Tres tazas de té (Jorge Antonio Encinas Cladera)

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A Arthur le apasionaban los relatos que hablaban de aparecidos, sangre y muerte. Aquello era parte de su vida; así que cuando abrieron el mausoleo de Lord y Lady Morgan fue uno de los primeros curiosos que esperó, por horas, delante del cementerio de la mansión de aquellos aristócratas.

Decidieron las autoridades judiciales abrir la cripta para que los restos mortales sean trasladados a la abadía de Westminster. Los llevarían allí porque en todo lo que era el Condado de Morganhill habrían de edificar un centro comercial.

Las noticias al respecto aumentaban su morbo, tanto que incluso llegó a soñar que participaba de uno de los saraos que solía celebrar Lady Morgan. Pelucas, plumas y encajes. Los mejores vinos y cuartetos de Minuetos de Händel.

Desde entonces fue para él una obsesión la vida de aquella pareja que no tuvo descendencia. Iba a husmear a la vieja Casona sin resultado alguno, solo alcanzó a visitar sus jardines llenos de maleza seca y vorágine olvidada.

Nunca cumplió su objetivo. Pero; ese día en que todos podrían, por lo menos ver algo de aquello, las autoridades permitieron ingresar a la multitud hasta el lugar donde descansaban Lord y Lady Morgan. Arthur se escabulló entre los presentes hasta llegar, antes que todos, donde estaban los féretros ya abiertos.

Sus ojos se bañaron en un brillo enigmático. Dos momias yacían ante su mirada agria. Pudo convencerse que en ese estado todos somos iguales; sin títulos nobiliarios, dinero y vanidades. Todo lo fatuo se esfuma ante la muerte quedando solo el polvo que mañana será viento.

Se sabía que los nobles eran enterrados con sus joyas y mejores atuendos; empero los Morgan estaban despojados de todo lo que pudiese brillar. Arthur observó los cadáveres; tenían una paz eterna.

Sin pensar dos veces y sin miedo alguno se acercó ante lo que fueron humanos y con decisión tomó uno de los botones de lo que debió ser un elegante traje de Lord Morgan y un pedazo de encaje del vestido de la dama. Aquello fue suficiente para tener un recuerdo de una aristocracia hoy decadente.

No le importó que los otros vengan; encegueció de emoción y como raposa que escapa con su presa, se alejó de la Mansión de Lord y Lady Morgan.

Desde el día anterior estaba nublo; y mientras Arthur se alejaba del lugar comenzó a llover. El cielo se caía. Aun así, continuó caminando hasta la casa que habitaba. Totalmente empapado empujó la puerta que chirrió como cuervo herido. Subió unas escaleras hasta llegar a la buhardilla que le servía de morada.

Al entrar a la misma se quitó la chaqueta mojada, en la que estaban "sus reliquias" y la extendió en una silla desvencijada. Pensó que para contrarrestar el frío debía beber algo caliente. Quiso encender la vieja chimenea que había allí; pero no tenía cerillos.

En una hornilla eléctrica, que estaba en su pequeña cocina, puso a hervir una caldera con agua para preparar un té. Se sorprendió al constatar que no tenía las hojas aromáticas para la infusión; por tal razón, cubriendo su humanidad con un viejo abrigo, se dispuso a salir otra vez de su lugar.

No tardó mucho tiempo; a su regreso notó algo extraño. La chimenea estaba encendida y el agua ya había hervido. Al abrir la puerta de su cocina empalideció. Allí estaban los esqueletos de Lord y Lady Morgan, sentados ante una mesa, esperándole para tomar el té.

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