Capítulo Tres

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El Heredero

Capítulo Tres.

-Despierta, Charles – lo sacudió Hank con fuerza -. Despierta. Tu hijo ya se está yendo.

Con una modorra terrible, Charles bostezó y, al abrir los ojos, quedó enceguecido con la luz natural, que entraba por la ventana que su cuñado acababa de abrir. Los cerró con fuerza y se apretó la cabeza con un gemido. Tenía una jaqueca formidable y le dolía cada rincón del cuerpo. Estiró los brazos y dejó caer la chaqueta con la que David lo había cubierto la noche anterior.

-David – murmuró, sentándose a duras penas y sobándose los párpados.

-David está en sus aposentos preparándose para partir, Charles – avisó Hank. Su tono sonaba a reproche. Le costaba entender cómo un padre que se desvivía por su hijo como lo hacía su cuñado, podía ser tan irresponsable y emborracharse cuando el jovencito más lo necesitaba -. Ya desayunó y está terminando de vestirse. Tienes que despedirte de él. Tal vez sea la última vez que lo veas en mucho tiempo.

Charles estaba observando la chaqueta de David y comprendiendo que su hijo había entrado para arroparlo mientras él dormía el sueño de los beodos. También vio los vidrios y las botellas acomodados prolijamente dentro de la caja. Pensó en cuán dulce y cariñoso era el joven y recordó que estaba a punto de perderlo, probablemente para toda la vida.

Decidido, hizo un esfuerzo por levantarse pero era tal la borrachera que se desplomó en el sillón. Hank quiso ayudarlo pero Charles se resistió. Él había bebido de más y él se haría cargo. Se dio cuenta de que aunque su cuñado estaba ahí, no podía leerle la mente. Eso le ocurría cuando se emborrachaba demasiado, su poder disminuía o desaparecía el tiempo que le durase el efecto del alcohol.

Charles hizo otro esfuerzo y, esta vez, pudo permanecer de pie. Se tambaleó un poco hasta que consiguió estabilidad.

Paso a paso, avanzó y enfiló hacia los aposentos de su hijo.

David se estaba anudando el pañuelo oscuro alrededor del cuello frente a un espejo de pie. Tenía el cabello castaño oscuro revuelto y los ojos azules enrojecidos porque no los había cerrado en toda la noche. Eran demasiadas emociones juntas e intensas para procesarlas. Iba a extrañar su casa, iba a extrañar a sus tíos y, especialmente, iba a extrañar a su padre. Además lo apabullaba la idea de marcharse a otro país, con un idioma y costumbres diferentes, para casarse con una damita desconocida y convertirse en miembro de una familia de la que sabía poco y nada. Para consolarse abrió el relicario que había guardado en el bolsillo de su chaqueta. Ahí estaba en miniatura y en blanco y negro, el rostro de Wanda. Se notaba que era una joven hermosa, dos años mayor, pero tenía los labios fruncidos y la mirada desafiante. En toda su actitud se leía que era una muchacha altiva y desdeñosa.

David se preguntó si lo iba a amar o, al igual que su padre, su destino era ser abandonado pocos años después.

-Me alegra verte observándola – la voz de su progenitor lo devolvió a la realidad -. Se nota que te gusta, David, y eso me complace y alivia.

David cerró el relicario y corrió a abrazar a su padre efusivamente. Ya no iba a volver a verlo, o a escuchar sus consejos, ya no iba a poder abrazarlo más. Apretó los ojos pero no pudo evitar el llanto. Tenía miedo y estaba triste, y necesitaba más que nunca a su papá. ¿Qué haría él solo en el extranjero sin la compañía y ayuda de su padre? Los dos se necesitaban el uno al otro.

Charles todavía no podía leerlo pero sentía cómo temblaba en sus brazos y oía sus hipidos. Él también cerró los ojos para no llorar. Estaba a punto de perder a su único hijo para siempre. ¿Tanto valía Westchester para entregar a su pequeño a un destino incierto? Pero también se planteaba qué sería de David si permanecía con él, un borracho sin cura, en un castillo venido a menos, sin una moneda y solo el pasado de alcurnia de su familia.

El Heredero. CherikDonde viven las historias. Descúbrelo ahora