La mina de hielo (Roberto Arancibia López)

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De las historias que se pueden contar, ninguna es más extraña que la ocurrida allá por los años de 1635 de Nuestro Señor; referida a la "Mina de hielo".

Todo había comenzado allá en la lejana madre patria, España: Entre sus campos, que rodeaban Valencia, una familia de campesinos vivía holgadamente con el trabajo de sus brazos y los frutos de la generosa tierra. Vecinos eran estos afortunados campesinos de apellido Claros, cuyos padres de dos hijos levantaban cabeza, no solo por su riqueza sino por su generosidad y siempre dispuestos a colaborar con sus vecinos. La manzana de la discordia sería una bella joven de nombre Adela, de belleza sencilla y cautivadora sonrisa, lo que justamente causaría la perdición de un hombre.

Llamábase Néstor Guardia, joven mancebo y vecino de la familia Claros y, por lo mismo, amigo de Rubén y César, ya que frisaban por las mismas edades y el destino había querido que Néstor y César se enamoraran de Adela. Cada uno trató de conquistarla a su manera; sin embargo, la balanza iba irremediablemente a favor de César.

La rabia y los celos enfermizos nublaron la razón de Néstor que planeó con detalle la muerte de su rival de amores. Para no levantar sospechas, se fue de viaje a Valencia con una excusa; sin embargo, por la noche acechó los campos cercanos y caminos que rodeaban la casa de los Claros y, como si el diablo fuese su cómplice en su idea enfermiza de matar a César, le facilitó las cosas. Del camino del bosque apareció César... seguramente venia de regreso de la casa de ADELA; Néstor en secreto había estado practicando con un arco y flechas así que, escondido entre unos arbustos, apuntó su arma y, decidido, segó la vida de César. La flecha disparada por la mano criminal cruzó el espacio y fue a hundirse con saña en el pecho del rival quien, sorprendido, solo pudo ver la cola de la saeta que lo atravesaba y cayó exhalando un suspiro de muerte.

Néstor corrió por los campos como si temiese que César se levantase y estuviese detrás de él para cobrarse justicia. Ya a lo lejos, se montó en el caballo que tenía preparado para huir del lugar, llegó a Valencia aun de noche, se bañó, quemó el arco y las flechas restantes, se vistió y se fue a mezclarse entre la gente de las tabernas.

De regreso a su tierra, luego de una semana en Valencia, en donde incluso cortejó a una moza; lo enteraron de las noticias acaecidas los días pasados: César había muerto asesinado y ya lo habían enterrado: Néstor creyó tener el valor suficiente para vivir su crimen pero de regreso de la visita de condolencia que fue a cumplir con la familia Claros y Adela, algo en su interior comenzaba a ponerlo nervioso. No sabía lo que era así que se fue con el cura de la región.

"A los impíos les llegaré el castigo del más allá, de donde solo Dios conoce los secretos que guardan los hombres", era la frase que empezaba a martillar en la conciencia de Néstor hasta que decidió huir, al no poder enfrentarse con sus amigos, Adela y los Claros, a quienes había arrebatado a su ser querido.

Convenció Néstor a sus padres y familia que del otro lado del océano, en el nuevo mundo, podría forjar una fortuna como lo hacían quienes volvían de esas tierras. Con sus ahorros compró su lugar en uno de los galeones que surcaban los mares, de ida cargados de gente, de vuelta cargados de riqueza.

Pasados los meses de larga travesía por aguas tormentosas y tierras salvajes unas, extrañas otras, y desoladas las más, llegó guiado por las caravanas que partían desde la Ciudad de los Reyes, Lima, hacia la ciudad de Potosí, donde se erguía majestuoso el Cerro Rico.

Con el empeño de un hombre trabajador, pidió tierras para trabajar y le concedieron un terreno casi en la cumbre misma. Pocos eran los que trabajaban tan alto; ante la escasez de recursos con los que contaba y no queriendo levantar su fortuna sobre la base de las deudas, decidió trabajar él solo, acostumbrado como era al trabajo, y en compañía de otras personas conocedoras de la minería, que le indicaban la forma de trabajo, y el Cerro siempre generoso, no tardó en recompensarlo mostrándole el brillo de sus entrañas.

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