Willhelm II

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"Es de madrugada y el fuego sigue ardiendo.

Encontré a la última persona en todo Yligon, atrapada en un bloque sólido de hielo con forma de flor. Frente a ella había algo que los eruditos llamarían 'círculo mágico', un dibujo de runas y formas carentes de sentido para la persona promedio... o para cualquiera, letrado o no.

Conozco los idiomas de Obrosh y no había visto algo como esto en escrito alguno, si no es un dialecto oculto, al menos es de más allá del mar.

Usé uno de mis ácidos para romper la madera en que se hallaba este escrito, eso sirvió para que el hielo cediera.

La niña está junto a mi fogata, la cubrí con la mayor cantidad de pieles que tenía a mano. Increíblemente tenía pulso, pero sigue en un profundo sueño, por lo que voy a esperar a que se despierte, si es que sucede. Si no, no tengo claridad sobre qué hacer, me rompería el corazón dejarla abandonada en este lugar maldito."

Día 24 del mes del roble, primer año luego de la caída de Yligon.

-Diario de viaje de Willhelm, alquimista real de Opirion.


Probablemente no faltaban muchas horas para el alba. Arrojó las últimas ramas secas al fuego y cerró los ojos ahí, sentado sobre la tierra, deseando que la fogata sobreviviera hasta el amanecer. Separó nuevamente los párpados, cada vez más cansados, miró el fuego, miró a la niña dormida boca arriba y juntó los párpados.

Lo despertó el peso de su propia cabeza, no supo decir si se había dormido o si estuvo a punto de hacerlo. Tampoco tuvo el tiempo de preguntárselo, pues su vista se enfocó en lo que quedaba de fuego, que no era mucho, para luego pasearse hacia el caballo y, por último, hacia la chica. La diferencia esta vez fue que otro par de ojos rojizos lo miraban de vuelta.

Se sobresaltó al verla ahí, aún estaba tendida, pero ahora de costado, examinándolo.

―¿Puedes hablar? ―fue lo primero que se atrevió a decir ―¿Tienes hambre...?

Al hablar notó dos cosas. La primera, tan pronto como ella escuchó su voz, entrecerró los ojos sin apartar la mirada de él; la segunda, bajo las pieles movía sus piernas rítmicamente, como si caminara mientras estaba acostada.

Por fin interrumpió el silencio.

―¿Y los otros?

―¿Qué otros? ―preguntó perplejo ―¿La gente de la ciudad?

La muchacha observó a ambos lados del alquimista. El sol ya salía y la nueva luz le dejó ver que sus ojos eran de color miel, el tono del cabello ya se distinguía mejor, era castaño oscuro, y su piel ya adoptaba una tonalidad más rosada, menos muerta.

―No importa ―respondió con hostilidad, luego esbozó una sonrisa extraña, parecía confiada ―En menos de una hora, cientos de soldados van a aparecer por ahí para entrenar. ―Lo miró directamente a los ojos―. ¿De verdad esperabas otra cosa?

No pudo hacer más que sonreír con amargura, era evidente que esa persona no tenía conocimiento de lo que había pasado hace un año en Yligon.

"Bueno, nadie lo sabe", pensó.

―¿Puedes caminar? ―preguntó, haciendo caso omiso a sus amenazas.

Ella lo miró con desconfianza, luego apoyó una mano en el suelo y se incorporó sobre las rodillas. Estaba empezando a hacer el esfuerzo para ponerse de pie, cuando le dedicó una mirada dubitativa.

―¿No vas a detenerme?

―¿Debería?

Por respuesta frunció el ceño, se elevó lentamente y gimió, como si el solo acto de depositar su peso sobre los pies fuese un desafío, pero lo logró. Ahí estaba, mirándolo desde arriba, con el sol naciente a sobre la parte izquierda del rostro y las pieles caídas a sus pies.

―Si te dijera no me creerías, pero dado que estás de pie... ―Él mismo se levantó del suelo―. Es mejor que veas esto.

Llevaba las riendas del caballo y se fijaba en el rostro de la niña mientras recorrían a paso lento las calles fuera de los terrenos del palacio. Calles de que quizá un día estuvieron llenas de personas y comercio ruidoso, ahora estaban muertas, excepto por el rítmico sonido de las pezuñas contra la piedra.

La vio apretar la mandíbula, no desesperaba en apariencia, pero eran sus ojos los que buscaban con locura algo, lo que fuese, en cada rincón, cada puerta, cada ventana...

De pronto un chillido interrumpió el ruido de su marcha. Un gato negro se asomó por una esquina, con una rata gris apretada en el hocico, al verlos a ellos corrió de vuelta a su callejón.

―La ciudad completa parece estar así, en otros lugares no hemos sabido nada de Yligon en el último año.

Si pretendía contestar, lo hizo solo asintiendo con la mandíbula apretada, mirando al suelo. Volvió a hablar más tarde, cuando su recorrido los llevó hasta una especie de parque.

―Tengo algo que hacer ―dijo, y se fue trotando, dio la vuelta a una esquina cercana y la perdió de vista.

"El pánico se manifiesta de distintas formas"

Se acercó a una banca de piedra junto a la hierba, que crecía sin control. Dejó pastar al animal y se sentó a observar la zona. El parque era muy amplio, probablemente casi tan grande como los campos de entrenamiento que había visitado antes; exceptuando los pocos asientos ubicados en los bordes del terreno, éste estaba casi completamente despejado, solo destacaba en el centro un estrado de piedra tallada que medía un par de metros y tenía una angosta escalera.

"¿Para discursos quizás?, bueno, ahora es de ellos", pensó mientras se fijaba en que algunos animales de ganado pastaban en libertad: caballos, mulas y una vaca.

La paz del lugar era casi palpable, pero Willhelm se sentía intranquilo, una cosa era encontrar un lugar apacible, pero otra era confundir ese cementerio de lo que un día fue una ciudad con un destino para vacacionar. Para distraerse, sacó el libro que tomó de la torre, el de cuero marrón y que contenía un bestiario incompleto, lo hojeó sin mucho interés, hasta que notó que el final de lo que estaba escrito no tenía un título específico. Eran párrafos cortos y distantes entre sí, tenían fechas.

"¿Matar a un dragón?, ¿sencillo?, los yligoneses se confiaban demasiado", pensó al leer los primeros, pero a medida que avanzó, el tenor de lo que allí leía se iba oscureciendo, al igual que sus ganas de reír. Ahí estaba la primera pista que había encontrado sobre el destino de Yligon.

La perdición de YligonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora