Cuando llegué al salón me encontré con Alexander, como siempre. Vestido de mariachi, parecía divertido de sí mismo y, por supuesto de mí. Llegué a su altura y me miró de arriba abajo. Se notaba que mi aspecto le resultaba cómico, lo cual era de esperarse, y eso que no sabía ni la mitad de la ironía de mi disfraz.
Virginia apareció a los pocos minutos. Su disfraz de bruja era excelente: un vestido negro ajustado, largo hasta el piso, con flecos triangulares, mangas de tres cuartos con tajo y escote en V. Parecía que estaba usando el vestido de Morticia Adams. Capa negra con rojo y un sombrero negro con una rosa y plumas en rojo, del que colgaba un ligero velo negro completaban el atuendo. Su maquillaje era impecable. No era una calavera, era un maquillaje delicado y perfectamente dibujado con delineador y sombras roja y negra. Su pintalabios era negro al igual que sus uñas. Era digna de ver.
Llegó a nuestra altura y empezó a hablar con Alexander. Su mirada se desviaba hacia mí con frecuencia y no sabía decir si lo que veía le parecía bien o no. De repente sonrió en mi dirección y entendí su aprobación. Solo faltaba Alana.
Me puse a mirar por el ventanal, el cansancio de mis sirvientes me llegaba a raudales, pero ellos resistían. Era increíble lo fuertes que eran, me sentía muy orgulloso de ellos. Estaban manteniéndose como titanes ante los intentos de mis padres.
De un momento a otro todo quedó en silencio. Miré para atrás: Alexander y Virginia no hablaban, miraban para la escalera. Y ahí estaba ella. Bellísima. Bajaba por las escaleras y el vestido hacía desaparecer los escalones bajo la pollera. Ni siquiera se le veían los pies. Parecía frágil como el cristal e igual de delicada.
Su vestido rojo y negro le ajustaba a la perfección, y, si antes solo le había quedado bien, ahora con los accesorios, era simplemente una aparición. La mantilla y la peineta le daban aire distinguido y antiguo que encajaba bien con el esqueleto. Las flores, un aire festivo. Su cara estaba perfectamente pintada. Su calavera era preciosa, con filetes en negro con rebordes de colores rojo en distintos valores, pequeños y delicados detalles adornaban el dibujo principal, haciéndolo parecer aún más delicado. Era simplemente perfecta.
Me acerqué a ella y le extendí la mano. Alana la aceptó y me dejó ayudarla a bajar mientras que, con la otra mano, sostenía la tela de la pollera.
- ¿Cuándo me llevé a una joven tan hermosa?
- Hace mucho, muerte.
- Fue un crimen contra la naturaleza privar al mundo de semejante belleza.
Fui recompensado con una risita ya que pensaba que simplemente bromeaba. Tristemente, mis palabras no podrían haber sido más reales y significativas aunque hubiera querido. Estaba diciendo lo que realmente quería decir disfrazado de broma.
Mientras hablábamos, nos acercábamos a sus padres. Al llegar a su altura, se deshicieron en elogios hacia el arte que Alana había hecho en su cara. Realmente tenían razón, era una obra de arte maestra. Estaba destinada, aunque no por mi madre, a ser una gran artista, digna de reconocimiento mundial. Realmente su talento la hacía merecedora de respeto y admiración.
Virginia quiso hacer unas fotos y, como yo no debía salir en ellas, me ofrecí a sacarlas, declinando la oferta de aparecer cuando me lo ofrecían. Solo me saqué dos con mi propia cámara: una con todos y una solo con Alana. Esa última, sobre todo, la iba a atesorar por el resto de la eternidad.
Después de las fotos nos subimos al auto y nos encaminamos hacia el festival. Todos estaban ansiosos y emocionados por llegar, todos menos yo que sabía lo que pasaría en unas pocas horas.
Mientras viajábamos, la música sonaba por los parlantes, intentando lograr que mi cabeza se alejara de esos lúgubres pensamientos. Tristemente eso no era posible, mi cerebro daba vueltas sobre eso una y otra vez, sin dejarme tranquilo. No importa cuánto intentara apartar esas ideas de mi mente.
Yo me volvía loco intentando apartar esas ideas de mí, mientras que, en el otro lado, mis sirvientes volvía a debilitarse; mis padres seguían luchando con fuerza por escapar y les estaba costando mucho retenerlos. Sin embargo lo estaban haciendo con todo, hasta la última gota de fuerza que tenían, y no podía sentirme más orgulloso de ellos.
Envié un poco más de mi energía hacia ellos y me volví a concentrar en lo que tenía entre manos: manejar. Apartado mentalmente de lo que pasaba en el interior de la camioneta, observé el paisaje iluminado por la luna. Estaba llena y dejaba una pátina plateada sobre todo lo que tocaba. A lo lejos se veían las luces del pueblo, la gente ya estaba festejando. Me tomé un minuto para apreciar la belleza de la naturaleza que todavía nadie había profanado, ojalá pudiera evitar que la tocaran, era demasiado hermoso para que lo destruyeran.
Lo mismo pasaba con Alana, era demasiado hermosa, demasiado gentil, demasiado inocente y dulce, como para morir como lo había tejido mi madre. Era injusto, por donde lo miraras. Muchos de los violadores, asesinos y demás, que quedaban impunes, morían de formas mil veces más tranquilas que la que habían pronosticado para la chica que, ahora disfrazada de Catrina, iba sentada al lado mío sonriendo y charlando con sus padres.
¿Cómo era posible que fuera tan cruel? ¿Cómo podía tejer eso y quedarse tan tranquila? No podía entenderlo, no importaba cuantas vueltas diera, era imposible desde cualquier ángulo que se lo mirara. Sé que es mi madre pero, aun siendo la muerte, la crueldad no es parte de mi repertorio. Morir debía ser una experiencia suave, el abandono de una vida para descansar antes de la siguiente. No debía de ser una experiencia mala porque cansaba más a los suspiros; ojalá mi madre no fuera tan cabeza dura con eso.
Nos acercábamos al destino. Las luces se hacían cada vez más intensas y la música sonaba a notas esporádicas. Alana y sus padres charlaban alegremente mientras la camioneta avanzaba hasta la fiesta. Era una lástima que no pudiera sentirme tan dichoso como ellos.
¿Qué era lo que estaba diciendo? Eran mis últimos momentos de libertad y con Alana, tenía que disfrutarlos, no andarme con lamentaciones. Decidí que era momento de un cambio de actitud, disfrutar de lo que me quedaba antes de que el juicio cayera sobre mí. Disfrutaría de mis últimas horas con Alana y después me enfrentaría a lo que correspondía.
Al aceptar esto, me relajé y suspiré con tranquilidad. Sentí que algo me tocaba y desvié la mirada hacia mi mano. Alana había entrelazado sus dedos con los míos y me miraba con una sonrisa dulce y tranquila. Eso reforzó mi determinación de que lo que estaba haciendo era lo correcto. Le devolví la sonrisa y, alzando su mano hacia mis labios, le planté un beso suave, era tan delicada y hermosa...
- Ya casi llegamos. Espero que estés lista.
- Por supuesto que sí, y estoy ansiosa. – Su sonrisa hacía que todo valiera la pena, no me arrepentiría nunca de nada de esto, ni aunque terminara peor de lo que podía esperar. – Será la mejor noche de todas.
- Sí, va a serlo.
Tan dulce, tan tierna, tan inocente, no me arrepentiría jamás de lo que hice.
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Debí Dejarla Morir...
Roman d'amourEl mundo convive en un perfecto equilibrio: nacemos, crecemos, vivimos la vida q está bordada para nosotros y luego la muerte viene a buscarnos... Pero, ¿qué pasaría si, de pronto, la muerte decidiera no cumplir con su trabajo como corresponde? ¿Se...