Capítulo Veintitrés: Epílogo

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El Heredero

Capítulo Veintitrés: Epílogo

Habían transcurrido cuatro años y la pequeña Lorna estaba pintando con acuarelas un dibujo para regalárselo a sus padres cuando regresaran de Londres. Charles y Erik habían tenido que viajar por un mes a Gran Bretaña porque la empresa se había expandido hasta el Imperio Británico y había convertido al barón en uno de los hombres más ricos de Europa.

La niña había quedado al cuidado de sus dos hermanos mayores, Peter y David, porque su hermana Wanda ya no vivía más con ellos. Hacía tres meses que se había casado profundamente enamorada de un príncipe prusiano al que Lorna apodaba cariñosamente Vision y se había mudado al otro extremo de Alemania. Lo que no significaba que hubiera perdido contacto con su familia.

Recostada boca abajo sobre el piso de parqué, con la lengua hacia afuera, con los ojos azules concentrados en el trabajo y su extenso cabello ondulado entre verdoso y cobrizo recogido en una coleta, Lorna mezclaba los colores con el dedo y los plasmaba con el pincel en la hoja gigante. Puso por aquí un sol, por allí una flor y junto a ella un árbol cargado de frutos coloridos, después llenó el paisaje de animalitos. No eran trazados claros sino garabatos, círculos y líneas a los que ella les daba vida con su imaginación.

David entró en la sala y la encontró concentradísima en su quehacer artístico. El joven sonrió con ternura hasta que reconoció la hoja en la que su hermanita estaba pintando.

-Pete – llamó al amor de su vida con toda la suavidad y calma de las que fue capaz.

Peter se presentó en el umbral vistiendo una camisa holgada para que no le molestara el vientre hinchado de seis meses.

-¿Qué pasa? – preguntó, desperezándose. Es que a él, tan activo normalmente, el embarazo le daba sueño.

Lorna lo vio y dejó de pintar para correr a sus brazos. Extrañaba que Peter no pudiera utilizar su mutación como antes y llevarla veloz por los jardines. Charles se sorprendía de que el movimiento no la mareara y de lo bien que se llevaban los dos. La pequeña extendió las manitas y, a pesar de la barriga, su hermano la cargó y rio con ella. Lorna era liviana como una pluma y no lo incomodaba tenerla en brazos.

David comúnmente se acercaría el dúo para hacerle morisquetas a la niña, acariciarle el vientre a Peter y plantarle un beso en la boca pero ahora estaba preocupado.

-¿Tú le diste a Lorna esta hoja? – preguntó alzando la pintura todavía fresca -. ¿Te diste cuenta qué es?

Peter sacudió la cabeza y Lorna le besó la mejilla.

-No presté atención, Dave.

-Es la escritura de la compra del terreno donde nuestro padre quiere construir la nueva fábrica – soltó David casi desesperado -. Erik va a matarte.

Peter le restó importancia al asunto.

-Su escribano tiene el documento original, David – rio -. Eso es una copia. Lo sé porque lo acompañé a Dusseldorf cuando se la entregó y el escribano guardó la escritura original dentro de la caja fuerte en su despacho – suspiró -. Me equivoqué. Lo siento. No me di cuenta de que era esa copia y no tuve que habérsela dado a Lorna. Pensé que era un simple papel sin importancia por no leerlo, pero te aseguro que no hay problema.

-Igual, espero que no se enfade contigo – suspiró David, preocupado.

-No pienses en eso, amor – le sonrió Peter -. Está acostumbrado a mis travesuras desde que gateo. Si me perdonó hasta ahora, no va a enfadarse por una copia. Si frunce el ceño cuando lo descubra, voy a prometerle que viajaré a hablar con el escribano para que le haga otra.

El Heredero. CherikDonde viven las historias. Descúbrelo ahora