15. Peleas clandestinas y ataques

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Anya

Abrí los ojos perezosamente, sentí el calor y amor alrededor de mi cintura: era Tobías. Me giré para mirarlo, su rostro tan tranquilo... daban ganas de comerlo. Durante un rato le acaricié su pelo cobrizo pero un ruido me sobresaltó y me hizo caer de bruces al suelo, Me di cuenta de que mi hermano estaba en el umbral de mi habitación.

—¿Qué coños te pasa? —pregunté enfadada—. Casi me matas de un infarto.

—A la cocina en diez, y vístete. Lo necesitarás —su tono era frío y firme, ni unos buenos días, ni cómo me sentía.

No quería irme y dejar solo a Tobías, pero me preocupaba mucho la actitud de Nicolás, así que me vestí con una camiseta negra y una camisa de botones encima, unas bermudas caqui y unas conversé negras. Me recogí el cabello con una coleta alta, tomé las llaves de mi auto y las guardé en mi bolsillo, le di un beso en la mejilla a Tobías y le dejé una nota disculpándome; bajé las escaleras y encontré a Nicolás y Marcus en la cocina. Me senté en el taburete.

—Bueno, ¿qué ocurre?

—Vamos a internar a tu padre y necesitamos que tú nos ayudes a sacarlo de la miseria en la que vive —me quedé sin respiración, tenía el corazón desbocado. ¿Había oído bien? A mi padre lo iban a internar en rehabilitación, no podía creerlo. Otra vez me abrieron una herida que tenía en mi pecho.

—¿Qué? ¿Por qué me necesitan a mí? —pregunté, tratando de aparentar calma.

—Porque sí —dijeron Nicolás y Marcus al mismo tiempo, irritados.

—Ayúdanos. No lo hagas por nosotros, hazlo por Lucy. Ella no necesita vivir más así, sus pesadillas son más frecuen...

—¡Basta! —Grité—. No volveré a entrar en ese infierno donde mi padre se está pudriendo.

—No digas eso, tu padre te ama —dijo Marcus.

—No, yo ya no tengo padre. Él para mí no existe más, después de lo que pasó con mamá —dije sollozando.

—No digas eso, por favor Any —dijo Nicolás.

—Tú más que nadie, Nicolás, sabes lo que pasó la última vez que entré —inconscientemente toqué mi cabeza donde estaba la cicatriz que mi amoroso padre me había hecho con una botella de Jack Daniels. Nicolás me miró con lástima—. No quiero su autocompasión —dije fría y seca.

—Lo vas hacer sí o sí, Anya —dijo bruscamente Marcus y se acercó a mí, intimidándome.

—¡No lo voy a hacer, y punto! ¡Tú no eres mi padre para decirme que hacer! —dicho esto, Marcus me dio una sonora cachetada y mi vista se nubló con lágrimas.

—¡Lo vas a hacer, la decisión está tomada! Eres una inútil, ¡no sirves de nada! —dijo firme, tomándome fuertemente del brazo; chillé. Nicolás apareció en el acto e hizo que me soltara, pero de la nada Marcus golpeó a mi hermano en la cara, dejándolo en el suelo.

—¡Eres un monstruo! —grité, cerrando mis puños hasta que mis nudillos se pusieron blancos.

—No, tu padre es el monstruo —reaccioné dándole dos puñetazos en la cara y pateando sus bolas. Lo tomé por el cuello de la camisa y dije:

—No vuelvas a hablarme de esa manera, ni mucho menos acerca de mi padre. Por el momento me iré para que puedas pensar con claridad. Te advierto, no me subestimes. Imbécil —dicho esto me levanté y me dirigí a la puerta.

—Llamaré a la Policía y te voy a denunciar. Lo sabes, ¿verdad? —me detuve en seco, pero no me di la vuelta y cerré la puerta con gran estrépito. Sabía lo que iba a pasar pero no lo pensé demasiado porque me daba igual. Divisé el auto de Tobías que estaba en frente de mi casa. Lágrimas de ira salieron de mi rostro y fue tanta la ira que rompí el cristal del copiloto. No tenía control sobre mi cuerpo, grité y grité, pero me importó, así que me dirigí hacia la escuela, en busca de mi auto. Al llegar a la escuela, tomé una piedra y destrocé un vidrio del instituto.

Mi Vida Muy Normal A las OtrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora