*Capítulo 7

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El tiempo pasaba muy lento, demasiado. En estos últimos días había empezado a odiarlo como no me había pasado en mis milenios de vida. Tirado en mi cama, miraba el techo pensando y anhelando algo que ni podía tener y que ni sabía siquiera lo que era. ¿Qué era lo que quería? ¿Qué era lo que anhelaba? ¿Qué era lo que mi cuerpo pedía a gritos y mi mente buscaba con desesperación sin dar con la respuesta?

Simplemente no lo sabía. No lograba dar con la solución a mi enigma. A fin de cuentas, ¿Qué era lo que pretendía? ¿Ir a su habitación y encontrarla esperándome dispuesta para algo que no sabía hacer? Soy la muerte, yo no tengo sentimientos, no cuido a otros, no doy esperanza, no hago el amor y, sobre todo, no me puedo enamorar o desear tener una pareja. Es absurdo el considerar siquiera la simple idea de algo parecido.

La podía sentir al otro lado de la pared. La sentía respirar, moverse, suspirar de vez en cuando. Me estaba volviendo loco. No podía seguir así, me era imposible conciliar el sueño en este estado. Frustrado, me levanté y me fui al balcón de nuevo. La noche se había oscurecido de nubes, ni una estrella se veía. Pronto llovería y, en verdad lo esperaba. Necesitaba el frescor de la brisa o viento de lluvia con desesperación. El calor era insoportable, o tal vez era solo yo. Fuera cual fuera el caso, deseaba que lloviera y pronto.

Concentrado en el cielo y la posibilidad de tormenta, dejé, por unos momentos, de centralizarme en la sensación de Alana. Por lo cual, no noté que se había movido hasta que la puerta de mi habitación se abrió con un ligero susurro. Me tensé casi automáticamente, pero me obligué a relajarme.

El cielo relampagueaba ya con amenaza de tormenta eléctrica y yo esperaba a ver qué hacía Alana. La escuché moverse por la habitación, primero hacia la cama, luego al baño. El único lugar que faltaba era el balcón. De espaldas a la puerta solo pude sentirla entrar.

-¿Brian?

-Sí, estoy acá.

Sentí su suspiro acercarse a mí antes de sentir su mano sobre mi hombro. Como no me di vuelta, su mano descendió por mi brazo hasta entrelazar sus dedos con los míos.

-¿Tampoco puedes dormir?

-No, lo estuve intentando pero no hubo caso. Estoy despierta como un búho. Lo gracioso es que estoy cansada sin embargo. ¿Irónico no?

Mientras se ponía junto a mí, la miré de reojo. Demonios, era realmente hermosa. Ese pelo tan claro brillaba como la plata fundida bajo los destellos eléctricos de los relámpagos. ¡Dios! ¡Cómo quería pasar mis dedos entre las finas hebras, acariciarlas jugando con sus puntas, bajarlos luego por su nuca y después reseguir la curva delicada de su espalda!

Debía frenar esos pensamientos. Carecían totalmente de sentido y razón de ser. Esos anhelos no deberían existir; pero para mi desgracia, para mi mortificación, estaban ahí, tan claros como un cartel de neón brillando en medio de la noche.

-Yo tampoco puedo, parece que tuviera una inyección de cafeína directa en las venas.

Su risa suave hizo aflorar ese calor interior nuevamente. A pesar de que sabía de sobra que estaba mal, quería volver a sentirlo. Era como una delicada caricia interna, como una manta tibia envolviéndome desde adentro. No podía seguir así, tenía que ponerle un freno.

-¿Te cuento un secreto?

-Dale.

-En las noches como esta extraño a mi abuelo.

-¿Y eso por qué, si se puede saber?

-Cuando era chiquita, solía quedarme con mi abuelo algunas noches cuando veníamos para acá. Me gustaban porque preparábamos cosas ricas, como las que comimos hoy. Por eso me abalancé sobre la torta de limón. Siempre fue mi favorita, y mi abuelo siempre la hacía para mí. En fin, yo le tenía miedo a los truenos, me aterraban profundamente y, cada vez que los escuchaba me iba a la habitación de mi abuelo y él me cantaba hasta que me quedaba dormida. El miedo pasó pero la tradición quedó y, en las noches de tormenta, iba a su habitación y hablábamos o me cantaba hasta que caíamos dormidos. Cuando murió fue muy triste para mí, sentí como si me faltara una parte de mí. Y ahora, cuando una tormenta se avecina o la escucho en las noches, lo recuerdo y me deprimo un poco, por ya no tenerlo conmigo.

Debí Dejarla Morir...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora