O
¿Podremos ser felices? Un muchacho suicida, envuelto en mil pensamientos negativos que lo convierten en el ser más turbio que he conocido. Se esconde detrás de una máscara de realismo, escudándose porque las cosas le suceden solo a él, y no cosas malas, pura mierda bendita, caída del cielo. Por eso dejó de creer, estás hecho infierno. Secretamente te odio por darte por vencido. Debiste haberme esperado, aunque estuvieras solo y creyeras que jamás llegaría alguien a tu vida y pensaras que todo para nada iría mejor y te estuvieras muriendo en cuerpo y alma. Deberías haberme esperado, aunque no tuvieras consciencia del futuro porque esperas siempre lo peor. Secretamente te odio por ser débil y hastiarte de la vida que tanto daño te ha hecho. A mí me negaron del festín de la vida y sigo sobreviviendo de migajas que encuentro para saciar el vacío. Tengo esperanzas de que remontaré en algún momento, como aquella ruleta rusa en la que se empieza a caer y que en cierto punto empieza a escalar. Te odio un poco menos cuando quieres verme de frente y me rechazas la mirada, como si algo escondieras, pero me parece tierno e infantil, quieres decirme algo que no te atreves y en esa lucha de sentimientos valoro la intención. Estamos solos en esto, somos cómplices de nuestras neurosis que pueden rivalizar o combinarse para funcionar como un aliciente o un veneno muy poderoso. Te quiero por lo que dices, y me apena que hayas muerto en vida. Tu triste cadáver se ha despojado de toda humanidad. Te quiero por cómo masticas el sabor amargo de la amapola, como si estuvieras acostumbrado a la derrota y te regocijas en paladear el sedimento terrenal de una ironía. Hay más cosas por las cuales amarte y odiarte, porque ante todo eres una paradoja viviente. Te morías y no estabas arrepentido, mientras esperaste la hora, yo, presente en cuerpo y alma evidencié el emplazamiento de tu deceso. Vi cómo llegó el duendecillo gigante del cielo subterráneo quien te tomó por el cuello y te susurró al tímpano algo que no logro comprender, una bravata más allá de mi intelecto simple, vi cómo te zamaqueó violentamente por la galaxia con su mano huesuda llena de venas cuneiformes y estiradas. Era imposible intervenir en la naturaleza de las cosas; era como ver una pintura moverse y siendo pintada al mismo tiempo, la vida es una imagen constante de cándidos colores y sensaciones cortas. Todo se va, jamás regresa y si regresa no es lo mismo, el tiempo logra curar o empeorar las cosas, pero nunca será lo mismo. El tiempo reinaba en tu ámbito corpóreo, te deshacían los minutos como termitas. A tres cuartos de presencia decidí que era arbitrario el acto y corrí hacia ti con la velocidad de una gacela. Grité con tanta rabia que estallaron mis lamentos en tibias gotas de fuego. Se volvió hacia mí con su rostro invicto, yo no tuve miedo al tenerla de frente. Prefería ver la cara de la muerte que la del olvido. No te olvidaré jamás. Fuiste el mejor amigo que jamás tuve en vida y en muerte me ensañaste que se debe batallar aunque se haya perdido el alma, y te amo con la violencia del fin del mundo. Y por fin, pude llorar con lágrimas dulces, la muerte me tocó el rostro. El tacto pétreo me noqueó el sistema nervioso, pero formé un río con lava húmeda de tanta desdicha que ella se apiadó y nos mató a los dos juntos, como ciertas emociones de nuestros labios. Desde aquel día, erramos en el sinfín de la vida, muertos y juntos, viviendo los avatares de una muerte vívida.
FIN