Él siempre se había considerado un perro fiel. Había sido rescatado por ella hace siete años y le estaría eternamente agradecido. Recordaba cada mañana su anterior vida solitaria y vacía, sin propósitos ni finales felices. Cada noche se acostaba a lado de su dueña y dormía profundamente en paz, con la certeza de que alguien se interesaba por él.
Cariño, cama, comida en abundancia. Todo lo que necesitaba lo tenía. Hacía sus labores de perro todos los días y descansa los fines de semana para pasarla jugando con su dueña.
Así había sido los últimos años, hasta que comenzó a cambiar. La vejez es inevitable hasta para las mascotas más tiernas. Quizás se había vuelto demasiado viejo, quizás ya no podía jugar tanto como su dueña esperaba de él. Se cansaba más rápido, dormía más horas, comía menos y se enfermaba con más facilidad. Un perro no podía ser para siempre, sobre todo si su dueña esperaba tener un niño en la casa algún día.
¿Qué haría con un niño? Si apenas podía correr, no podría jugar con la pelota, ni podría revolcarse con él sobre el pasto. No sería capaz de perseguirlo alrededor del patio, ni de su casa, ni podría acompañarlo todos los días al colegio entre sus labores de perro. ¿Qué podría hacer con un niño?
Pero días después no tuvo por qué preocuparse. Su dueña había encontrado otro perrito más joven y ahora gastaba sus energías con él. Jugaba con ese otro perro todo el día, y para cuando se cansaba, acudía a él y dormían juntos. Como era un perro fiel, no le importaba compartir a su dueña. Ella lo había salvado después de todo, le debía mucho en su vida. Se quedaría con ella hasta la muerte. Además, hasta podría aprender algo del cachorrito, ¿cierto? No tenía que pelearse con él por el territorio. Tenía todo asegurado.
El tiempo pasó, y otro perro más apareció. El perrito anterior había escapado, de modo que ella tuvo que buscarse otro para entretenerse y compensar todo lo que el perro viejo no podía hacer. Por suerte, le seguía permitiendo vivir en su casa. Otra vez, el perro fiel no lo veía tan malo. Él quería aprender de los perritos, recordar de nuevo a correr, a levantar la pata correctamente, a comer sin tragar demasiado, a no rascarse delante de otras personas. Todavía creía tener todo lo que necesitaba en la vida. Compañía, sofá, un plato de comida. ¿Qué más podría desear un viejo perro como él?
No obstante, perro viejo no aprende trucos nuevos. Por más que intentó imitar al perrito nuevo de su dueña, no conseguía ser mejor. Ni siquiera lograba ser suficiente para acostarse a dormir con ella. Con su avanzada edad el perro fiel se había vuelto una molestia, tirado de un lado para otro, ensuciando la casa. Pero él siempre se había considerado un perro fiel, y sus esperanzas e impulsos de vivir estaban atados a su dueña.
Por injusto que pareciera, sus años tocaron fondo la noche que volvió de sus labores de perro y se encontró con su dueña esperándolo despierta en su habitación. Una sola frase le dijo que culminó con todos sus años de esfuerzo y sus ilusiones por concluir su vida tranquilo: "Quiero el divorcio".
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Cuentos, relatos y narrativa
Short StoryEspacio para compartir un momento literario intenso con los relatos de nuestros autores. Exploramos variados géneros literarios y de estilos narrativos muy variados. Acompáñanos a visitar diferentes mundos y momentos expresados en párrafos bien logr...