Capítulo 7
Romero soñó aquel día con Chuleta. Se despertó con el impulso de volverse a dormir para continuar con la escena. Todo fue perfecto en su mundo, Chuleta era la mujer que esperaba, la que le importaba tanto como para invadirle el subconsciente. Y todo fue mágico en su mundo. Aparece en un día cálido, sujeta a la continuidad de la evolución, sosteniendo un paraguas para la lluvia. Romero no lo requería. «No necesito de esos artefactos, si cae la lluvia me empapo en ella, no hay cosa mejor». Y Chuleta arrojando el paraguas, lo toma del rostro y lo besa. A Romero le explota la vida. Las nubes se tiñen de sentimiento, está cimentado sobre la aurora, experimentando el roce del cielo con sus labios. Queda despojado del dolor, cualquier miedo queda exento de su ser, excepto el de acabar este suceso onírico. Sus brazos toman la espalda del deseo y nunca habría pedido que la memoria le falle, porque su cuerpo moldeó su silueta con la precisión de un escultor. Los paisajes de fondo cambian, la luz se dispersa por todos los confines del universo y sus ojos que no ven, solo sienten. «No te propagues como el aire, no estés en todos lados, no sueñes con lamentos, no sirvas a nadie, no tomes solo lo permitido, no me dejes soñando». Chuleta, mordiéndose los labios también habló: «Dime que solo me quieres a mí y al viento, dime que me harás feliz y que olvidaré el dolor por amarte en silencio, a puro grito soterrado, dime que no me olvidarás por más que te oculte mi amor, dime que necesitas de mí para respirar, dime que eres fuego que abraza, dime que crecerás en la jaula de mi amor y que serás libre luego de lanzarte al aire, dime que el amor solo existe si estoy yo en la ecuación, dime que me amas sin problemas ni orgullo, dime que soy tu amor desde el pie hasta el alma». Tiene ganas obviamente, de reír, llorar, gritar y volverse loco. Curiosamente se siente así, desde que alguien conoce al amor de su vida, imaginarse sin esa persona es un mal ejercicio para la mente. Pero es también dañino para la salud. Quiere reír por siempre, a su lado, dejar que se le rebalse el cariño en un torrente más inmenso que el diluvio universal, eliminando los fantasmas de una vida sacudida por la marea.
Romero despierta y se encuentra en su habitación, solo y acostado en una cama en la cual podría caber una persona más. «¿Qué estará haciendo a esta hora mi linda y dulce Chuleta?». El corazón latiendo a mil por hora, estaba perceptiblemente agitado, tanto que las piernas trémulas lo depositan de rodilla al suelo. Se puso de pie con cuidado, verse en aquella situación le causó gracia. Tomó su cepillo de dientes, el agua lo despertó completamente. Esta noche vería a Chuleta y posiblemente no habría más noches para verla si todo sale mal. Había luchado constantemente para acceder a una cita; Chuleta le había dado largas en cada ocasión, con una excusa diferente aunque últimamente no había cambiado de discurso. No dijo nada cuando Chuleta le canceló a último momento alegando una «visita familiar de última hora» y Romero no quiso cuestionarla. Aunque sospechaba que no revelaba la verdad. Todos mienten de vez en cuando, pero prefería la verdad, sea lo dolorosa que fuere.
Pasó días preparando la salida, desde cómo saludaría hasta lo que debería decir en cualquier situación que se presentase para no dar acceso a alguna mala improvisación y echar a perder la cita. Chuleta llegó, tan linda como se esperaba Romero, incluso aún más de lo que su corta imaginación llegase a construir.
«Hola», dijo Chuleta. «Te ves bien».
«Me gustas tanto que no sé si dejé de ser yo para ser alguien que solo piensa en ti. Y si soy esa persona deberías dejarla ser así, te quiero y siento que estás hecha para mí y si no lo estás, quisiera que seas alguien que acepte a una persona que está hecha para amarte. No me malentiendas, no estoy loco, solo estoy embobado, extasiado, encariñado, y perdido en tus ojos y tu sonrisa. Sueno ilógico, lo sé; que soy un idiota, tal vez; no me malentiendas, dentro de todo este revoltijo de palabras estoy nervioso porque quiero que sea una ocasión perfecta porque he planeado todo para ti esta noche porque te lo mereces, mereces que te quieran como yo te quiero».
Chuleta, esta vez, no supo qué responder.