Amores que matan (David Vildoso Lemoine)

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Llevaban algo más de dos años de noviazgo y ya tenían planes para contraer nupcias

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Llevaban algo más de dos años de noviazgo y ya tenían planes para contraer nupcias. Ambos, profesores de Biología, se habían conocido en el trabajo.

De la noche a la mañana, Richard, el novio, había desaparecido. Pasaron semanas, Tania, la novia, no paraba de buscarle; involuntariamente, un familiar de Richard le dijo que él estaba hospitalizado.

En una sala fría y aislada, ella le encontró conectado a un suero rojizo; pero solo era piel y huesos.

—¿Por qué, Richii? ¿Por qué no me avisaste? ¿Qué tienes?...

—¿Es usted su pariente? —interrumpió la jefa de turno del hospital; Tania asintió, solo moviendo la cabeza.

—Venga, que debemos hablar.

A solas, la doctora le comunicó que su novio tenía SIDA. El grito aterrador de Tania se escuchó por todo el hospital. Corrió hasta llegar a la sala donde estaba Richard. A gritos exasperados sacudió al infectado, reprochándole por el engaño y dándole golpes en el pecho.

—¡Basta, señorita!, contrólese. —le dijo una enfermera, sacándole de su histeria.

—¿No ve que está muerto?

Tania enmudeció. Se puso de pie, dejó de llorar y no se conmovió, al saber que Richard había muerto. La enfermera se le acercó más y le preguntó:

—¿Podemos hacerle una prueba de ELISA?

—¡No es necesario! —respondió Tania, llorosa e indignada salió del hospital, para perderse en medio de una llovizna tenue que bañaba la ciudad.

Pasaron algunos meses, eran mediados de septiembre; la primavera había llegado, Tania desapareció, sus familiares seguían buscándola incansablemente. La policía puso avisos por toda la ciudad como persona desaparecida. Pero a la profesora nunca más se la volvió a ver, aunque tiempo después uno de sus colegas afirmó haber visto a una mujer parecida a Tania, en uno de los burdeles de la 12 de octubre de El Alto.

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