Capítulo Ocho

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El Heredero

Capítulo Ocho

Wanda había recibido la visita de sus tres mejores amigas, las hijas de acaudalados comerciantes de Dusseldorf: Jean, Kitty y Laura. Tenían su misma edad y sus padres se relacionaban por medio de negocios. Erik tenía buen trato con los de Jean y Kitty, pero al de Laura, un viudo próspero salido de la burguesía como él, no lo tenía en gran estima y trataba de evitarlo.

El tema de las jóvenes era, obviamente, la boda de Wanda y sugerían más gastos y pompa que repercutirían en las arcas del barón. Wanda no escatimaba en gustos, si iba a casarse con "un condecito pobretón", como llamaba a David despectivamente frente a sus amigas, haría que la fiesta y su apariencia valieran su sacrificio.

Cuando las tres se marcharon, Wanda enfiló derecho al despacho de su padre para plantearle las sugerencias y reclamos de sus amigas y un sastre nuevo para su vestido.

Pero apenas quiso tocar el tema, Erik dijo con frialdad.

-Wanda, necesitamos hablar – y le indicó una silla frente al escritorio.

Wanda quedó perpleja y se sentó acomodando cada pliegue de su ropa.

-Papito, si el problema son los gastos del vestido, quiero que veas el modelo que tengo en mente – sonrió compradora -. Vas a imaginarme en él y te darás cuenta de que bien vale cada moneda que inviertas.

-No se trata de eso, hija mía – cortó Erik, echándose hacia atrás. Pensó en Charles, que le había hecho notar el daño que le estaba haciendo al criarla tan presumida -. Se trata de algo básico: vas a casarte pronto y todavía no hiciste las paces con tu prometido.

-¿Paces? – repitió sin entender -. ¿Qué paces?

Erik juntó las manos sobre el escritorio.

-Nunca te disculpaste, Wanda. Por lo tanto él sigue ofendido y no pueden casarse así.

Wanda quedó tan desorientada que sonrió. Hasta le sonaba a broma.

-No te estarás refiriendo a la noche en que me ofendió, ¿cierto?

-Él no te ofendió – refutó su padre seriamente -. Es un joven educado y correcto, no dijo ni hizo nada para enojarte, solo fuiste tú la que malinterpretó su accionar.

-¡Papá! – la joven se puso de pie, exaltada -. ¡Me llamó una persona vacía y cruel! ¡Es él quien debe pedirme disculpas!

-Reaccionó así porque lo lastimaste. Heriste sus sentimientos. No fue tu intención, lo sé, pero lo lastimaste y por eso reaccionó de esa manera.

-¿Lo estás defendiendo? – exclamó Wanda entre furiosa y sorprendida.

-Wanda, siéntate – Erik le mostró la silla -. Así no podemos dialogar.

-¡No! – se cruzó de manos y siguió de pie -. Esto no es un diálogo, esto es una reprimenda, padre. Me estás castigando.

Erik no soportó más y soltó.

-Te estoy castigando porque mereces un castigo.

La joven quedó estática, observándolo con los ojos trémulos. Se mordía el labio tan fuerte, que su padre temió que le fuera a sangrar.

-No voy a disculparme – dejó asentado con firmeza y convicción -. Si sigues insistiendo tampoco me casaré.

Erik juntó fuerzas. Tenía que mantenerse firme. Recordó que lo estaba haciendo por ella. Su hija necesitaba límites y reconocer que hería a los demás.

El Heredero. CherikDonde viven las historias. Descúbrelo ahora