Uno tras otro, los sirvientes entraron al recinto. Los míos entraron al último. Pensé que se quedarían recuperándose pero parece que al final no, vinieron a ver el juicio de su señor. Esto decidiría si yo seguía al mando o si era encerrado y Pruns pasaba a tomar posesión del cargo. Estaba seguro de que él se negaría en un principio, ocupar el puesto de su creador era una gran ofensa a su parecer, pero después terminaría aceptando por el bien del equilibrio y de sus hermanos.
Me senté en la silla del acusado. No estaba nervioso, solo triste y apesadumbrado. Durante todo el tiempo que estuve en la tierra busqué muchas formas de evitar esto, pero no las había. Las opciones habían sido claras desde el principio: o evitaba esto y cumplía mi trabajo llevándome el suspiro de Alana para dárselo a mi hermana o me arriesgaba a este final y no me la llevaba, dejándola vivir.
Era obvio la elección que había hecho, todas las veces que me lo cuestioné, sino no habría historia que contar.
Lo único de lo que me arrepentía es de haber hecho pasar a Alana por esto. De haber podido evitarlo, esa habría sido la única parte que habría cambiado de todo lo ocurrido. Lo demás me lo tenía merecido, el juicio, el dolor, el castigo, todo. Pero ella era una criatura inocente, y la había lastimado de manera profunda. Eso solo hacía que me mereciera todo lo que me estaba pasando con mayor razón.
Cuando ya todo el mundo estaba acomodado, entraron mis padres seguidos de mi hermana. Se sentaron en sus respectivos puestos: mi silla era la primera a la izquierda, después venía mi madre, mi padre y por último mi hermana. De los tres ella era la única que no me miraba, había estado distinta desde que bajó a la tierra.
Mi padre agarró el martillo y llamó al orden para acallar el murmullo que se escuchaba de fondo. El silencio se hizo rotundo, pesado, me oprimía el pecho. Estaba tan apesadumbrado que me costaba respirar con normalidad, pero lo disimulaba, ellos no necesitaban otra cosa más con la cual atacarme. Aunque, ahora que recuerdo, ni siquiera lo necesito (no es como si fuese a morir por sí hacerlo precisamente). Estoy tan mal que ya ni recuerdo como funciono. Es eso o he pasado demasiado tiempo con los humanos. En fin, da igual.
- ¡ORDEN EN LA CORTE DE LA ETERNIDAD! Se inicia el juicio de la Muerte por incumplimiento del deber. El acusado ¿cómo se declara?
Estaba a punto de decir que culpable y terminar con todo esto, pero una voz bien alta se me adelantó.
- ¡INOCENTE SU SEÑORÍA!
Era Pruns. A pesar de sus heridas y su cansancio estaba acá para defenderme. No salía de mi asombro. Se acercó hacia el escritorio y me miró solemne.
- No tenés que hacer esto.
- Sí, si tengo que hacerlo.
- No, ya todos saben que soy culpable, no hay nada que puedas hacer que lo cambie.
- Nunca diga que no lo hay mi señor, porque podría sorprenderse de lo que puede pasar.
Mientras decía esto miró a mi hermana. Ésta a su vez, le devolvió la mirada y asintió con la cabeza. ¿Qué se traían entre manos? Pruns se sentó tras el escritorio conmigo y el relojero principal de mi padre apareció en escena para hacer de fiscal.
Si hubiera declarado que era culpable de una, habrían dictado sentencia y pasado del juicio, que era lo que se esperaba, por eso Broncks no se había presentado antes. Como Pruns se había puesto de abogado defensor y había declarado que era inocente, éste había tenido que hacer acto de aparición para que mis padres tuvieran a alguien que demostrara que esa afirmación era falsa.
Y así empezó todo, Broncks empezó a caminar por la sala disparando al aire un discurso en donde enunciaba las distintas causas por las cuales yo era culpable. Pruns, sin embargo, fue claro y conciso; para él yo era inocente y lo demostraría.
El fiscal llamó a su primer testigo. Laya subió al estrado con su porte digno, hasta que su mirada cayó sobre la mía, en ese momento se volvió un manojo de nervios. Era sabido por todos en este lado, que todas las sirvientes mujeres, ya fueran de mi hermana o de mi madre, se sentían seriamente intimidadas a la vez que atraídas por mí. Era cuestión de una mirada para que se pusieran a temblar como gelatina. Es el morbo que causa la muerte, los humanos no son los únicos afectados por eso.
Broncks se acercó al estrado y llamó la atención de Laya de nuevo sobre él.
- Dígame una cosa señorita Laya, ¿hace cuánto notó la falencia del suspiro por el cual se le acusa a la Muerte de cometer crimen?
- Hará cosa de un par de semanas. A veces, por la cantidad de muertes que proclama la Diosa Destino, los sirvientes de la Muerte se retrasan un poco en la entrega de los suspiros recolectados. Por lo cual, es normal que no siempre lleguen a tiempo. Pero cuando ya habían pasado dos semanas y ese suspiro no venía a nosotras, fui a hablar con el sirviente principal de Muerte.
- ¿Y qué le dijo él?
- Que había habido problemas y que luego él se lo alcanzaría a su hermana.
- ¿Y él lo hizo? ¿Se lo alcanzó a Vida?
- No.
- ¿Y qué hizo usted?
- Fui a hablar con mi señora y ella fue a ver a su hermano.
- No más preguntas, gracias.
Pruns se negó a hacerle preguntas, parecía que su plan era otro.
- Como siguiente testigo quiero llamar a Rissella.
La tejedora subió al estrado y, como le había pasado a Laya, su actitud cambió en cuanto su mirada se cruzó con la mía. Era algo imposible de evitar, solo necesitaba mirarlas y que ellas me vieran para que el efecto apareciera.
- Rissella, relateme lo que pasó con los tapices.
- Estaba acomodándolos, como hago siempre, en sus respectivos estantes cuando vi algunos hilos sueltos. Empecé a buscar el punto de partida de esos hilos entre la pila hasta que llegué a unos que parecían estar deshilachándose pero solo se les habían salido los puntos, lo cual significaba que lo que tenía que ocurrir no estaba o no había pasado como se suponía. Así que me dirigí a la Diosa y le informé de lo que estaba pasando.
- ¿Y qué mostraban los tapices que se habían deshilachado?
- Eran sobre la muerte de una humana, atropellada por un auto que la incrustaba en otro. La muerte debía llevarse ese suspiro, pero los puntos de esa imagen se habían salido, indicando que algo había estropeado la continuidad del destino.
- Muchas gracias, no más preguntas.
Pruns volvió a negarse a hacerle preguntas, por lo cual empezaba a impacientarme. ¿Cuál era su plan que no hacía preguntas y parecía tan tranquilo?
- Llamo al estrado a Arrilo, relojero del Padre Tiempo.
Éste subió al estrado y se sentó, a diferencia de las otras dos, él estaba tranquilo. Parecía relajado ante la situación de testificar.
- Relate por favor los hechos del reloj descubierto.
- Estaba haciendo mantenimiento a los relojes, es una de mis tareas. Después de revisar más de la mitad de mi área, descubrí uno que debería haber sido retirado pero que seguía ahí, con la arena en su base. Me pareció extraño así que, lo agarré e intenté sacarlo del lugar. Podría haber sido un simple error, si esa persona había muerto, no habría habido problema en devolverlo al depósito para su mantenimiento. El problema fue que no podía sacarlo. Estaba firmemente agarrado como si la persona por la cual la arena debía correr siguiera con vida.
- Así que, lo que me decís, es que el reloj estaba quieto pero seguía funcionando, ¿no es así?
- Sí. Cuando la persona muere, el reloj que cronometra su vida se libera de la pared, pero éste no lo hacía, lo que significaba que la persona todavía vivía. Una aberración a lo natural de nuestro mundo.
- Muchas gracias, eso es todo.
Nuevamente, sin preguntas por parte de Pruns. ¿A qué estaba esperando?
- Ahora llamo a Muerte al estrado.
En ese momento, mi hermana se levantó y salió corriendo de la sala. Había visto la humedad en sus ojos, ella no quería presenciar más esto y era entendible. Yo era culpable y no quería ver cómo me encarcelaban. Me levanté y caminé hacia el estrado. La tensión reinante se podía cortar con serrucho. Subí los escalones y me senté. Broncks se acercó y me miró triunfal, ya tenía el juicio ganado. Mi cara de aburrimiento no podría haber sido más obvia, yo ya sabía que era culpable y esto me parecía una pérdida de tiempo pero Pruns quería hacerlo así que, adelante y que siguiéramos con el circo.
- Muerte, contésteme esto: ¿usted cumplió o no cumplió con su tarea?
- ¿En qué sentido?
- ¿Se llevó el suspiro que tenía que llevarse o no?
- No, no lo hice.
- ¿Y por qué si se puede saber?
- No, no se puede saber porque ese no es el asunto. Ya le dije que no me lo llevé, ¿qué más quiere que le diga?
- La razón por la cual no lo hizo. Le intriga a todos en la corte.
- ¿A la corte o a usted?
- ¿Qué fue lo que pasó ese día?
- Vi como dos autos la aplastaron, dándole a una inocente, un final más cruel que al asesino más sádico y retorcido. ¿Y quiere saber otra cosa? Ese destino fue demasiado, no se merecía eso alguien que nunca en su vida le había hecho mal a nadie.
- Según su opinión.
- Es lo que los humanos llaman "moral". Un inocente no debe sufrir más que alguien que disfruta del sufrimiento ajeno.
- Pero no somos humanos, somos seres inmortales que deben cumplir con la misión que se les encomendó.
- ¡¿Y sólo por eso debo quedarme de brazos cruzados, viendo como una joven con un futuro brillante y un talento espectacular, que posee uno de los corazones más puros que he visto en mis milenios de vida, perece de una manera tan sádica?! ¿ESO TE PARECE CORRECTO? ¡DIME!
A medida que hablaba mi voz iba subiendo de tono, aumentando la tensión de mis músculos, mi cara aumentaba de color, mi furia hervía dentro de mí como el agua en una olla al fuego. La cara de Broncks indicaba que no estaba muy contento por mi contestación. Presentía que estaba cerca de perder el control y me tenía miedo. Era comprensible. Podría haberlo matado en un instante, todos temían a la Muerte, mortales e inmortales. Excepto mi familia.
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Debí Dejarla Morir...
RomanceEl mundo convive en un perfecto equilibrio: nacemos, crecemos, vivimos la vida q está bordada para nosotros y luego la muerte viene a buscarnos... Pero, ¿qué pasaría si, de pronto, la muerte decidiera no cumplir con su trabajo como corresponde? ¿Se...