Azur III

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Calor. Calor y mareos.

Las tierras fuera del bosque eran demasiado calurosas, tanto así que incluso la hierba tenía un aspecto seco y amarillento. Ya llevaban algunos días viajando a pie, las monturas conjuradas por Sinaht requerían de un enorme esfuerzo y él todavía no se recuperaba.

―Ustedes podrán pensar que es una gran hazaña, pero apenas soy un sacerdote iniciado ―les había dicho―. Si bien no todos pueden hacer llegar su voz a la diosa, dentro de aquéllos que tienen esa capacidad hubo quienes fueran mucho más grandes que yo.

Azur conocía la historia, se remontaba a los tiempos en que casi la totalidad del continente estaba controlada por las comunidades de elfos. En esa época existían gigantescas criaturas hechas de árboles inteligentes que podían moverse con libertad y que eran capaces de derribar a los arqueros sobre las almenas de un torreón sin mayor esfuerzo. Eran pocos los castillos más altos que esos monstruos. Sin embargo, todo eso había ocurrido hace más de mil años, desde esa época ningún elfo había podido hacer muestra de tales poderes.

―Creo que subestimamos las distancias ―declaró Sinaht.

―Quizá debimos usar tus plantas en esta parte del camino –respondió Carmina―. De todos modos, culpo a Azur.

―Concuerdo ―dijo a su pesar el propio Azur.

Sin experiencia de viaje fuera de El Bosque y solo valiéndose de viejos mapas, era evidente que habían subestimado la distancia entre su tierra natal y el poblado humano que esperaban bordear en algún momento. La capucha de color verde oscuro ardía sobre su cabello, pero la tenía sobre la cabeza de todos modos, pues necesitaba evitar el impacto del sol. Se llevó una mano al rostro para quitarse algo de sudor.

―¿Agua? ―Carmina le ofrecía el pellejo que todavía tenía algo de líquido.

―Gracias. ―Asintió y bebió un trago, pero no lo disfrutó.

"Está caliente".

Cada paso le hacía arder la planta de los pies, sentía que el único descanso era el breve momento en que levantaba una pierna y su contacto con el suelo se reducía por solo instantes. A lo lejos se veía una arboleda en que podrían descansar, pero seguía distante, cada paso que daba se sentía igual al anterior. Le costó creer que en algún momento alcanzaron la sombra verde. Era una docena de espinos que crecía al costado norte del camino. Despejaron las rígidas ramas esparcidas en la sombra para poder sentarse con tranquilidad. Gracias a la sombra de los árboles, algo de hierba aún mantenía una coloración más cercana verde que al dorado, lo que se sentía como un santuario en medio de ese desierto de pasto seco. Azur se dejó caer de espaldas. Bajo la sombra del árbol el viento se sentía ligeramente más frío. Tendido sobre la alta vegetación, de quizá un tercio de metro de altura, sentía el palpitar de los cansados pies y veía los espacios celestes entre el follaje del espino. Sinaht y Carmina hicieron lo mismo.

Los dolores provenientes del cansancio y el calor no eran los peores pesares que aquejaban a Azur. Los mareos se hacían insoportables, sentía como si no hubiese comido en días. La dificultad del terreno había convertido todos sus intentos de caza en infructíferos, lo cual le negó la preciada sangre que necesitaba para mantenerse cuerdo.

"Tengo que aguantar un poco más", se decía, "ya aparecerá alguna presa fácil".

La especie de su progenitor necesitaba alimentarse de la esencia de la vida de otros. "Una forma amable de referirse a la sangre". Desde niño le hablaban de los salvajes que desataban masacres sobre pequeños poblados humanos con el fin de alimentarse de ellos, además de convertir a los sobrevivientes en ganado para sus granjas de sangre. Azur deseaba de todo corazón que los cuentos fuesen solo exageraciones, pero lo cierto es que no podía mantener la mente clara si no probaba la sangre de vez en cuando. Nunca había probado una gota de sangre humana, pero sabía que la esencia de criaturas que se asemejaran a una persona era suficiente, por tanto, consumía la de animales, pues la energía vital de las plantas no parecía saciar su necesidad. Por supuesto, sus amigos estaban al tanto de esto, principalmente Carmina, que lo había visto crecer junto a ella.

La perdición de YligonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora