Azur I

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El viento hacía bailar las ramas altas de los árboles bajo la luz de la luna, cantando una canción de paz nocturna que ya había escuchado muchas veces. El aroma de los eucaliptos se esparcía por el bosque, combinado con el de la brisa marina proveniente del norte. Al sur se veían dispersas las rústicas construcciones de madera con los cristales de las ventanas iluminados desde adentro. Los únicos caminos que allí había eran los que se generaban naturalmente sobre la hierba, producto del constante tránsito a pie. A los bordes de aquellas sendas de tierra descubierta se ubicaban delgados arbustos de no más de dos metros de altura, los cuales entre sus hojas dejaban ver flores de cinco puntas que, durante la noche, emitían una luz amarilla, les llamaban estrellas del bosque.

Él ya se había acostumbrado al paisaje, ahora simplemente pasaba la vista sobre éste sin fijarse en los detalles, era un escenario que había visto miles de veces, sin embargo, le gustaba ese sentimiento de habitualidad en la soledad del bosque, en ese punto donde terminaba la aldea y empezaba el tramo silvestre que llevaba hasta las costas norteñas.

Esa soledad estaba por interrumpirse. Entre las estrellas del bosque se acercaban dos figuras conocidas vistiendo largas capas de color verde oscuro, al verlas dejó escapar un suspiro y se encaminó a encontrarlas.

―El espectro del bosque ―anunció a modo de broma la figura masculina― ¿debería pedir un deseo?

―Entrégame tus bienes más preciados y hablaremos ―sonrió, siguiéndole el juego―. Aunque acepto oro, claro.

―Ah, la codicia humana se deja ver al fin ―respondió la figura femenina fingiendo decepción.

Los tres rieron de su mala puesta en escena.

Eran sus amigos cercanos desde que tenía memoria. A diferencia de él, ellos eran elfos, habitantes nativos de El Bosque, como llamaban genéricamente a aquella región. La figura masculina era Sinaht, un elfo alto, de unos dos metros de estatura, contextura delgada, piel de color claro, cabello plateado ondulado hasta los hombros, con algunos mechones teñidos de verde oscuro; rostro impecable, sin arrugas y con rasgos muy finos.

Por otra parte, la figura femenina, Carmina, tenía un aspecto exótico: su piel era de un suave color azul, mientras que la larga y lisa cabellera, que le cubría toda la espalda, tenía un color rojo intenso, al igual que sus ojos. Era más baja que su acompañante, medía poco más de un metro y medio. A pesar de su contextura delgada en apariencia, Azur ya la había visto sin la capa encima, sabía que debajo escondía un cuerpo atlético y de músculos firmes. Por último, tenía un rostro pequeño y redondeado en el que destacaban sus brillantes ojos y sus ligeramente abultadas mejillas, que le daban un aspecto inocente y cautivador.

Quizás uno de los rasgos más llamativos de ambos eran sus orejas alargadas, delgadas como un dedo y terminadas en punta.

―Me imagino que no están aquí por casualidad.

―Ninguno de nosotros está aquí por casualidad, para ello tendríamos que haber caminado a tientas ―respondió Sinaht en tono solemne.

Azur suspiró profundamente y miró a Carmina.

―¿Por qué siempre tiene que ser así?

―Lo hace sentir importante, ya sabes ―respondió la pelirroja con una sonrisa.

Sinaht se volteó hacia ella y frunció el ceño, la mujer lo miró de vuelta y le tocó la frente con el índice.

―Te vas a arrugar joven ―dijo risueña.

―Y serán rasgos de sabiduría ―replicó apartándole la mano―, pero deberíamos concentrarnos en lo que tenemos entre manos.

La perdición de YligonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora