Walkiria hizo que recordara una canción. Apenas hube aceptado su ayuda, un sonido se fue tejiendo en mi espina dorsal, se tejió de venas y arterias y compases y golpes de lira cocinados a lento fogón. Estuvo sonando en mi memoria incluso allende su recuerdo. Era una mujer colosal, un mastodonte magnificente que arremetió con su duro lomo sobre mi macilenta manera de ver la vida. Aún me hace trizas el alma poder pensar en ella. Sus manos sostienen el universo, seguramente, ¿qué hará toda esa humanidad en los momentos cuando quiere ser mortal? Mi mejor amigo me sugirió ir un par de veces más para purificarme del mal de amores y luego seguir con lo que tenía pensado. Sirena aguardaba por mí, tal vez. Si tuviera esa certeza estaría con el alma rota por irme con la mujer del mundo. Yo era feliz con Sirena, siempre y cuando Sirena estuviera feliz conmigo, de lo contrario la canción que escuchaba en su momento cuando nos besábamos y que escuchaba en cada momento de mi existencia se habría esfumado, difuminado de mi mente, pero allí seguía. Quien no seguía allí era la musa, la chica más bella de la faz del universo, la mujer de mis sueños. Walkiria no es el centro del universo, Walkiria es un ser horrendo, porque solo alguien que perturbe tu mente con tal golpe exagerado de belleza debe ser un alma verdaderamente atormentada. Jamás quisiera cruzarme con aquella beldad, sus ojos ya verán los míos otra vez, su cuerpo no será pan de mi dieta jamás de los jamases, aquel triángulo de gloria no me tentará nunca nuevamente para que me acerque a idolatrarlo. Quiero ser un hombre libre de espejismos.
Busqué a Sirena a su casa, me dijeron que espere, su madre me lanzó una mirada cuando su padre no me mataba con los ojos. La vi en otro lugar, tal y como me dijo secretamente, ella estaba ahí, mi Sirena. Entonces la vi lejana, en otro pueblo, otra ciudad, abismal era la distancia, Júpiter me quedaba más cercano. Los ojos cristalinos porque quería llorar, la abracé, le besé las manos, las mejillas, los ojos, la boca. Ella correspondió, todo era feliz, hasta que todo se volvió infeliz. Me dijo que se debía ir con sus padres a Londres. ¿Why London? Estudiaré allá. Además mi padre no quiere que tenga novios por ahora porque debo dedicarme a mi carrera. Yo te quise como a ningún otro pero, mis logros académicos son primero. El amor va y viene, el sexo es un placer imperecedero, las oportunidades se deben tomar cuando se presentan. Hoy es el día de decirte adiós, te quiero con toda mi alma, te quiero.
Yo dejé de escuchar, no sé cómo terminó su explicación, estábamos los dos solos, su madre vendría a recogerla en algún tiempo. Un estallido, una conmoción, un shock sistémico, una pedrada en los más hondo. El corazón se me cayó, no sin antes seguir el camino que dejaron mis lágrimas. mis ojos veían sombras, veían luces, formas que se desvanecían a mi alrededor. Quiero besarte, le dije, quiero un último beso, no dije más, la besé, Sirena, llorando me besó, nuestros llantos se combinaron, pero siempre yo tuve más pena, yo fui el culpable de esta desventura. La bestia que llevaba dentro apareció nuevamente, mis manos se posaron en su cuello, mi ojos veían el hermoso rostro de Sirena mientras me besaba, fueron testigos de cómo fue demudando tras la presión de mis manos sobre su cuello, esta vez no se detuvieron. El dolor que sentía en el corazón respondido con un acto execrable, pero no pude liberarme. Ni siquiera cuando sus ojos se tornaron bermejos. Intentando zafarse, me abofeteó tres o cuatro veces, me picó un ojo, pero me encaramé hacia ella y quedé encima mientras se retorcía. No puedo describir aquel placer, aquella sensación que saborearon mis manos, fue incluso más satisfactorio que el maravilloso tacto de sus besos.
Cuando dejó de moverse supe que la vida ya no tenía sentido, estuve muy triste. Quise llorar y reía a la vez, quise acostarme a su lado y abrazarla para siempre, ahora que su cuerpo está por última vez a mi lado, ¿a dónde habrá ido su amor? Estuve por unos minutos observando su agradable figura tendida y callada, inerte, sin mayor motivación. Los pasos distantes se volvieron duros golpes hasta que vino su padre. Me había imaginado la excusa para su esposa, pero no para él.
Algún tiempo después yo imitaba a Sirena, tendido en el piso mientras me golpeaban con extremada furia el rostro, sentía el sabor de mi propia sangre en mi boca y ni siquiera la pude tragar. Tres golpes después no podía ver con mi ojo derecho, mientras que el sano registraba movimientos que mi mandíbula recepcionaba sin mayor objeción, todo estaba por acabar, la música de mi mente se perdía, el canto de Sirena se desvanecía hasta no ser más que solo silencio sepulcral.
FIN