¿Qué demonios era esa luz? Manoteé con los ojos cerrados para que la apartaran de mi cara pero no hubo caso. Seguía dándome de lleno. Abrí los ojos de una, pero una punzada me atravesó la sien como una descarga eléctrica, así que los cerré de nuevo. Respiré despacio hasta que el dolor pasó y los abrí de nuevo, pero esta vez más despacio, acostumbrando paulatinamente mis ojos a la luminosidad de la habitación. No era una lámpara, era la luz que entraba por el balcón. Me había olvidado de cerrar las cortinas. Y, lo más importante, era de día.
Miré el calendario sobre la mesa de luz; era primero de noviembre: "Día de los muertos". Un suave gemido me hizo dirigir la vista a mí pecho, Alana dormía plácidamente con la cabeza apoyada sobre mi pectoral, su piel suave y su pelo como el oro y la plata, iluminados por la cálida luz solar.
En un abrir y cerrar de ojos todo volvió a mi mente: la cena, el baile, el corte doloroso que había querido imponer, la aparición de mi hermana y el placer y la noche de romance y sexo que había pasado con Alana.
Era un estúpido, un débil. Tanto resistirme, hacerme el duro y buscar salidas alternativas, para terminar haciendo lo que tanto había evitado. No me quejaba de lo que había pasado, había sido, como dijo Alana, la mejor experiencia de mi vida. De lo que renegaba era de mi debilidad y de mi poca determinación. ¿Qué iba a hacer ahora?
Alana se removió, reacomodándose sobre mí y suspiró. Al menos mi estupidez había provocado algo bueno, ambos tendríamos un grato recuerdo de un buen momento, al menos hasta que me llevara su suspiro, a partir de ese momento, ella iba a desear que no hubiese pasado y sólo yo me lo quedaría como un recuerdo de un momento feliz.
Un mechón de pelo le había caído sobre la cara y se lo retiré con cuidado, acariciándolo con los dedos. Era tan suave y fino como hilos de seda. ¿Cómo iba a arreglar esto? Seguí acariciando el mechón mientras pensaba y la observaba; tenía un aspecto tan inocente y dulce, ahí dormida. Pasé un dedo por su cálido pómulo, tan delicado y fino.
Lentamente abrió los ojos, pestañeando repetidamente para acostumbrarse a la luz, y me miró. Una sonrisa somnolienta y delicada apareció en su cara. Sus labios se estiraron sin dejar ver sus dientes. Se le marcaron los hoyuelos y yo sentí el impulso de besarlos, pero me contuve. Su mano se alzó hacia mi cara y me acarició con dulzura la mejilla.
- Buenos días, ¿dormiste bien?
- Sí, ¿y vos?
- Excelente.
Se acercó a mí y me besó. Su beso fue dulce y suave. Su mano acarició mi pecho; casi ronroneé ante la caricia. La abracé por la cintura y la apreté contra mí, profundizando el beso. Ya sé, ya sé, sé que dije que lo que había hecho era una estupidez, pero cuando se trataba de ella, mi fuerza de voluntad era nula. Además, cada vez que intentaba cortar esto de raíz, me dolía como una puñalada y Alana se empeñaba en que nos acercáramos. Tal vez debía ya dejar de pelear contra lo inevitable, tal vez no estuviera tan mal esto. Ambos lo queríamos y, a pesar de que seguramente no terminaría nada bien, era momento de disfrutar. Hoy era el último día, quedaban menos de veinticuatro horas antes de que el final llegara.
Cortó el beso y hundió la cara en mi cuello. Tenerla así, tan vulnerable, tan dulce, pegada a mi cuerpo...
- ¿Cómo fue tu primera experiencia?
¡¿QUÉ QUÉ?! ¿Y CÓMO DEMONIOS, EN NOMBRE DE TODO LO BENDITO, SE SUPONE QUE IBA A CONTESTAR ESO? No podía simplemente contarle que, para iniciar mis poderes, la principal de las tejedoras de mi madre había hecho que me corriera, siendo ella la que dirigía todo.
Para que lo entiendan les explicaré que, tanto mi hermana como yo, fuimos iniciados por un relojero y una tejedora, cuando cumplimos los dieciocho. Para que nuestros poderes se activaran debíamos de ser plenos y lo único que nos faltaba era lo sexual así que, una tejedora de mi madre y un relojero de mi padre, que son como los sirvientes que tenemos Vida y yo, nos introdujeron en eso, siendo ellos los que tomaron el control. Nosotros sólo nos sometimos y cuando culminamos, nuestro poder y desarrollo fue pleno; listos para ejercer lo que somos.
Ahora que lo saben entenderán por qué no podía decirle eso a Alana. Busqué y rebusqué en mi cabeza, alguna cosa que me sirviera para contestar eso sin develar la verdad. Surqué, en cuestión de segundos, milenios de historia humana. Necesitaba una respuesta. Sin embargo, todo lo que encontré fue una contestación de lo más patética pero, a falta de algo mejor, tendría que funcionar.
- Fue algo muy simple, más que nada era para conocer de qué tanto alboroto. Nunca sentí el ansia que sienten la mayoría por ese acto y eso tampoco contribuyó mucho. Siguió sin interesarme por mucho tiempo.
- Sin embargo eres excelente. Tal vez era porque no era la chica indicada.
- Sí, puede que sea eso.
- ¿Y qué sentiste anoche?
Mientras decía eso, se incorporó y me miró directo a los ojos. Se notaba que necesitaba que la contestación fuera algo como "cambió totalmente mi perspectiva" o "lo haría todos los días" o algo similar. Para su suerte, la cosa sí iba por ese lado y, para la mía, no necesitaba mentir. Subí la mano a su cuello y la acaricié con delicadeza. Mis dedos pasaron por la piel satinada de esa zona. Con mi dedo pulgar, rocé levemente su labio inferior.
- Una de las mejores experiencias que tuve en mi vida. Si antes no me interesaba mucho, eso ya es historia antigua.
Y con esas palabras la besé con devoción, sus labios se unieron a los míos y se separaron dejando a su lengua jugar con la mía. Quería volver a tomarla pero me refrené, corríamos el riesgo de que nos descubrieran si lo hacíamos. Nos separamos lentamente, no queríamos pero lo hicimos.
- ¿Y vos? ¿Cómo fue tu primera vez?
- No fue nada especial. Una noche de borrachera con amigas que terminó conmigo en una cama con el hermano de una. No recuerdo mucho.
Se encogió de hombros como si no importara demasiado. Parecía que en esta cuestión, ninguno de los dos había tenido una buena experiencia. Pero por lo menos esto había distado mucho de eso.
- No tenemos suerte ¿no?
- Parece que no.
- Por lo menos ahora sabemos a ciencia cierta que se trata, sobre todo, de con quién lo haces.
- Sí, puede que sea eso.
Me volvió a besar. Sus labios eran una adicción para mí. Cuando iba a abrazarla de nuevo, sentí el suspiro de Alexander y Virginia moverse. Miré el reloj, eran las diez de la mañana. Eso lo explicaba. Suspiré y miré a Alana.
- Creo que tus padres ya se estarán por levantar.
Ella también miro el reloj. Cuando vio la hora, suspiró y se dejó caer sobre la cama. Su brazo tapó sus ojos. Pasaron unos pocos minutos en los cuales todo lo que hice fue observarla mientras estiraba las finas hebras de su pelo con los dedos. De repente se levantó como impulsada por un resorte. La sabana cayó, resbalando por su cuerpo, y dejando a la vista sus curvados y perfectos pechos; por poco y se me cae la baba.
- Hoy es primero de noviembre ¿no?
Me contuve de tocarlos y me obligué a calmarme y a adoptar una pose tranquila.
- Sí. Es el Día de los Muertos.
- Tenemos que ir a preparar lo de esta noche.
Con eso saltó de la cama y se puso una bata mía. Estaba muy sexy, sobretodo porque no tenía nada debajo. Agarró sus cosas del piso. Se acercó, me besó y se dirigió a la puerta.
- Mejor bajamos rápido. Hoy es un día importante.
Salió hacia su pieza y yo me recosté en mi cama. Hoy era el día, hoy tendría que llevármela. ¿Cómo iba a hacerlo? Copié a Alana y me tapé los ojos con el brazo. Esto iba a ser lo más difícil que había tenido que hacer en mi vida. Me senté en la cama y me quedé mirando al horizonte sobre el mar. El sol brillaba sobre el agua pintándola de dorado, dando una idea de día perfecto. Desgraciadamente se equivocaba. No podía estar más alejado de la realidad. Hoy, una inocente perdería su vida por obra del destino.
- ¡MI SEÑOR, TENEMOS PROBLEMAS!
Salí de mi ensoñación al instante. Pruns estaba parado a mi lado, tratando de llamar mi atención. Parecía exaltado, muy preocupado.
- ¿Qué pasa?
- Tenemos un enorme problema. La Diosa Destino y el Padre Tiempo notaron los inconvenientes que causaron sus acciones. Estamos teniendo problemas en distraerlos para que no vengan.
- ¿Cómo pudo pasar esto? ¿Quién le advirtió a mis padres lo que pasaba? ¡Se suponía que lo evitarían!
Me masajeé los ojos con frustración. ¿Cómo había pasado esto? ¿Cómo iba a arreglarlo? Pruns no tenía la culpa, no estaba bien que me descargara con él.
- Perdón, sé que no es tu culpa, pero ¿qué fue lo que pasó?
- Rissella, la tejedora principal de su madre, estaba guardando los tapices viejos y vio los hilos sueltos en el montón de tapices que estaba acomodando en su respectivo lugar. Le avisó a su madre y ésta, al verlo fue a hablar con su padre. Juntos descubrieron el reloj vacío. Con Acónito, Tristán, Phireno, Prileos, Turcast, Aphreno y Mishor estamos conteniendo las puertas del Templo, pero no estamos seguros de poder hacerlo por mucho tiempo.
- ¡MALDICIÓN! – me paseé por la habitación, desesperado por encontrar una solución. - ¡HAZ LO QUE SEA NECESARIO, LLEVATE A CADA SIRVIENTE QUE HAYA, NO ME IMPORTA CUANTO CUESTE PERO ELLOS NO DEBEN SALIR DE AHÍ HASTA QUE LAS CAMPANADAS DEN LAS DOCE DE LA NOCHE! ¿ME ENTENDISTE?
- ¿Y qué haremos con las muertes que deben pasar hoy?
- Mientras no sean necesarios los demás, que ellos junten los suspiros. A medida que los necesiten, que se trasladen hacia el Templo para ayudarlos. Mientras tanto, que se ocupen de la recolección.
- Mi señor, lo que me pide es muy arriesgado; cuando sus padres se enteren de que no solo no cumplió con su tarea, sino que los encerró y evitó que vinieran, lo castigarán, lo someterán al juicio de la eternidad. ¿Está seguro que vale la pena pasar por eso? ¿Ella realmente lo vale?
Me quedé en shock. ¿Alana valía la pena? ¿Realmente me sometería al juicio de la eternidad por ella? ¿Había llegado a amarla al punto de estar dispuesto a ser castigado por el resto de mi inmortal existencia por ella?
La respuesta estaba clara. Sí, lo estaba y lo hacía. La amaba, estaba tan enamorado de ella que estaba dispuesto a lo que fuera, aunque no volviera a verla. Haberle evitado la muerte que le estaba destinada y verla disfrutar durante estos días valía la pena. Más que mi propia libertad.
- Sí, lo vale. Y tengo un encargo para vos, para cuando todo explote y me llegue la hora.
- Señor no diga eso por favor.
- No, escuchame. Cuando yo ya no esté a cargo y me castiguen, quiero que cuides perfectamente de Alana y su familia. No seguirás ningún destino cruel que mi madre le imponga. La dejarás morir de vejez y sin sufrimiento. Mientras duerma. Esa será la única forma en la que ella morirá. ¿Fui lo suficientemente claro?
- Está bien mi señor. Como desee.
- Ahora andate. Contengan a mis padres. Ya sabés qué hacer.
- Sí, mi señor.
Y así se esfumó. Estaba en serios problemas, pero ya había llegado hasta acá y no me iba a retractar.
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Debí Dejarla Morir...
RomanceEl mundo convive en un perfecto equilibrio: nacemos, crecemos, vivimos la vida q está bordada para nosotros y luego la muerte viene a buscarnos... Pero, ¿qué pasaría si, de pronto, la muerte decidiera no cumplir con su trabajo como corresponde? ¿Se...