El Regreso Del Demonio

11. Disculpa

Natsu

Esto no puede ser verdad, es Igneel de quien estamos hablando. Él no haría algo así... ¿verdad?

—Está bien, ya pasó— Lucy intenta consolarme sin tener idea de que no tiene caso mientras aprieta mi mano, pero yo la aparto de un movimiento con más brusquedad de la que pretendía. Aun así, regreso rápidamente a la posición en la que estaba. —¿Natsu? — pregunta con un tono angustiado.

Ya no lo soporto más, tengo que salir de aquí ahora mismo.

—Necesito estar solo— es todo lo que digo con la voz inesperadamente estable, sin ver directamente a ninguno de los dos.

Entonces levanto la cabeza y veo la ventana. Es lo suficientemente grande para pasar por ella, así que no lo pienso antes de dirigirme a ella. En cuanto me pongo de pie me doy cuenta de lo mucho que estoy temblando, apenas puedo mantenerme en pie, pero eso no me importa, sigo sin mirar atrás y abro la ventana. Pongo un pie, luego el otro, me aseguro de que tengo el espacio suficiente y extiendo mis alas un segundo antes de comenzar a batirlas para emprender un vuelo a toda velocidad.

No hay un lugar al que quiera ir, ahora solo quiero apartarme de todo, y así hago. Vuelo lo más rápido que puedo en dirección opuesta a ese hotel hasta estar lo suficientemente lejos como para que nadie pueda seguirme. No sé cuánto tiempo paso así, pero me detengo cerca de un acantilado cuando comienzo a cansarme. Ya he aprendido a aterrizar, así que esto ya no representa un problema, solo desciendo hasta que estoy a una altura segura y me dejo caer.

He estado apretando mi bufanda con tanta fuerza que me duelen los dedos, de hecho, comienzo a preguntarme como es que sigue en una pieza, pero eso deja de importarme en menos de un segundo. De repente tengo ganas de tirarla lejos, lo más lejos que pueda para no volver a verla nunca, para no tener que recordar a Igneel cada vez que abro los ojos. Así que la arrugo en forma de pelota y la pongo detrás de mi cabeza para lanzarla.

Tengo toda la intención que hacerlo, ya he tomado impulso, estoy a mitad de camino cuando me freno de golpe. Entonces una nueva oleada de lágrimas llega a mis ojos junto con un sentimiento de impotencia y arrepentimiento, mientras me dejo caer de rodillas al suelo.

No puedo hacerlo.

Me encantaría poder darle la espalda al pasado, olvidar todo lo que pasé con Igneel antes de que desapareciera, y sobre todo dejar de sentir esto que siento por él a pesar de haber descubierto lo que hizo.

No puedo deshacerme del único recuerdo físico que tengo de lo más cercano a un padre que he tenido, aquel que cuenta miles de veces más que mi padre biológico.

No puedo dejar de abrazar la bufanda que me regaló Igneel, porque sé que, si me deshago de ella, el arrepentimiento que tendré después será mucho mayor al enojo que siento ahora.

Ahora mismo solo me queda gritar, es todo lo que puedo hacer para desahogarme sin terminar haciendo algo de lo que me arrepienta más adelante, así que no me modero en lo más mínimo y grito a todo pulmón. Ya sea por ira, frustración, o cualquier otra cosa que no termino de comprender, esto me sirve para sacar lo que tengo dentro.

Las lágrimas tampoco se han detenido o disminuido hasta que me detengo cuando siento que estoy por quedarme sin voz. Entonces parece que el tiempo se detiene. No hay nada más, solo la silenciosa noche y yo. El cielo está completamente despejado, así que se pueden ver miles de estrellas acompañando a la luna llena.

No sé cuánto tiempo paso aquí y realmente no me interesa. Necesito estar así el tiempo suficiente para poner mis pensamientos en orden antes de regresar. Para cuando decido que es la hora, hay un cambio considerable en mi estado comparando con el momento en el que escapé volando como un cobarde. En ese momento era un manojo tembloroso de emociones, pero ahora estoy bastante calmado. Por supuesto que no puedo pasar esto por alto, el día que vuelva a ver a Igneel tendrá que darme todas las explicaciones que me debe, pero, hasta entonces, no puedo dejar que esto me afecte más de lo que debería.