Capítulo Catorce

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El Heredero

Capítulo Catorce

Erik estaba lívido y se contenía mordiéndose el labio inferior. Ya casi le brotaba sangre. El mayordomo pasó junto a él.

-Dile a la señorita Frost que se acerque más tarde a mi sala de recepción de visitas. Quiero hablar con ella en privado – le ordenó -. Pase lo que pase, no permitas que ni ella ni el señor Shaw dejen esta casa.

-Sí, señor.

Erik le pasó la tarjeta de Stryker.

-Envía a alguien a Dusseldorf de inmediato a esta dirección y que regrese con el coronel Stryker.

El mayordomo asintió y guardó la tarjeta en su bolsillo.

Erik respiró profundo para calmarse y se volvió hacia Charles, que no le había prestado atención porque estaba focalizado en Moira.

-Charles – lo llamó suavemente. El conde recién volvió en sí -. Seguiremos con nuestra plática más tarde – Emma lo vio y le alzó la mano con una sonrisita compradora. Erik no le respondió -. Me prepararé para tener una conversación con esta gente. Nos vemos luego.

-Erik, ¿quiénes son? – preguntó Charles intrigado.

-Gente que se marchará tan pronto arregle cuentas con ellos. ¿Conoces a esa mujer? – le señaló a Moira. Sus indeseados visitantes se les estaban acercando.

-Sí – dudó el conde pero quería serle sincero -. Ella es . . .

-Debe ser la nueva conquista de ese hijo de su madre – lo interrumpió Erik y se marchó para no saludarlos.

Charles permaneció en la entrada todavía anonadado. Sin darse cuenta, se apoyó la mano sobre el vientre de manera protectora. Emma pasó a su lado y lo estudió con aire desdeñoso. El conde sintió una molestia ligera en la mente y sacudió la cabeza. Emma le sonrió con sorna y siguió su camino.

Detrás subía los escalones Moira del brazo de Shaw. Reconoció a su exesposo y soltó a Sebastian para acercarse rápidamente al conde. Charles la observó de pies a cabeza. Se mantenía igual: su cabello lacio color caoba, sus ojos chispeantes y su silueta fina. Sus facciones eran las mismas aunque se notaban cansadas por su vida disoluta.

-¡Charles! – exclamó con una sonrisa de oreja a oreja y alzó su vestido para subir más rápido -. ¡No puedo creerlo! Tú aquí. Pensé que David había venido solo.

Charles quedó sorprendido.

-¿Sabías que David estaba aquí?

-¡Claro que sí! – la mujer rio y le besó la mejilla con una conducta inapropiada para una dama. El conde quiso echarse hacia atrás pero la formalidad y caballerosidad victorianas lo obligaron a no hacerla a un lado y recibir el beso -. En todo el Imperio Alemán se habla de esta boda, bueno, no en todo, solo en este ducado y como Emma y Sebastian son de por aquí y conocen al barón, me invitaron a asistir – lo miró a los ojos sin perder el entusiasmo. Charles se mantenía tieso como estatua y con el ceño fruncido. No la quería allí a su lado, y, menos, en la casa de Erik -. Te ves igual. ¿Quién lo diría? ¿Cuántos años pasaron?

-Catorce – contestó Charles seco.

-Cierto – Moira se encogió de hombros -. Me dijeron que David tiene quince ya.

-¿No te acuerdas la edad de tu hijo? – le recriminó el conde.

Moira suspiró.

-Pasó tanto tiempo, hay tanto para contar – sonrió ensoñadora -. ¿Qué me dices si entramos y nos ponemos al día?

El Heredero. CherikDonde viven las historias. Descúbrelo ahora