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Sungho

Ya habían transcurrido veinticuatro horas y ella aún no había tocado mi puerta

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Ya habían transcurrido veinticuatro horas y ella aún no había tocado mi puerta. Esperé todo el día, seguro de que ella vendría, al menos para agradecerme por haberla ayudado ayer. Sin embargo nunca lo hizo.

La curiosidad de saber si ella se encontraba bien, estaba llegando al punto de hacerme sentir desesperado. No sabía si ella había cometido una estupidez cuando la dejé sola en su apartamento anoche. Después de haber escuchado como despreciaba su propia vida, no dejaba de tener malos pensamientos al respecto. Aquella idea me aterraba, porque en el fondo sabía que no debía dejarla allí en aquel estado, al menos debí llevarla a un hospital.

Empecé a caminar de un lado a otro en la sala. Decidiéndome entre sí debería ir a tocar yo mismo su puerta para cerciorarme de que ella se encontraba bien, o si debería olvidar aquel asunto y dejar de involucrarme con esa mujer

No tardé mucho tiempo decidiendo, cuando ya me encontraba saliendo de mi apartamento, con dirección hacia su puerta. Toqué varias veces esperando a que ella abriera. Después de varios minutos en espera, la puerta se abrió ligeramente, dejando ver su rostro pálido del otro lado, en medio de la oscuridad de su apartamento.

—¿Qué quiere? —preguntó con frialdad. Su timbre de voz era forzado, débil.

Tardé unos minutos en ordenar mis ideas.

—Quería...saber cómo estaba.

Ella abrió ligeramente los ojos y frunció su ceño, confundida.

—Anoche le dije que si deseaba hablar sobre cualquier cosa podía tocar mi puerta, pero nunca lo hizo.

Ella abrió un poco más la puerta. Se sostuvo fuertemente, como si su equilibrio dependiera de ésta. Pude ver su rostro con mayor claridad, y no evité sentirme angustiado. Sus labios estaban grisáceos al igual que todo su rostro. Las ojeras debajo de sus ojos eran alarmantes, y por lo visto le costaba mantenerse de pie.

Algo no estaba bien.

—Señorita—

—Escúcheme —me interrumpió. Cuando estuve a punto de acercarme a ella para ayudarle, interpuso su débil y temblorosa mano en medio nuestro, como una barrera—. Le agradezco por haberme ayudado anoche, pero no tiene porque preocuparse más por mí.

Cada vez que articulaba alguna palabra, se veía forzada a cerrar los ojos, como si le pesara incluso hablar.

—Creo que necesita ver un médico.

Intenté acercarme, pero nuevamente me lo impidió, dando débiles pasos hacia atrás.

—Estoy bien—susurró haciendo su mayor esfuerzo por parecerlo. Pero no lo estaba y era obvio.

Llevó una mano hacia su estómago y pude notar cómo apretaba sus labios, conteniendo el dolor.

—Por favor señorita, es obvio que usted no se encuentra bien. Permítame llevarla al hospital.

Dos vidas: Un propósito (Novela cristiana) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora