Crónicas desde la cárcel (Samuel Elías Hurtado Aguilera)

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Eran las 17:10 del martes 2 de junio del 2015, cuando ingresaba al penal de Palmasola dentro de un taxi tipo vagoneta color blanco, yo iba en el asiento trasero en medio de dos policías vestidos de civil, por el acento dejaban notar que eran del occidente de país y lucían orgullosos las placas de identificación que colgaban en el pecho. En el asiento delantero del auto, otro oficial acompañaba al chofer.

Yo estaba asustado, agoté la batería de mi celular llamando a mis amigos y familiares y como a veces sucede cuando te llegan todas las desgracias juntas, nadie contestaba o tenían el teléfono apagado. Durante el recorrido desde el lugar donde fui preso, hasta llegar a la cárcel, se demoró media hora, tiempo suficiente para derrumbarme anímicamente hasta llegar casi a la desesperación por lo que me esperaba, por lo desconocido. Es imposible olvidar ese largo recorrido mientras era conducido al penal en aquel taxi, el nerviosismo me fue ganando, mis pensamientos se turbaban ante lo incierto y me invadían miles de preguntas:

¿Cómo será estar privado de libertad?, ¿Los presos serán malos como los muestran en la tele?, ¿Qué será de mí ahí adentro?, ¿Cuánto tiempo estaré en la cárcel?, ¿Y mi familia, de que vivirá?, ¿Y mi trabajo?, ¿Qué pensaran de mi los que me conocen?

Sudaba frio y comencé a temblar, me aterrorizaba el saber que mi vida estaba por tocar fondo una vez esté en el interior de Palmasola, una de las cárceles más peligrosas de Sudamérica.

¡Que bruto! ¡Que irresponsable fui, debí pagar a tiempo mis pensiones!

¿En qué pensaba? ¿Acaso no era mi obligación? ¿Acaso no matan de hambre a sus hijos, los padres que no cumplen con sus obligaciones?, ¿Porque fui tan egoísta?, ¿Acaso hace falta estar privado de la libertad para recién darse cuenta de la responsabilidad que implica ser padre?, ¡ya era tarde para los lamentos!

(En nuestro país, se castiga con seis meses de reclusión a los padres que incumplen con el pago de la asistencia familiar y solo recupera su libertad antes de ese tiempo, si cancela la deuda).

En el año 2017, un nuevo proyecto de ley plantea que los padres que incumplan con la asistencia familiar a menores de edad por dos veces continuas o tres discontinuas, teniendo la posibilidad económica de cancelarla, serán sancionados con la reparación económica por el doble del monto fijado. Así lo establece el artículo 198 del proyecto del nuevo Código del Sistema Penal que es tratado por la Cámara de Diputados.

Había transcurrido media hora de mi apresamiento y llegué a Palmasola, la vagoneta se detuvo por unos segundos frente al enorme portón de acero que resguarda el ingreso principal, luego cruzó el umbral y lentamente se dirigió a la gobernación del penal, los policías me indicaron que allí tomarían mis datos personales para registrarme o ficharme, como un interno más del Centro de Rehabilitación Santa Cruz.

Desde el portón de ingreso hasta las oficinas, calculé unos 300 metros que parecían nunca acabarse, al menos eso yo sentía.; Con los ojos casi desorbitados y sin pestañear, comencé a observar el lugar: Primero, no pude desprender la vista de los muros de 6 metros de altura, que encierran todo el perímetro de la cárcel.

La gran extensión de terreno, lucía completamente de color verde por la grama y las malezas que la cubrían. En esos días, al interior de Palmasola, estaban pavimentando su principal vía de acceso por la pronta visita del Papa Francisco, su llegada sería el mes de julio. Los albañiles trabajaban contra reloj y otros hombres, colocaban plantas de motacú en ambos lados de la vía y que servirían de ornamento.

Fue todo un trabajo de "maquillaje" a la fachada de la cárcel y nada más, porque era otra la realidad al interior de cada pabellón, hoy, nada cambió y de nada sirvió.

Miré al lado izquierdo, había una canchita de futbol que por un segundo me hizo recordar mis años de infancia, más adelante, estaba el Pabellón de mujeres o PC2. Muchas personas salían apresuradas porque se terminaba el horario de visitas y se atropellaban con los carretilleros o móviles. Un par de kioscos pintados de rojo completaban el singular panorama.

Casi sin darme cuenta, volqué la vista hacia el lado derecho y divisé varios caballos que comían pasto o grama, no terminé de contarlos porque el auto se detuvo frente a la gobernación, yo seguía escudriñando con la mirada todo lo que tenía a mi alrededor, al lado izquierdo de las oficinas, una gruta pintada de verde en medio de un pequeño jardín, guardaba la imagen de la Virgen de Copacabana, fue en ese instante cuando un policía agarró mi brazo derecho y me ordenó bajar del auto volviéndome a la realidad, mi propia realidad, la que estaba por empezar a vivir...

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