Capítulo Diez

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El Heredero

Capítulo Diez

Erik ansiaba hacerle el amor pero no sabía cómo proponérselo. Nunca antes había estado con un hombre, ni jamás en su vida había besado a uno pero Charles era especial, era único para él. Durante la fogosidad de los besos y las caricias que se entregaban, Erik sentía que su miembro se encendía y todo su cuerpo le pedía penetrarlo. Se contenía con mucha fuerza de voluntad pero sentía que cada vez le costaba más conseguirlo.

Por eso se lo propuso cinco días después del primer beso. Estaban en una sala donde sabían que nadie los iba a interrumpir, comiéndose a besos en el sofá. Además Erik le había echado llave a la puerta. Para su alegría, Charles le confesó que sentía lo mismo, que los besos ardientes le provocaban erecciones y ansiaba tener al barón en su interior. Era algo nuevo y diferente porque nadie antes le había provocado el deseo de ser penetrado.

Los dos acordaron que esa misma noche se amarían en la recámara de Charles, por la madrugada y en el mayor de los secretos. Charles rio diciendo que parecían adolescentes enamorados a escondidas de sus padres. Erik respondió a su broma con un beso corto y ardiente.

-Esta noche será – recordó el barón para dejarlo asentado.

-Estaré preparado esperándote – mientras lo decía, Charles no dejaba de reír -. Espera, Erik – se puso serio -. En cuanto a la penetración . . .

-Si tienes dudas no lo haremos – dejó en claro el barón -. Lo último que quiero es lastimarte.

-Sé que hay pomadas para lubricar – explicó -. Son cremas muy comunes en – calló con vergüenza.

-En los burdeles, supongo – terminó Erik. Charles asintió avergonzado de su pasado. Pensaba en esas noches frías y vacías cuando se entregaba a mujeres por dinero para olvidar a Moira. Pero Erik le sonrió condescendiente -. No tienes que avergonzarte de tu pasado, Charles. Yo estoy aquí, en tu presente.

Charles lo besó con más pasión aun y sus temores se evaporaron.

Esa misma tarde, Erik viajó a Dusseldorf para conseguir el lubricante. No quería que faltara nada para el encuentro y lo que más le preocupaba era que Charles gozara con el menor dolor posible. De regreso, dentro del coche, abrió el recipiente y lo olió con curiosidad. Sabía a almendras.

Esa noche, en la madrugada, cuando las luces estaban apagadas y todos dormían, Erik se dirigió descalzo y sigiloso, con una vela en la mano, a los aposentos del conde. Charles lo estaba esperando ansioso. Había preparado su recámara llenándola de candelabros para iluminarla a pleno y había retirado las cobijas para que pudieran acostarse rápido.

Los dos se detuvieron frente a la cortina corrida de la ventana del dormitorio. Se miraron a los ojos, cómplices, y se sonrieron. Estaban a punto de entregarse el uno al otro. Erik comenzó a desabotonarle el chaleco uno por uno, botón por botón. Charles quedó en suspenso hasta que llevó las manos hacia el cinturón de su amante para desabrochárselo.

Erik lo observó sonriendo complacido con su iniciativa. Charles lo miró y perdiéndose en sus ojos, alejó sin querer las manos del cinto. El barón se las volvió a apoyar incentivándolo a que continuara.

Una vez que terminó con el chaleco, Erik le estiró los brazos hacia el techo para despojarlo de la camisa. Charles dejó que se la quitara y le retiró el cinturón y le bajó los pantalones. Se notaba su erección a través de los calzoncillos. El conde sonrió con complicidad y se los bajó también, dejando el miembro erecto del barón al descubierto.

El Heredero. CherikDonde viven las historias. Descúbrelo ahora