Capítulo 3
Tomó su mano, la sostuvo en el aire y jugó con ella haciendo ademanes gráciles, luego la apretó contra su rostro y pensó que no tenía pulso. «Hierba mala nunca muere». Palermo examinó a su amigo con curiosidad intentando avizorar el detalle que le haría comprender la situación de Romero. Aunque no necesitaba ser un detective adiestrado para darse cuenta del miedo que sentía, se podía olfatear a distancia.
«¿No ibas a salir con ella hoy?», le preguntó.
«Eso me temo», contestó.
«¿Cuál es el problema entonces?». «Hiciste hasta lo imposible para invitarla a salir y acercarte a ella ¿y ahora te echas atrás?»
«Es complicado», dijo. «La diferencia de edades es de ocho años».
Supo su nombre, se lo había preguntado cuando la encontró en una convención a la cual asistió con Palermo y sus demás amigos. Estaba en un stand junto con otras jóvenes repartiendo libros de bolsillo. Palermo, quien la conocía solamente por la fidelidad de los retratos de Romero sintió por qué los había quemado. Aquella sonrisa era única. Romero se perdió entre la muchedumbre y casi movido por un pálpito incomprensible se dio de bruces con ella, quien se sorprendió al verlo. «¿Qué haces por aquí?», preguntó con un aire pícaro. Romero se sintió en el deber de ser él quien debía conducir la conversación. «Tuve que venir hasta aquí solamente para saber tu nombre». Ella sonrió y se acercó a él. Le susurró el nombre al oído. Romero, sacudido por tal acto, trastabilló y estuvo a punto de caer de la torre de su repentina confianza pero se aferró con determinación de algunos peldaños.
«Bonito nombre», la halagó. «Aunque puede ser algo contraproducente, ¿nunca te han dicho "Chuleta" por molestarte?». Ella rió entrecerrando los ojos y llevándose la mano para ocultar su sonrisa.
«Claro, muchacho, todo el tiempo, a veces hasta yo soy quien me presento como "Chuleta" para evitar darles la primicia».
«¿Te parezco un muchacho?, tengo 20 años...»
«Ja, ja, ja no lo digo por tu apariencia, lo digo por tu forma de comportarte, pareces un niño a veces»
Palermo se acercó y Romero los presentó:
«Palermo, esta es nuestra amiga de los cómics, Chuleta»
«Un gusto», dijo ella.
«¿Chuleta?», preguntó Palermo.
«Sí», dijo Romero. «Es por su nombre, rima con chuleta...»
«Oh, ya veo el chiste... Un gusto Chuleta, iré a ver... algo muy alejado de aquí y me perderé por ¿cinco minutos?», dijo dirigiéndose a Romero.
«¡Diez!», exclamó Romero. «¡No, mejor 15!».
Romero se desperezó mientras Palermo hacía el desayuno. «Será un largo día». Palermo no entendía por qué remando tanto se decidía a morir en la orilla. Consiguió su propósito, logró ganarle al rechazo, para eso debió transcurrir mucho tiempo, pero el resultado fue más que positivo, la hermosa chica ya había aceptado. Tenía confianza en su mejor amigo, no porque este fuera un galán experimentado, por el contrario, el nerviosismo era lo primero que saltaba a la retina si le echabas un vistazo a Romero, sino porque los sentimientos que tenía eran sinceros. Romero soñaba día y noche con ella, la veía en el desayuno dibujada en el café y mientras caminaba las nubes esbozaban su perfil de sirena en el cielo y el ruido de la voz áspera de sus jefes le cantaban su nombre y el tono del ruido del tráfico de la ciudad no era más que los arpegios que acompañaban a la canción de sus ojos iluminados.
Romero desayunó junto con Palermo, en su memoria aún retumbaban sus palabras. «Es difícil de explicarlo, pero no puedo salir con nadie en este momento, me pareces un chico dulce, lo siento mucho».