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Kara

No puedo desviar la mirada de su rostro

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No puedo desviar la mirada de su rostro. Sigo sin poder creer lo que acaba de decir. Intento procesar la situación mirando nuevamente todas las bolsas esparcidas por el estrecho pasillo, y entonces caigo en la cuenta de que es en serio.

Toda la ilusión y la emoción que había sentido horas antes, se habían ido por el retrete.

Él me tenía lástima.

—Está muy equivocado si cree que voy aceptar esto.

De pronto me siento indignada.

Él deja escapar un largo suspiro. Relaja sus hombros y me mira con determinación.

—Va a tener que aceptarlo—afirma.

Dejo escapar una risita irónica que a él no parece causarle mucha gracia, pues su semblante sigue serio.

—¿Quién se cree que es?—pregunto. Esta vez muy molesta—. Agradezco mucho su generosidad pero no pienso aceptar esta obra de caridad como muestra de su lástima.

Ahora es él quien ríe, incrementando mi enojo.

—Aclaremos algo —dice, acercándose a mí. Yo por mi parte, no retrocedo—. No soy una persona que tiende hacer obras de caridad. Si la llevé al hospital y le compré estos alimentos, es porque realmente me preocupé por usted. Así que debería estar agradecida.

Aquello logra enfurecerme más. Aprieto los puños sintiendo la presión ejerciéndose en mis nudillos.

—¿Qué le hizo pensar que yo no tenía dinero para comprar alimentos? ¿Tengo acaso un letrero en la frente que dice "necesito limosna"?

—Me temo que tiene usted razón. No necesita ni mi ayuda, ni ninguno de estos alimentos. Usted lo que necesita es una gran cantidad de madurez.

Hace el amago de darme la espalda para entrar a su apartamento, para dejarme con la palabra en la boca como eventualmente lo haría. Pero en un acto impulsivo que no fui capaz de controlar, lo tomé del brazo, y lo giré nuevamente hacia mí, logrando detenerlo.

Él me mira pasmado y desconcertado.

Quizás crucé los límites al actuar de esa manera, pero en ese momento no pude controlar mis impulsos.

—Llévese esas bolsas con usted, y haga lo que quiera con ellas porque yo no pienso aceptarlas.

Lo escucho respirar profundo y entiendo que ahora esta igual de enfadado que yo. Al mirar sus ojos, y su semblante serio, ya no me siento tan valiente.

—Acéptelo, porque por primera vez en mucho tiempo siento que he hecho algo bueno, no lo arruine.

Quiero protestar. Quiero decir algo para contraatacar, sin embargo no puedo emitir palabra alguna, su cercanía y su mirada profunda están intimidándome.

Dos vidas: Un propósito (Novela cristiana) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora