El poder del apellido

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Yo no inventé Yu-Gi-Oh! ni sus respectivos personajes

Un pasillo extenso y amplio, oscuro con nada más que un escritorio y estantes que contenían demasiados libros. De pie en el centro de la habitación, lo miraba caminar a su alrededor, escondiendo los gruesos puños detrás de su espalda. El horrendo olor a tabaco lo rodeaba, junto con el sabor a sangre dentro de su boca luego de haber sido golpeado brutalmente en el rostro.

Por alguna razón, en ese momento pensó en cuanto extrañaba los nudillos huesos y pálidos de aquella persona. Por lo menos no tenía un horrible perfume a base de tabaco y alcohol.

¿Por qué pensaba en él en un momento así? Esa misma persona lo había traicionado, y no era nada para sorprenderse, ahora no sabía sí debía pensar en la muerte o la vida que le espera. ¿Tenía que preocuparse en portarse bien? No, estaba quejándose, mirando con sus ojos fijos y filosos como dagas ardientes.

Sí tan solo tuviera una en la mano, sería capaz de clavarla enseguida. ¿Dónde? No estaba seguro.

Por un momento creyó en esas mismas palabras que podrían haberle brindado esperanza. Que el dolor sería parte del pasado, pero eso es obvio que no se puede perder.

-¿Me estás escuchando? – Su voz grave hacía presión en sus oídos. Por supuesto que no lo estaba escuchando, ¿qué debía escuchar? ¿Qué era un miserable? ¿El poder del apellido?

¿Cómo un simple apellido podía tener poder? El poder se mantiene en el espíritu y surge de la voluntad y acciones de la persona que lo utiliza. No se tiene poder por un nombre.

¿De qué servía escucharlo? Sí de una u otra manera todo pensamiento del mismo será ignorado y usado para atacarlo, herirlo hasta que su existencia desaparezca. El silencio era la mejor opción, y hacerse el sordo era su defensa, pues sí lo escuchaba no podría controlarse a sí mismo.

Una fuerte mano toma su mentón. Era tan grande que podría cubrirle la cara entera, pero sólo apretaba dolorosamente sus mejillas obligándolo a levantar la mirada. Y que terrible era mirar ese rostro tan repugnante. ¿Cuántos crímenes habrá cometido?

Bien, le daba la razón a Kaiba, Gozaburo parecía ser un ser cruel y despiadado. Podía sentirlo en su forma de hablar y de moverse. –Gritaste todo este rato y ahora no vas a decir nada. —Dijo con su voz ronca.

Atem se limitó a no contestar.

Esas gruesas manos lo soltaron, caminaba ahora el hombre en traje elegante, por su escritorio para tomar un libro bastante ancho. Lo abría y pasaba las hojas, posiblemente leyendo, aunque con total indiferencia. Atem lo observaba, apretando sus puños, queriendo anticipar su próximo movimiento.

Pero era imposible hacer algo así, no se sentía capaz. Recién había terminado de descubrir el punto débil de su jefe anterior y ahora debía lidiar con uno nuevo y peor. ¿Cuál sería su futuro?

Gozaburo sostenía el libro y caminaba hacia el joven de cabello tricolor. Tapa dura, de un color verde oscuro con bordes dorados. No llegaba a leer el título, ni tampoco era de su interés en estos momentos. No sabía por qué temblaba ante el silencio del mayor, no sabía por qué sentía temor.

De pronto sintió una fuerte presión detrás de su cabeza que lo obligó a caer al suelo, sintiendo un profundo mareo que lo debilitó más que cualquier latigazo que Kaiba podría darle. Sólo podía ver ahora de forma muy borrosa a los zapatos negros y lustrados del hombre que lo acababa de golpear, y el libro cayendo al suelo, con la tapa abierta y las hojas moviéndose descontroladamente hasta que permaneció quieto.

Lamentos EternosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora