Una visita inesperada

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Otra semana más pasaba desde la que juró sería la última vez que vería a Steve.

En su cabeza rondaba la idea de la traición, en su corazón latía la furia de la decepción y en su sangre corría el dolor de la separación.

Repetía en su mente una y otra vez los sucesos con Steve, trataba de encontrar una razón verdaderamente lógica de odio hacia él. Pero solo encontraba la extraña sensación de vacío. Era cierto que Rogers le ocultó e incluso mintió sobre algunas cosas. También era cierto que después de su primera separación no se dignó en buscarlo. Vale que le dio su número telefónico, pero el poco orgullo que le quedaba le gritaba en el oído que debía ser más fuerte y no dejarse seducir más por una fantasía que al final terminaría siendo una agobiante mentira que apuñalaría su ya maltrecho corazoncito y seguramente dejaría agonizantes sus sentimientos.

Sabía, a ciencia cierta, que su mayor miedo era ese angustiante amor que sentía por Steve. Se supone que el amor debe ser todo lo bueno que se le ocurra a un humano, si bien debía existir esa pequeña cantidad de daño y pena no tenía por qué ser tan insufrible.

Sus engranajes mentales marchaban a un ritmo acelerado dando vueltas y vueltas decidiendo lo mejor para salir de esa situación. Maldecía a Rogers, pero al mismo tiempo lo justificaba. Se reía de lo bipolar que podía llegar a ser y solo deseaba regresar con ese bobo y genial hombre de negocios, pero (y es que era ese "pero" la peor palabra que podía encontrar en medio de la oración) recordaba cómo de los labios de Steve escuchó tantas veces la palabra negocios y dinero en medio de las cursis frases amorosas. Y eso le dejaba en una cuerda tambaleante de emociones.

Aceptaba que (tal vez) Steve en realidad lo amaba. Sin embargo, dudaba de ese supuesto amor en cuento el dinero se hacía presente. ¿Y si Steve sólo se aferraba a los millones que lo incluían a él en el premio?

Odiaría y se desmoronaría si ese era el caso.

Gritó frustrado y se dejó caer de panza sobre el colchón un tanto duro de su cama nueva. Porque que maravillosa puede ser la vida a veces y de dormir en un viejo catre con un colchón chillón e incluso con agujeros, pasó a despertar todas las mañanas sobre un nuevo y cómodo colchón con base de cama justa sin sobrantes de madera en ninguna parte. Pero, que más daba la diferencia entre las camas si de todas formas se pasaba la mitad de la noche despierto pensando en Steve Rogers.

—Es un imbécil— Le habló a un peluche de pingüino que por alguna razón que no recordaba decidió comprar un día mientras daba vueltas en un almacén. Se quedó ahí tirado en el colchón con el rostro recostado sobre una almohada y la vista alzada hacía el peluche, cómo si espera una respuesta de parte de este. —Sabes pingu, tendrías un adorable padre rubio y de ojitos azules si no fuera tan idiota. — El pingüino perdió el equilibrio en la cama y cayó sin gracia a un lado. Tony suspiró y decidió dar por terminado ese asunto.

De no haber sido por el molesto timbre que no dejaba de sonar se habría quedado dormido tal cual.

Con el ceño fruncido, su bata de pijama y sus pantuflas azules se dignó molesto en abrir la puerta sin siquiera preguntar quién era el que llamaba con tanta insistencia.

—Te cobraré los daños al tim...—

Tony enmudeció al ver a ese hombre parado en el umbral de su puerta.

— ¿No me invitarás a pasar?

Con la pregunta en el aire y la estúpida sonrisa en los labios del hombre, Tony se hizo a un lado, dejando la puerta bien abierta para que entrara.

Pretty BoyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora