XXIV - Thalia

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#CuandoEntendimosUnPocoMás

Tal vez nos quedamos porque esto es lo único que conocemos.


- Entonces, - Comenzó Brunner - ¿De que era el pastel? ¿Piper?

- Chocolate y arándanos. -  Ella respondió mirándolo a los ojos. Sus codos estaban apoyados en el pequeño pupitre en frente de ella, sus hombros hacia adelante, aburrida.

Ese parecía ser el humor que nos definía ese día. Aburrimiento.

Yo, particularmente, estaba con la espalda apoyada en la pared, teniendo una mira panorámica de todo el triste salón de clases. Todos parecían que se quedarían dormidos en cualquier momento, pero la que peor se veía era Annabeth. Esa chica parecía que iba a caer muerta al suelo el próximo segundo pero ella seguía sentándose recta como si no se viera como un zombie.

Sus pelo rubio estaba sujeto en una cola de caballo y sus ojos estaban como muertos. Era obvio que  se había pasado la noche despierta, trataba de ocultar sus bostezos pero fallaba terriblemente. ¿Qué mierda hace esa niña por las noches? Me pregunté.

- ¿Comiste el pastel o hiciste que alguien te dijera su sabor? - Brunner volvió a preguntarle a McLean.

- Si. Comí el maldito pastel. - Bueno, ella no sonaba feliz.

- Genial. ¿Podemos irnos ya? - Dije impaciente

- ¿Tiene un evento al que atender?

- Si. En mi cuarto. Con mi cama. Se llama dormir. - Gruñí.

- Si, pueden irse. - Me levanté de mi asiento y emprendí mi camino hacia la salida. - ¡Buena suerte en tu recital, Annabeth!

- Umm... Gracias señor Brunner.

Todos me dejaron salir antes, pero Jason comenzó a seguirme y a gritar mi nombre por todo el pasillo. 

- ¿Que mierda quieres ahora?

- Thalia, necesito que cuides a mamá. Tengo practica con el equipo y luego un turno en el mercado. - Me dijo a una velocidad más rápida de lo usual. Supongo que sabía que el pedido no sería de mi mayor agrado.

- ¿No escuchaste, Jason? Quiero ir a dormir. 

- Lo sé pero... por favor. Papá no está en casa y...

- Por supuesto que no está. - Lo interrumpí. Él se me quedó mirando. - Bien supongo que no tengo opción. No me dejará dormir si no estas ahí de todas formas. - Suspiré resignada.


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Tenía un obvio resentimiento hacia mis padres y no creo  que fuera difícil de entender por qué. Mi padre era un adicto al trabajo con intereses femeninos de menos de 30 años y mi madre una alcohólica hundida en la depresión que idolatraba a mi padre como si fuera el mismísimo dios Zeus. 

No siempre fue así. Cuando mi hermano y yo eramos pequeños, mi madre era como la perfecta ama de casa americana, como de esas que se ven en los comerciales. Ella y mi padre se adoraban, íbamos de vacaciones a la playa seguido y él jugaba al fútbol americano con nosotros. Decían que yo era su princesa y Jason su campeón, qué seriamos los mejores en lo que hiciéramos. No duró demasiado.

Poco a poco, a medida que íbamos creciendo, la fantasía de la perfecta familia se rompió y nos separamos como un vaso que cae al suelo y todos los pedazos de vidrio saltan y terminan alejados los unos de otros. Ahora lo que quedaba de esa familia ideal era la fachada que mi padre quería mantener en frente de todos.

Hacerte CambiarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora