Quizá dejé que la libido hablara por mí a través de mi cuerpo, no pude controlar mis manos, su cuello tan frágil fue agredido con gran sorpresa, por una mano amiga que antes le ofrecía protección. Esta vez cruzó una línea sin inmutarse. Muy a mi pesar, habiéndome visto desde otra perspectiva y juzgando mi actuar como improcedente, sentía un ligero temblor en el cuerpo cuando rememoraba esa ocasión infausta. Yo jamás agrediría a una mujer, créanmelo. Tengo una madre a quien amo y mucho valor para protegerla de todo y todos, y haría lo mismo con cualquier mujer que se vea puesta en peligro. Explicar por qué mis manos no dejaron de asfixiarla hasta cuando ella estuviera a punto de desfallecer es una tarea titánica para mí, porque desde todo punto de vista me encuentro de bruces con una sombra con la cual no quiero enfrentarme. He llamado a Sirena para pedirle disculpas en innumerables ocasiones. Su voz suena lánguida y a la defensiva, responde monosilábicamente, creo que su amor por mí se ha esfumado como una vana ilusión. Pero esta vez la culpa es mía y ante esta soledad momentánea recibí el consejo de uno de mis mejore amigos. Me recomendó la compañía de Walkiria, ella es capaz de sazonar las penas con polvos mágicos. Tuve una incertidumbre inquietante durante una semana, pero el trato con Sirena era cada vez más cortante y frío, difusamente podía adivinar lo que pensaba. Su odio era un hecho a pesar de todas mis disculpas, todas las flores que le envié, las cartas que le escribí, los mensajes que le mandé. No me contestaba de ninguna forma. Entonces fui donde la Walkiria una tarde de marzo. Los rumores hablaban de ella como un ser sobrenatural. Era tanta su fama que incluso hombres prósperos perdieron la cabeza por sus artes. Yo no estaba tan cómodo, pero cuando mi amigo me la presentó supe, como si las noticias corrieran por todas mis venas, que lo murmurado, dicho e inventado a grandes escalas, era verdad.