Alina II

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Sopa de verduras mezcladas. No le gustaba la sopa en pleno verano, mucho menos después de entrenar, sentía que el cuerpo quedaba caliente y que sudaba todo el resto de la tarde, sin embargo, sí le gustaba el sabor.

Su padre hablaba de que ya estaba en edad de pensar en formar una familia, decía que el hijo del mercader de telas tenía apenas un par de años más que ella y que, supuestamente, tenía buena cabeza para los números, por lo que le convenía apostar por un hombre así.

Ella se negó, no estaba interesada en esos asuntos, quería hacer el juramento de caballería.

―Deja eso para los hombres, como tu hermano

―¡Él ni siquiera lo intentó!, yo no soy como él. Además, hay historias de mujeres que han hecho el juramento, algunas son leyendas

―¿Y cómo terminaron?, ¡solas!, ¡muertas!

―¡Se casaron con su espada, con su reino!, ¡murieron para que pudiésemos sentarnos aquí ahora!

Su madre habría calmado al hombre, le sirvió vino, no discutieron más del asunto.

Pero allí, frente a esa redonda mesa de madera con una gruesa capa de polvo, todo se veía tan claro, parecía como si hubiese ocurrido ayer. Para Alina había ocurrido ayer, pero en verdad Yligon había envejecido un año sin ella.

"Cierto, ya no sé si decir que tengo 15 años o 16...", pensó y luego se palpó el cuerpo, "Me siento igual que ayer, ni siquiera me ha crecido el pelo".

Se sentó un momento en los primeros peldaños de la escalera y apoyó el mentón sobre las manos. La caminata desde el castillo le había mostrado cómo eran las cosas ahora, la ciudad estaba desierta, abandonada y sucia. Ella sabía que habían ganado la guerra, entonces, ¿por qué?, ¿qué había pasado?

Pensó en el hombre rubio que había dejado en la plaza, al parecer sus sospechas iniciales estaban erradas y no era un secuestrador, se alegró de no haberlo dicho en voz alta, pero aun así no podía confiar en él, con sus extrañas ropas... y su espada.

―¿Espada?

En Yligon las espadas estaban prohibidas, solo los caballeros juramentados podían portar una, razón por la que los soldados luchaban y se entrenaban con lanzas y hachas, entre otras armas. Un caballero la había sumergido en ese profundo sueño y, al despertar, otro hombre con espada la estaba observando.

"Tiene poco sentido, pero no tengo nada más"

Se alegró de ver que su dormitorio en el piso de arriba seguía como la había dejado la noche anterior. Tomó una bolsa de cuero que su padre tenía para los viajes y metió algo de ropa en ella. No tenía nada de valor personal para llevarse, así que solo tomó la daga de hierro de su padre, con la empuñadura de cuero endurecido, y las monedas que pudo encontrar en todos los cajones y vestimentas que revisó. No eran muchas, la mayor riqueza de su familia eran las ovejas, pero los más probable era que estuvieran todas muertas y, de no ser así, de todos modos no habría podido llevárselas.

"Troncos", dijo para sí al recordar al caballo de la casa, "Vi varios caballos pastando en el camino, puede que esté por aquí".

Salió de la casa y se sintió un poco tonta al cerrar la puerta. Se había cambiado el chaleco de lana por uno de cuero acolchado, planeaba hacer otra parada, pero antes paseó por lo que antes fuera el pastizal de su familia. El lugar estaba vacío, la maleza crecía descontrolada y entre las hojas pudo distinguir algunos huesos, cráneos de ovejas.

La perdición de YligonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora