XVIII

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Eran las 10:00 de la mañana cuando Natalia abrió los ojos tras haber tenido una pesadilla, encontrándose con la cara de Alba, que aun seguía dormida. Miró al despertador, vio la hora, y se volvió a poner como estaba. Natalia estaba realmente confusa, se había quedado pensando en lo que le había dicho Alba, aunque no solo una cosa de ellas.

Con miedo a que despertara acercó su mano hasta colocarla en su espalda, y se dispuso a acariciar. Aun no eran conscientes de lo que habían hecho aquella madrugada. Ninguna de las dos estaban enamoradas de la otra, según supuso Natalia, simplemente "Atraídas" mutuamente.

Tras unos minutos viendo a Alba dormir pensó en levantarse, y ponerse a fumar un cigarro.

Se levantó, pero recordó un pequeño detalle que se le había pasado desapercibido. Aun estaba desnuda.

Busco su sujetador y unas bragas que tenían en la mochila, las dos prendas de un color negro ceniza, y se las colocó antes de empezar a fumar. Tenía mucho calor, a pesar de que afuera estaba lloviendo como si fuese un torrencial.

Sacó el cigarrillo, y se dispuso a fumar, sentada en un sillón de mimbre cerca de la cama donde habían dormido aquella noche. Mientras fumaba recordó la pesadilla, con la que se había despertado.

Se encontraba en el instituto de nuevo, en aquel de Pamplona donde había estado desde pequeña. Veía a todos sus amigos y amigas, pero había alguien más que no cuadraba en aquel escenario. Era Alba, pero totalmente cambiada. Tenía el pelo largo, de un color castaño y liso. Vestía de negro, siempre con unos pantalones pegados a sus piernas y tops que por poco se le veía un pecho.

Recordó que en el sueño se acercó a ella, como queriéndola saludar tras un verano entero sin verse, pero ella la ignoró, como si no existiera. Natalia intentó llamar su atención varias veces, pero Alba, harta de eso, la empujó al baño y le empezó a agredir. Natalia acababa con un par de moratones, pero esta no quería hacerle ningún daño.

― Te pasa por gilipollas, pedazo de cobarde ―decía Alba en aquel sueño, mientras le cerraba la puerta del baño de golpe.

Seguía en el baño agachada, como si fuese un esqueleto de los que suelen haber en clase de biología, pero en el suelo, sin ningún soporte. Llorando, llorando y auto hiriéndose tras ese momento. Entonces, en aquel momento se despertó.

Natalia miraba la cama mientras recordaba el sueño, aunque no la conociera de mucho sabia que Alba era casi imposible de hacer eso, pero, ¿Por qué lo había soñado?

Alguien saco entonces a Natalia de sus pensamientos, era María, que abría una escotilla pequeña, donde cabía una cabeza y poco más.

― ¡Natalia! ¡Alba! ¡Os he traído el desayuuunooo! ―decía sonriente.

Natalia sonrió al igual que ella, y se levantó del sillón. Se sentó enfrente de la escotilla y recogió los platos, poniéndolos a su lado.

― Buenos días María, ¿Qué tal por ahí?

― Pues nos hemos despertados varias veces por la noche... ―decía irónica.

Natalia, que abrió los ojos como platos ante esa respuesta, no quería ni pensar en por qué se habían levantado aquella noche. Si era por lo de anoche tenía asegurado que se iban las dos a morir de la vergüenza.

― ¿De qué?

― Pues, los rayos supongo ―respondía, se notaba que aun estaba dormida― oye, quiero preguntaros que que tal habéis estado por ahora, pero voy a esperar a que escampé, porque me voy a ahogar de tanta agua sabes.

Rebeldia | albaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora