Capítulo Cuatro

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El Heredero

Capítulo Cuatro

Peter se arrellanó en el tapizado del asiento del coche y se cubrió la boca para disimular un bostezo. Había tenido que madrugar para estar listo y desayunar con su padre cuando el sol temprano del verano comenzaba a levantarse. Se había vestido de traje negro y pañuelo a tono, botas altas y una galera, que ahora yacía a su lado en el asiento. Su progenitor, ubicado enfrente, estaba vestido igual y llevaba un elegante bastón, que sostenía con las dos manos. Estaban regresando de Dusseldorf después de haber realizado la compra y Erik calculaba que estarían en casa para la hora del almuerzo.

-Tienes talento para los negocios, Peter – rompió el silencio su padre.

El jovencito lo miró, sobándose los ojos. Erik le sonreía, orgulloso de su comportamiento durante la transacción y de su predisposición para aprender.

Peter le devolvió la sonrisa y volteó hacia el paisaje. Faltaba poco para que cruzaran un puente de piedra maciza medieval, sostenido por columnas romanas, que atravesaba un río caudaloso. Pero como era impulsivo no pudo evitarlo y le planteó.

-No me interesan los negocios, papá. No al menos los tuyos, no quiero nada con el metal.

Erik rio. Peter lo miró confundido.

-¿Qué es lo que te interesa, Peter? ¿Correr, ser veloz, alguna muchacha? – preguntó con complicidad.

Peter bufó, sentía que por su tono, su padre no lo estaba tomando en serio.

Erik acomodó el bastón sobre las piernas.

-Peter, tienes diecisiete años, a tu edad yo me estaba iniciando en esto mientras trabajaba en una pescadería. ¿O era la curtiembre? – dudó -. De cualquier manera, no encontré lo que me apasionaba hasta que conseguí un empleo temporal en una herrería a los catorce, tenía tres años menos que tú. Me esforcé mientras trabajaba en otros rubros, y de ser un huérfano despreciado, mira en lo que me he convertido.

-¿Quieres decir que tengo que estar abierto para encontrar lo que me guste?

-No – refutó su padre con convicción -. Tienes que darte cuenta que te estoy dejando todo listo y no deberás pasar las penurias que yo atravesé. Ahora no te interesa pero cuando me acompañes y trabajes conmigo, verás las cosas de otro modo.

-De veras no me interesa, papá – trató de hacerlo entrar en razón -. Te esfuerzas porque te apasiona pero no es mi caso.

-Me esfuerzo porque es lo que me sacó adelante cuando no tenía ni siquiera un techo, Peter – rebatió Erik con autoridad -. Tú y tu hermana lo tuvieron todo desde que nacieron gracias a mi fortuna y a la de tu madre.

-Papá, no empieces – bufó Peter, aburrido del mismo discurso con que los sermoneaba desde niños.

Erik se inclinó y lo tomó bruscamente del brazo. Estaba enojado.

-¡Peter, por última vez te digo que no me faltes el respeto! – se dio cuenta de que lo estaba apretando mucho, y lo soltó. Peter se echó hacia atrás, sobándose el brazo -. Vas a ayudarme y te dedicarás a esto te guste o no. ¿Cómo puedes ser tan desagradecido? ¿Por qué no eres como . . .?

No quiso terminar la frase y su hijo lo hizo por él.

-Como Wanda, ¿cierto? – contestó con desdén -. La hermosa y orgullosa Wanda, la luz de tus ojos ya lo sé. Ella para ti es perfecta, yo no soy nadie.

-¡Te recordé lo del respeto, Peter!

-¡No te lo estoy faltando, padre! – gritó el joven, enfadado.

El Heredero. CherikDonde viven las historias. Descúbrelo ahora