Alina V

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―¡Vamos!, ¿esperas una invitación? ―Ser Tobías sostenía una espada y escudo de entrenamiento idénticos al armamento que Alina portaba en ese momento. El caballero tenía las rodillas levemente flexionadas y los ojos entrecerrados tras el yelmo.

Alina no hizo caso a sus provocaciones, se movió hacia los costados, intentando rodearlo lentamente. Él se giraba, siguiendo su trayectoria. De pronto, al momento que iba a dar otro paso hacia la derecha, en lugar de poner el pie sobre la tierra, se lanzó hacia el frente, la espada roma fue bloqueada por el escudo del caballero, pero no había tiempo para pensar, ella desvió un ataque con su escudo y volvió a probar suerte con su siguiente golpe, ahora fue por una pierna, pero la espada enemiga se interpuso. Alina dio un paso atrás.

―¿Ya terminaste?

―Apenas estoy empezando ―dijo al tiempo que volvía a cargar contra Páramo. Una sucesión de golpes fue a dar contra el escudo, izquierda, derecha, izquierda, derecha; parecía no haber tiempo entre cada ataque. El caballero bloqueó cada intento de Alina con facilidad, pero no le dejaba tiempo para contraatacar. Su plan era hacerle pensar que aquello consistía en un ataque desesperado, pero luego de una sucesión rítmica de los mismos movimientos predecibles, ejecutó la estrategia: en vez de dar el golpe a la derecha, dio un paso rápido hacia su izquierda y le dio un golpe en la mano de la espada. La satisfacción duró poco, el hombre embistió el arma de Alina con su escudo y, una vez desviada el arma, cogió el brazo de la chica con su mano libre. Tenía una fuerza bestial, no pudo liberarse.

―Ríndete.

A pesar de estar acorralada, recurrió a la desesperación, pateó una pierna de Ser Tobías al mismo tiempo que lo empujaba con el escudo, pero no logró derribarlo.

―Bien, me rindo.

Ése era el último día de entrenamiento, habían concluido las dos semanas. Veinte días bajo la mirada estricta de Tobías Páramo, pero en ninguna sesión de entrenamiento había logrado vencerlo. En ocasiones lo golpeó, pero nunca fue suficiente y él siempre tenía algún contraataque preparado, como si supiera de antemano que ella iba a acertar un ataque. Le hubiese gustado seguir aprendiendo del hombre. Aunque ya había memorizado sus patrones, no era suficiente, ya que incluso sabiendo lo que iba a hacer, la fuerza bruta del caballero, por su tamaño y masa, la superaban. Ella era razonablemente alta y tenía músculos más desarrollados que otras muchachas de su edad, pero seguía siendo una mujer de contextura delgada, con tan poco peso no podía hacerle frente a una bestia como Ser Tobías. Ser mejor que el promedio no bastaba.

―Suficiente.

Ése era el fin. No tenía claro qué vendría más adelante, incluso llegó a pensar que el término del entrenamiento también significaría que se había acabado la hospitalidad del príncipe y que ella y Will debían buscar otro lugar para quedarse o marcharse del pueblo. De todas formas, no tuvo que armarse de valor para preguntar lo que quería saber.

―¿Y ahora qué?

―Mañana... ―El hombre se rascó el bigote grisáceo―. Mañana hablaremos. Sigue con tus actividades como siempre.

Siempre lo veía así, pensativo y misterioso, como si leyera un gran plan dentro de su cabeza, pero no lo compartiera con el mundo. Le recordaba un poco a Will, pero eran marcadamente distintos, este último siempre decía lo que pensaba, a pesar de que se tomara tiempo para leer su libro mental.

El resto de su día transcurrió normalmente. En el combate montado le fue tan bien como siempre, su lanza daba en el blanco sostenido por el muñeco hecho de madera y sacos de arena, el cual, al girar, nunca lograba golpearla. El maestro de armas solía elogiarla y decir que gran parte de su éxito se debía a que sabía montar bien, aunque Troncos no era tan rápido como un caballo entrenado para la batalla, antes de salir de su hogar se había dedicado a tirar de pequeñas carretas con carga ligera. Muy por el contrario, el tiro con arco se le hacía difícil, al comienzo le costaba tensar la cuerda y lograr que la flecha no cayera inerte al suelo. Ahora podía disparar, pero rara vez el proyectil iba a dar donde ella quería.

La perdición de YligonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora