*Capítulo 4

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Pasé la siguiente semana observando la recuperación de Alana que no avanzaba a la velocidad que necesitábamos. Lo que no sanaba eran las dos fracturas, el resto había desaparecido en su mayoría. Era viernes ya y faltaba menos de una semana y un par de días para el día de los muertos. Ya no quedaba mucho tiempo. Me había planteado el "qué hacer" muchas veces durante ese tiempo, hasta que me decidí.

Esa noche, mientras Alana dormía, me acerqué a su cuerpo y, dentro del mundo espiritual, me dediqué a unir sus huesos tratando de causarle el menor dolor posible. Le dolería mucho al despertar, pero por lo menos no en ese momento. Solo era una ayuda. Las fracturas desaparecerían, terminarían de sanar solas y ella podría viajar sin problemas.

A la mañana siguiente los médicos no entendían qué pasaba y tuvieron que dormirla para que no sufriera. Me hizo sentir mal verla así; pero por lo menos, su dolor sólo duraría un poco, servía para cumplir con un deseo que ella anhelaba en demasía. Un pensamiento cruzó por mi mente como un fogonazo. ¿Y si en verdad estaba haciendo esto por mí y lo tapaba engañándome, fingiendo que era por ella? Alejé esa cavilación y me centré. Esto era por ella, era lo que ella quería y yo se lo estaba dando. Por qué estaba haciendo esto, era algo que en verdad no tenía claro; pero estaba haciéndolo y era lo único que importaba.

Cuando despertó, luego de un par de días, y le hicieron los estudios, nadie podía creer lo que había sucedido. No lograban entender. Sabía que, de no coaccionar a los médicos, éstos la estudiarían como a un espécimen extraño, reteniéndola en el lugar. No podía permitir que eso suceda, así que los induje a darle el alta y ella se fue a su casa con sus padres.

Una vez en su domicilio, seguí a Alana hasta su cuarto, y lo que vi me impactó. Era muy notable que se trataba de una artista talentosa. Sus paredes eran murales pintados a mano. Se podía observar un paisaje nocturno, de un lago con la luna que se reflejaba en el agua y un bosque de fondo. En otro mural, un campo con un árbol sobre uno de los lados, que daba cierta sombra que denotaba la posición del sol sobre la orilla de un lago, junto a un chico de espaldas al espectador. Le encontraba un parecido familiar, pero no podía identificar con acierto el parecido. Y el tercero era un atardecer de vivos colores, tan realista que me parecía estar viéndolo en persona. Cada uno era único e indescriptiblemente hermoso. Las pinceladas, las líneas, los colores, todo tenía un toque particular que le confería un aire de realidad tan grande, que te hacía creer que mirabas una foto y no una pintura. La pared de la ventana estaba llena de dibujos y pinturas pegados a la misma con cinta, y había materiales de arte por todos lados. Un caballete, acrílicos, pinceles, lienzos, esperando todos para ser utilizados y dejarse explayar por el genio creativo de la hermosa criatura que, ahora, estaba sentada en la cama con un cuaderno entre las manos.

Sus obras eran increíbles y se notaba el talento que exudaba cada poro de su cuerpo. Los murales reflejaban tranquilidad y paz, y sus dibujos expresaban todo tipo de emociones. Todos eran espectaculares. De repente, algo llamó mi atención. Detrás de unos cuantos dibujos encimados se notaba que uno estaba oculto. Me acerqué a ellos con lentitud. Sentía que estaba haciendo algo malo, pero no podía ser así. Con cuidado, para que Alana no lo notara mientras dibujaba, hice a un lado los que estaban por encima y lo que vi me dejó helado.

Este no se parecía en nada a todos los demás, tanto que llegué a pensar que no era de ella, pero tenía su toque en las líneas y pinceladas. La imagen era hermosa, pero al mismo tiempo parecía cruel. En ella se podía ver a una chica arrodillada con el rostro oscurecido, rodeada de sombras de siluetas en las que se podían ver líneas rectas y afiladas, acercándose. Se veía que sus manos estaban encadenadas, que su cuerpo estaba lleno de cortes de los que manaba sangre, y el chorro dibujaba un patrón que daba sensación de suavidad y dulzura (a diferencia del resto de la imagen,) a pesar de lo que se suponía que dibujaba. Todo el trazado estaba hecho en negro y blanco, lo que resaltaba el rojo de la sangre, que era el único toque de color de la imagen, lo que la volvía más impactante. Parecía gritar silenciosamente de dolor e impotencia, pero a la vez se podía ver como una sombra- fantasma de una sonrisa en sus labios, como si disfrutara, en cierta forma, de eso.

Mi mente estaba en blanco, no sabía cómo encajar ese dibujo al lado de los demás. Por algo lo había tapado pero también significaba algo, porque lo había dibujado ella, y quería descubrirlo.

La noche llegó y cuando Alana se durmió, me decidí a ver lo que había dibujado ese mismo día. Su cuaderno reposaba en su mesa de luz junto a la cama. Al acercarme, mis ansias de tocarla aumentaron, pero sabía que no debía hacerlo. Para eso tendría que materializarme y no podía permitírmelo o podría descubrirme y asustarse. En lugar de ceder a mi impulso, tomé su cuaderno y me dispuse a ojearlo. Sus dibujos eran tan hermosos como los de las paredes, a pesar de ser solo bocetos. Pasé las páginas con lentitud. Podía ver de todo: paisajes, personas, animales. Busqué el dibujo de ese día y lo que vi me resultaba imposible de creer. Era yo. Me había dibujado de perfil, solo con los pantalones, mirando por una ventana y con el sol dándome en el pecho. Las sombras pintaban mi espalda y la parte de atrás de mi cabeza y piernas. Era un dibujo que daba una idea de erotismo y sensualidad sin mostrar nada.

Impactado todavía por el dibujo, dejé el cuaderno donde estaba y me senté cerca de la ventana, observando cómo dormía Alana. Miles de ideas pasaban por mi mente, a toda velocidad. ¿Era así como me veía ella? ¿Por qué me había dibujado? ¿Qué debía interpretar con ese dibujo? Y como esas, miles de preguntas más se arremolinaban en mi cerebro.

La noche entera pasó, con mis preguntas sin respuesta. Ya era de día y eso significaba que debían irse hacia el aeropuerto. Respeté la privacidad de Alana y no me moví de donde estaba mientras ella se metía al baño y preparaba su valija. Con todo listo, subieron al auto, camino al aeropuerto. Los boletos que les compré eran de primera clase y se los había dejado el día anterior, como si hubieran sido enviados por correo, junto con una nota donde explicaba que los encontraría allá.

Había llamado al servicio que tenía en la casa y les expliqué lo que ocurriría allí en esos días. Tengo casas en todo el mundo. Cuando quiero descansar de mi hermana o mis padres, o cuando tengo que esperar para llevarme un suspiro, me hospedo en ellas. Y allí tengo personal que las mantiene. Rosé, mi ama de llaves, Lirol, el cocinero, y Morena, la jardinera. Estaban felices de que llevara a alguien a pasar unos días allá, pero también les parecía raro. Sin embargo, como mis sirvientes, no hicieron preguntas y dijeron que todo estaría listo para su llegada.

Durante el vuelo, el asiento junto al de Alana permaneció vacío. Yo había comprado el boleto porque, en un principio había considerado viajar con ellos, pero después cambié de opinión. Aun así, aunque no en el mundo terrenal, pasé el vuelo junto a ella todo el tiempo en el mundo espiritual.

Justo antes de aterrizar, sin querer alejarme de Alana, pero sabiendo que iba a tener que hacerlo por unos minutos, destellé en el edificio del aeropuerto para esperarlos, como había prometido. Durante los tramos del vuelo donde no había estado durmiendo, los ojos de Alana estaban apagados, no sabía por qué. Entonces apareció y la luz de sus ojos, que en el avión no estaba, resurgió nuevamente, acompañándola con esa sonrisa dulce.

Se acercó a toda velocidad y me abrazó. Me sorprendí y, lentamente, a medida que me recuperaba del shock del abrazo repentino, se lo devolví. Entonces me soltó, mientras sus padres se acercaban. Su padre me miraba escrutándome a fondo, de manera casi amenazante. Su madre, en cambio, sonreía con dulzura.

- Brian ¿no?

- Sí, soy yo. Es un placer conocerlos.

- Igualmente. Mi nombre es Virginia y el de la mirada amenazante es mi marido, Alexander.

- Es un gusto conocerlos a ambos. Nos esperan, ¿Vamos?

Ambos asintieron, pero Alexander no abrió la boca. Se notaba que aún desconfiaba de mí, pero al menos no oponía objeción. Los conduje fuera del aeropuerto hasta la camioneta que había traído destellando desde la casa: una Audi SUV negra. Al igual que casas, también tengo autos en cada lugar. Siempre tengo una camioneta y un deportivo individual. Una vez que sus valijas estuvieron en el baúl, manejé hasta la casa. Salimos de la autopista principal luego de pasar por la ciudad, y entramos en el camino que llevaba a la reja del portón. Apreté el botón del control remoto y entramos, finalmente. El portón del garaje se abrió dejando a la vista mi otro auto, un R8 negro y rojo. Los ojos de Alexander se abrieron como platos ante esa visión y sonreí complacido. Al menos compartíamos el gusto por los autos.

Ya dentro de la casa, Rosé apareció con su sonrisa característica para recibirnos.

- Bienvenidos. Es un placer recibirlos aquí. Sr. Brian, todo está listo como pidió.

- Gracias Rosé, ¿podrías llevar las valijas a las habitaciones, por favor? Tengo que ir a revisar unas cosas a mi estudio. - Miré a Alana y su familia. - Gocen de la casa, es suya mientras sean mis invitados. Con el día caluroso que tenemos, los invito a encontrarnos en la pileta que está en el patio.

Con una sonrisa amable, me encaminé al estudio. Necesitaba hablar con Pruns para ver el estado de los suspiros. Entré y cerré la puerta. Me senté tras mi escritorio observando la estancia. Hacía mucho ya que no pasaba tiempo en esta casa: de todas las que tenía ésta era la que más me gustaba. Pruns apareció e inclinó la cabeza en señal de respeto.

- Señor.

- Pruns. Que sea un informe rápido ¿sí?

- Sí, señor. Hasta ahora nadie ha notado la ausencia del alma que custodia. Destino no parece haberse dado cuenta de los hilos descosidos de su tapiz. Tiempo tampoco parece haberse dado cuenta de que uno de sus relojes sigue en funcionamiento sin que su arena siga corriendo dentro suyo. Vida, al parecer, no ha estado revisando su libro, sino se habría dado cuenta de la falta de ese suspiro, pero no puedo asegurarlo de sus sirvientes.

- ¿O sea que todavía nadie notó la vida faltante? ¿Nadie sospecha ni intuye nada extraño?

- No, mi señor, todavía no. Pero temo que sólo sea cuestión de tiempo.

- Ya lo sé.

Rumiando mi mal humor ante la perspectiva casi no escucho más a Pruns, pero decidí que no era momento para enojos, sino para aprovechar el tiempo que quedara.

- Señor ¿puedo preguntar algo?

- Adelante.

- ¿Por qué el interés por la humana? ¿Por qué no cumple con la tarea y evita los problemas que surgirán a base de esto? Perdón por mi osadía, pero la curiosidad por este comportamiento inusual suyo, pudo conmigo.

Miré a Pruns sopesando qué decir y si debía o no hacerlo. Después de todo, era una parte de mí, había surgido de mí, pero no me arriesgaría.

- Mi motivación es sólo tema mío ¿está claro?

- Sí señor, perdón por mi insolencia.

- No te preocupes. Ahora andá, tengo cosas que hacer.

- Sí, señor.

Desapareció tal y como había aparecido. Me levanté y me puse a ver por la ventana que daba al océano. La casa daba a la costa y las vistas eran maravillosas. Pruns tenía razón, cuando mi familia se enterara o notara lo que andaba mal, tendría muchos problemas, pero no me importaba. Iba a seguir adelante hasta las últimas consecuencias.

Debí Dejarla Morir...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora