Azur IV

21 1 18
                                    


―Parece que tenías razón ―dijo Azur―, hasta ahora no hemos visto viajeros.

―Me sorprende que, por una vez al menos, no mintieran. ―Sinaht no tenía mucha simpatía por los humanos, como todos los elfos.

Los desvíos habían terminado por fin. El plan se había alterado totalmente cuando visitaron una de las villas humanas cerca de la costa. Azur y Carmina se quedaron fuera del poblado mientras esperaban que Sinaht les indicara si era seguro entrar, pues dado el color de sus pieles, difícilmente podrían pasar desapercibidos.

―Dicen que ya nadie transita por el camino de los reyes humanos ―había mencionado el elfo cuando se reencontró con sus amigos―, los viajeros usan el de la costa. Los rumores son más conocidos de lo que los sabios pensaban.

Sin mucho debate decidieron volver a cambiar el rumbo. Azur reía ante la ironía de que ninguno de sus planes estuviese saliendo como esperaba. No iban por la costa, se habían acercado a un poblado humano y ahora bajaban hacia el sur por el mismísimo Camino de los Cuatro Reyes.

―¿Escuchan el río? ―Carmina puso una mano junto a su oreja.

―Ya falta poco, quizá deberíamos pasar la noche junto al agua ―respondió Sinaht.

Azur asintió. Hubiese preferido seguir avanzando en la oscuridad, pero los días ya no eran tan malos. Cada vez se veían más nubes en el cielo, salvándolo del vivir otra experiencia indeseable. Al pensar en eso, miró a Carmina y sintió un escalofrío.

―Incluso sin un mapa, tengo una idea de dónde estamos ―dijo Carmina poniendo las manos sobre la fogata―. Tú también querías pasar por aquí, ¿verdad?

―Creí que no podríamos, está muy cerca del camino. ―Sinaht sonrió―. Ahora que no tenemos una mejor ruta, creo que estaría bien visitar ese sitio.

Sus amigos hablaban de un lugar sagrado para su raza. El Bosque del Otoño Eterno era una especie de cementerio sagrado con orígenes un tanto difusos para quienes no eran cercanos a la fe. Sinaht le había explicado que, además de El Bosque, ése fue el único sitio que se salvó de la Gran Tala, la guerra en que los humanos usurparon las tierras de Obrosh casi por completo.

Azur observó su entorno.

―Colinas, un río, tierras que parecen fértiles... Esto es extraño.

―Debería haber al menos un pueblo, ¿no?, los humanos se adueñan de todo lo que ven. Un lugar como éste sería muy atractivo para ellos.

―Tampoco hay pueblos cerca de nuestro Bosque ―dijo Sinaht―, puede que acá también teman lo que no comprenden.

Mientras sus compañeros dormían, Azur le dio otra vuelta al asunto. Tenía sentido que el granjero común fuera supersticioso, por no decir que los humanos tenían razones para temer verse como intrusos en tierras élficas.

"Pero eso no explica todo", pensó observando las colinas que harían de cimientos perfectos para una fortaleza, "Los reyes con sus ejércitos de espadas flameantes no habrían tenido problemas con arrasar un bosque más. Cientos de años pasaron, pero nunca tomaron esa decisión, ¿por qué?".

La fogata brillaba bajo el álamo que los protegía del cielo abierto. La noche estaba nublada y no se veía luz alguna en el cielo. Sin la luna para guiarse, confiaría en su intuición para saber el momento en que terminaba su guardia y comenzaba la de Carmina. Nuevamente se encontró mirándola con culpa. Luego, sus ojos viajaron a Sinaht. Ambos dormían pacíficamente de espaldas al fuego. Como cada noche, les pidió perdón en silencio. A Carmina por lo sucedido y a Sinaht por no confiar en él cuando las cosas se pusieron difíciles. Desde la infancia el elfo había sido la persona en que más confiaba, sin embargo, era imposible que le comentara lo que había ocurrido entre él y Carmina, después de todo Sinaht la amaba desde hace tiempo.

La perdición de YligonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora