Pesadillas y Secretos

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Yo no inventé YGO, ni sus respectivos personajes

Tuvo una pesadilla horrible, o quizás no tanto, pero no quería pensar en ella. No era como las otras, simplemente era extraña, algo que lo inquietaba. Rozaba sus labios con el brillo del mañana cubierto por las cortinas de la habitación de su jefe actual, la cama amplia y cómoda en la que estaba sentado, con las sabanas cubriendo sus rodillas; la cabeza que le pesaba como sí le hubieran colocado una piedra sobre esta.

De nuevo se despertaba sin recordar bien nada de lo que había ocurrido anteriormente. Se sentía pegajoso, sudoroso, sucio, pero más que nada... Avergonzado. Como sí hubiera algo del que tendría que sentirse incómodo.

Ah, por supuesto, la pesadilla. Había soñado que besaba a Seto Kaiba, no sólo era una idea ridícula, sino que era terrible. ¿Cómo besaría a su torturador? A pesar de que muchas veces su corazón fue cautivado por la atención que recibió del mismo, eso fue nada más porque lo necesitaba; se sentía solo y el castaño apareció en un mal momento para mostrarse amable.

Pero jamás olvidaría lo que hizo con él y su hermano. Aún cuando posiblemente se sintiera culpable de ello, seguía estando tan sucio como Gozaburo.

La pregunta era, ¿Por qué soñó que besaba al ojiazul? ¿A un hombre? De todas las personas, su mente le jugaba una mala pasada.

Sacudió su cabeza, frotando su cabello desesperadamente con sus manos. Jamás iba a suceder algo así con él.

Aunque tampoco se había planteado su vida amorosa, no era algo para pensar ahora.

Quería levantarse de la cama, sin embargo, el terrible dolor en su cabeza no le permitía seguir adelante. Sólo quería acostarse de nuevo, soñar hasta que los días siguieran pasando y llegaran al fin del mundo.

Eso hizo, se acostó, apoyando lentamente su espalda sobre la almohada, cerrando sus ojos, sintiendo como el dolor reducía.

Un golpe en la puerta lo molestó, arrugó la nariz, sin contestar.

—Pase. — Una voz repentina, profunda, grave y conocida lo sobresaltó. ¿Había alguien en la habitación? ¿Cómo no se dio cuenta?

Se volteó rápidamente hacia donde provenía la voz, le hizo encontrarse con la figura de Seto Kaiba sentado en su sillón con un libro abierto en su regazo, mirando su cara de susto.

La puerta se abría y aparecía también el hermano pequeño del mismo, con una bandeja en sus manos. ¿Comida? ¿De nuevo?

Pero otra pregunta mejor; sí se había despertado, ¿por qué Seto no le dijo nada?

—Ah, es bueno ver que estás bien. ¿Le bajó la fiebre? — Esta ultima pregunta, el pequeño de cabellos negros y alborotados se la hizo a su hermano mayor.

A Atem le molestaba que hablaran como sí fuera un paciente, alguien que no tenía poder para responder. —Estoy bien. — Dijo el de ojos amatistas tratando de sacar la mejor voz potente para interrumpir la respuesta de Seto Kaiba.

Los hermanos lo miraron al mismo tiempo, el castaño dejó salir una silenciosa risita. —Me doy cuenta. — Murmuró.

En cuanto Atem escuchó su voz y volvió a mirarlo, no pudo evitar sonrojarse, recordando lo que había soñado. Pues, se sintió tan real.

Seto frunció el ceño ante el peculiar gesto que Atem le había mostrado, apartando su mirada con sus mejillas sonrojadas. ¿Le estaba subiendo la fiebre? Se acercó a él, aun con lo difícil que era para Seto luego de lo que pasó con el beso. No quería recordar eso. Quería hacer como que no pasó.

Lamentos EternosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora