Etanyi II

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El paisaje era similar a la imagen que Etanyi había imaginado. Entre las cordilleras había planicies con ocasionales inclinaciones, usualmente el aspecto del suelo era árido con la presencia de algunas malezas, pero alrededor de las cercanías de algún riachuelo se podían ver pequeños campos de coloridas flores. El lugar era más frío que el Valle, a veces las corrientes de aire helado la hacían encogerse sobre su montura. Ya se había acostumbrado al vaivén acompasado de la mula que le habían entregado en el pueblo, a la que bautizó con el nombre Miti.

―Hace frío aquí arriba ―se ajustó el gorro de lana de oveja color blanco y la bufanda del mismo material que le envolvía el cuello. La brisa hacía ondear el poncho marrón de lana de alpaca que llevaba sobre los hombros y que le cubría hasta los muslos, por lo que el chaleco y la camisa que llevaba debajo no eran visibles. Por último, vestía calzas de lino y botas de cuero para montar.

―El frío es lo que más recuerdo de mi primera salida del Valle ―contestó Gobarra, que cabalgaba a su lado. Él estaba a cargo de la guardia del Valle, bajo órdenes directas de su madre, quien le había encomendado la misión de liderar el grupo de escolta. Gobarra era un hombre alto y delgado, de rostro alargado, pequeños ojos negros y nariz curva, lo que le daba el aspecto de un águila. Tenía una melena de cabello negro que le llegaba a los hombros y la piel trigueña. Iba vestido con un poncho similar al suyo y prendas de cuero.

El grupo de viajeros constaba de siete personas. Además de Etanyi y Gobarra, estaban tres subordinados de este último: los lanceros, Tilel y Cogor; y la arquera, Kilani. Todos ellos montaban mulas, los tres miembros de la guardia del Valle cerraban el grupo a sus espaldas, Gobarra iba junto a Etanyi en el medio y, al frente del grupo, iban dos viajeros de Obrosh que habían estado de paso en el Valle de Celeste: Volkhardt y Giovenzio. Ambos extranjeros vestían armaduras metálicas y montaban caballos, por lo que Etanyi creía que quizá eran caballeros en sus hogares.

―No tiene por qué mirarlos así ―dijo a Gobarra―, solo son viajeros volviendo a su tierra.

―Su idioma extraño me molesta ―frunció el ceño.

―Si dicen algo sobre usted, se lo haré saber ―respondió con una risita.

Eran pocos los que sabían hablar la lengua común de Obrosh en el Valle de Celeste, usualmente eran los comerciantes o encargados de administrar números quienes se preocupaban de aprender ese idioma. A Etanyi se lo había enseñado su padre. A pesar de que era bastante buena leyendo y escuchando, tenía dificultades con algunas palabras inusuales o especialmente largas. Su otra complicación era que, como usualmente practicaba leyendo antiguas historias extranjeras, sentía vergüenza al hablar la lengua Obroshiana frente a otros, pues había un gran paso entre descifrar lo ya escrito e hilar sus propias oraciones.

―¿De qué se ríen tanto? ―preguntó acercándose el jinete de cabello rubio, hombros anchos, rostro afeitado y facciones cuadradas.

―Señor Volkhardt ―respondió sorprendida―, Gobarra me hablaba de su primera vez en las montañas, nada especial...

―No le digas señor a este bruto ―dijo Giovenzio, un hombre esbelto que tenía una melena de risos castaño claro, rostro fino, y un bigote corto y puntiagudo―, luego va a creer que es un lord cuando lo único que sabe hacer es cortar cosas con esa horrible hacha que carga a todos lados.

―Podría cortarte ese bigote de mocoso que llevas.

―Ya quisieras poder intentarlo.

Etanyi rio bajo su bufanda al ver la extraña relación. Gobarra solo soltó un bufido y tiró de las riendas para que su mula fuese a la par de sus guerreros.

La perdición de YligonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora