Una suave brisa llegó desde el sur mientras el sol empezaba a tocar las montañas del poniente, lo cual le recordó que el verano se había terminado. Sintió un escalofrío, el otoño estaba bien, pero era la antesala del invierno, la época que menos le gustaba a Etanyi, ella prefería un verano seco antes que un invierno lluvioso.
En ese momento iba a pie guiando una mula que tiraba de un pequeño carro, el cual contenía pieles y lana de los animales sacrificados recientemente, cabras y ovejas. A sus catorce años, era lo más cerca que había estado de colaborar con el festival del Valle de Celeste, fecha en que el dragón Celeste descendía de su guarida para que se le rindiera tributo. Su madre, Yalilah Sangre de Dragón era la jefa de la aldea, tal como lo habían sido sus ancestros antes que ella. A quien tuviera el liderazgo sobre el asentamiento era también sobre quien recaía la obligación de tener contacto directo con el dragón durante cada festival. Algún día ese deber también recaería sobre Etanyi, lo cual la aterraba, solo había visto a Celeste desde lejos, pero cada vez que lo hacía, se le entorpecía la respiración y entraba en pánico. La chica prefería verse a sí misma como una princesa y soñar con que algún día vendría a pedir su mano un valiente príncipe vestido con una armadura brillante, como aquéllos que describían las historias de los viajeros que pasaban por el Valle, sobre todo los que provenían de occidente.
Etanyi era una niña baja y de contextura delgada, con la piel muy clara, aunque todavía estaba un poco oscurecida en los brazos y el rostro, producto del sol de verano. Su fisionomía estaba en esa etapa en que empezaban a aflorar las formas de mujer, pero todavía emanaba un aire infantil por su baja estatura. Tenía el pelo liso y lo usaba recogido en dos colas que caían por sus hombros hasta llegar hasta los codos. Sus facciones eran redondeadas y estaban adornadas con un par de ojos brillantes y enigmáticos de un tono gris claro.
Luego de entregar la mula y el cargamento de pieles al peletero, se encaminó hacia su hogar. Las casas de madera del Valle estaban adornadas con lienzos y estandartes de color cielo, estos últimos dejaban ver en negro la silueta de una figura semejante a un reptil con grandes alas. La gente que pasaba cerca de ella la saludaba con cortesía e inclinaba la cabeza, rara vez la miraban a los ojos y ella sabía la razón. El apodo Sangre de Dragón de su madre no era una forma respetuosa de referirse a ella, sino una realidad, Yalilah estaba unida por sangre a Celeste, había consumido la sangre de la bestia al menos dos veces: una durante su juventud y la otra durante su embarazo. Este último evento era el que unía también a Etanyi y Celeste, convirtiéndola en la primera vinculada por sangre desde el nacimiento en todo su linaje.
Producto de su unión sin igual, la niña había nacido con el cabello celeste, mismo color que las escamas del dragón, lo que la hacía destacar en cualquier lugar. Todos la reconocían y la miraban como si no fuese humana. Probablemente la única figura que inspiraría un respeto mayor en los aldeanos sería el mismísimo Celeste.
Su casa no era mucho más grande que las demás, ni siquiera los dragones tallados a ambos lados de la puerta la hacían especial, pues esas decoraciones eran normales en el Valle de Celeste. Ella siempre había soñado con visitar los enormes castillos de piedra y metal que los viajeros describían cuando pasaban por el pueblo. Quería experimentar por sus propios sentidos los lugares con los que solo podía fantasear, pero su deber estaba ahí, en ese pueblo que no pertenecía a ninguno de los continentes, accesible solamente para aquellos que decidieran viajar lentamente entre las cordilleras de oriente u occidente. Por describirlo de alguna forma, El Valle de Celeste era una cuenca montañosa que se conectaba a ambos continentes solo mediante cordilleras, no había forma de llegar por mar.
Empujó la puerta y vio a su padre, un hombre delgado y pálido con una mata de pelo negro rizado, al igual que su abultada barba, además tenía los mismos ojos que ella. Era el médico del pueblo, su madre siempre decía que desde pequeño había preferido estudiar antes que cualquier otra cosa. Ahora de adulto, Nidas usaba sus conocimientos para hacer todo tipo de remedios con las plantas que crecían en el Valle. El hombre se encontraba sentado en una pequeña mesa al fondo de la sala, probablemente moliendo hojas. No quiso distraerlo y se fue directamente hacia su habitación.
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La perdición de Yligon
FantasyYligon, alguna vez un próspero y poderoso reino, ha desaparecido. De la noche a la mañana, los caminos de adoquines, las humildes casas de madera y las grandes torres de piedra han quedado desiertas, sin un alma que pueda contar qué ha ocurrido. Un...