El día de San Valentín estaba a la vuelta de la esquina, siempre escuché que este día los restaurantes y hoteles se repletaban sin el menor esfuerzo. La idea de hacer mía a Sirena no se apartaba de mi mente y tal vez este era el día indicado. Por supuesto que yo debería ser un galán y hacer la noche muy especial para ella. Eso conllevaría a que su amor por mí la aleje de esa idea absurda de esconderse del sexo para darme el regalo más maravilloso de la faz de la tierra. No voy a mentir, hice planes y estos se llevaron a la perfección. Incluso agregué una cuota de alcohol para favorecer mi recorrido hacia el estrellato. Estuve un poco ebrio pero aún recuerdo todo, cada caricia antes de la insinuación, sus ojos cerrados y su rostro bailando junto con el mío. Yo le dije te amo por primera vez, y correspondió a mi amor. Estas palabras salieron tan limpias y destellantes que mi memoria colapsa al traer esta imagen. Es la luz que suele guiarme en este camino de oscuridad. Quise abrazarla por siempre, presionar su cuerpo con mucha fuerza. Tuve una erección mientras nos besábamos, esta vez ella se dio cuenta y no rehusó el leve roce del bulto que asomaba hacia ella. Quiero hacerte el amor, le dije, hoy y siempre y para siempre, en esta calle, frente a esta puerta, con mis sentidos alertas en cada vibración de tu ser, quiero escuchar tus latidos mientras te hago mía y beberme tu saliva como si fuera un elixir. Déjame complacerte, quiero ir más allá contigo, iremos de la mano juntos hacia el placer. Tengo infinitas ganas de saborear tu cuerpo inmensamente hermoso.
Y seguí besándola como un condenado a muerte que se despide. Quizá fue mi febril pasión lo que la motivó a tocarme, fue ella esta vez quien tomó la iniciativa. No quise quedarme atrás y me dejé llevar por este juego perverso. Había poca gente alrededor, inconsciente de nuestra existencia, ellos estaban en sus mundos mientras que yo escalaba el cielo. Toqué sus pechos, los hice parte de mis manos, los invité a danzar conmigo. Oprimí una mano en su cuello para besarla, ella luego de unos segundos tosió asfixiada. ¿Por qué me ahorcas?, indagó. Había visto este acto en las películas, el hombre en reiteradas veces coge a su mujer por el cuello y ella, sumisa y excitada, gime de placer. Mi intención fue emular a las películas, solo eso. A la siguiente no uses tanta energía, solo bastaba poner tu mano alrededor de mi cuello y no me ahogaba. Llévame a mi casa.
Fue así como arruiné una noche que pudo ser la mejor de mi vida.