―Aquí me tienes, aprovecha bien tu tiempo.
Cada vez que escuchaba a Ser Tobías hablar, sentía que no le interesaba nada de lo que ella pudiera decir, lo que usualmente le hacía perder toda iniciativa de empezar alguna conversación. Esta vez no sería así.
―Cuando nos conocimos le hablé de lo que pasó en Yligon, pero nunca me dijo por qué un paladín de la guardia real está sirviendo en un lugar como éste ―se atrevió a decir. Sentía una extraña vibración, sabía que eran los nervios, pero hizo lo posible para mantenerse firme.
El hombre dejó de prestar atención a sus pergaminos y volvió a mirarla. Como estacas heladas, sus ojos fríos se clavaron en los de Alina.
―Estoy sirviendo al reino ―sentenció, cortante.
"¿Cómo puede servir al reino mientras se sienta aquí, sirviendo a un príncipe extranjero?".
―¿Cómo? ―fue todo lo que le salió.
―El rey Aarón era mi amigo ―comenzó a relatar mientras se apoyaba sobre los codos y entrelazaba sus dedos―. No solo era mi rey. Como parte de su guardia, tenía un contacto directo con él y en estos últimos tiempos él se había comportado un poco extraño.
―La declaración de guerra... ―murmuró sin querer.
―Sí, eso fue lo último, lo que ustedes vieron ―respondió, asintiendo―. Después de aquello pensé que se iba a tranquilizar o que podría disuadirlo de cualquier otra cosa... Pero no. Sus ojos se desviaron hacia Puerto Naranja. La misma noche en que nos contó de sus planes, abandoné la ciudad para advertir... ―Alina pudo ver como los dedos del caballero se ponían más rígidos― No podía permitir que ocurriera de nuevo.
―Entonces así fue como escapó a esa noche.
―Adelante, llámame traidor. Un caballero debe proteger al inocente, sea quien sea, yo tomé mi decisión.
Por supuesto que Alina no se atrevería a sindicarlo como traidor, incluso si de verdad lo creyera. Lo que Ser Tobías había explicado era cómo pudo escapar de lo que había ocurrido en la capital de Yligon, pero no terminaba de resolver todas sus dudas.
―Sigo sin entender... ¿Por qué sirve al príncipe mercante?
―Es un favor ―señaló, recuperando gran parte de su compostura―. En algún momento va a prestarme hombres para retomar la ciudad.
Bien podría haberle dicho que iba a ir a la guerra, porque Alina habría quedado igual de sorprendida y confusa.
―¿Recuperarla para quién?, ¿y de manos de qué?
―El príncipe Leonardo sigue en Garridion como pupilo. Tengo el deber, como último paladín de Yligon, de reocupar sus tierras y coronarlo rey. ―Parecía que los ojos celestes del caballero habían ganado un brillo extraño. Estaba lleno de determinación―. Cuando eso ocurra, espero que estés a mi lado también.
―Sí, señor ―respondió ella con rigidez.
―Ya tienes tus respuestas, vuelve a las rondas. Mañana seguiremos estudiando las runas. ―Había vuelto a su carácter habitual.
Alina respondió con una ligera reverencia y salió de los cuarteles.
La idea de volver a la ciudad no se le había pasado por la cabeza. Intentaba no recordar su hogar y alejar la mente de las memorias de su familia y amigos, pues eran asuntos que le bajaban el ánimo, razón por la que solía dedicarles pensamientos nocturnos para que no la viesen débil. Eso también le hacía pensar que quizá volver a Yligon no sería lo mejor, los recuerdos estarían en cada esquina, incluso si decidía no vivir en la misma y exacta ubicación que antes. A pesar de esto, tampoco sabía qué haría en el futuro ni en dónde se asentaría, su propia casa era el único lugar que podía considerar un hogar. Allí en Puerto Naranja se sentía como una extraña. Una parte de Alina la forzaba a no acostumbrarse a nada y, en lugar de eso, prepararse mentalmente para el día en que tuviera que emprender un nuevo viaje.
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La perdición de Yligon
FantasyYligon, alguna vez un próspero y poderoso reino, ha desaparecido. De la noche a la mañana, los caminos de adoquines, las humildes casas de madera y las grandes torres de piedra han quedado desiertas, sin un alma que pueda contar qué ha ocurrido. Un...