja alzada.

- ¿Terminaste?

- Sí, perdón pero había pensado en esto muchas veces y tu cara hizo que la espera haya valido la pena.

Puse los ojos en blanco y la miré. No podía enojarme con esa bruja vendada. La verdad era que no estaba enojado en absoluto. Suspiré, y le agarré la mano entrelazando sus dedos con los míos mientras los observaba. No me había olvidado de lo que rondaba mi cabeza. Tenía una pregunta que requería una respuesta. Entonces vi el anillo de plata en su dedo. Un fino aro de plata, brillante y delicado en su simpleza, y eso me dio el pie para preguntar lo que atormentaba mi mente. Sin alzar la vista de su mano solté la pregunta como quien no quiere la cosa.

- ¿Tenés novio?

Como no respondía, alcé la mirada y me encontré con la suya que estaba clavada en mí.

- No, ¿por qué la pregunta?

- Por el anillo de tu dedo, si no entiendo mal es una alianza de seis meses.

- ¡AH! Eso no es mío. Bueno sí, lo es, pero no en el sentido que estás pensando. - Alzando la mano hasta sus ojos miró el anillo con ternura. - Es la alianza de seis meses de mis padres, mi papá se la dio a mi mamá en su aniversario y ella me la dio a mí, esperando que me trajera suerte en el amor, pero las relaciones no son lo mío. - Se encogió de hombros como si eso no fuera importante.

Eso me supuso un gran alivio; aunque para ser sincero, no supe por qué. Oculté mi sonrisa e incliné la cabeza hacia un lado.

- Bueno, al menos no tendré que lidiar con ningún chico celoso que diga que le robo a la novia para llevármela a México.

Alana volvió a reírse, pero esta vez mas delicadamente, tapándose la boca con la mano para amortiguar la risa.

- Sí, eso es verdad. Aunque Pato se va a enfurruñar.

- ¿Pato?

- Es mi mejor amigo desde que éramos chiquitos, es muy sobreprotector.

- No tiene nada de lo que preocuparse conmigo, no te va a pasar nada malo. - Eso me daba cierta explicación sobre el chico que se comportaba de manera rara. No es que me tranquilizara mucho pero, al menos, no tenía que preocuparme por ello con mucho empeño. A fin de cuentas, no pensaba conocerlo.

- Ya lo sé, no va a decir nada. Aparte, esto es tema mío, no tiene por qué enterarse.

- Eso es verdad. Bueno, ahora que aceptaste voy a preparar todo para el viaje.

- Pero todavía tenemos un problema, no sabemos si estaré curada para entonces.

- No te preocupes, te vas a curar para esa fecha.

Sonreí y mis nudillos acariciaron suavemente su cara. Cerró sus ojos e inclinó su cabeza buscando mi caricia. Pero mi suerte es un espanto y, justo en ese momento, el suspiro de los padres de Alana me anunció su inminente presencia. Miré el reloj de muñeca y me levanté.

- Perdón, pero se me hizo tarde. Vuelvo en cuanto pueda, con todo listo para el viaje.

Le bese la frente y me alejé mientras ella se despedía de mí. Abriendo la puerta desaparecí tras ella y me desmaterialicé justo cuando sus padres bajaban del ascensor.

Debí Dejarla Morir...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora