Confesiones

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—Liliana, sí viniste —dije entusiasmado.
—Sí, ¿creíste que no lo haría?
—No viniste durante toda la semana, pensé que tampoco hoy.
—Sólo para meter un poco de suspenso, jaja. Creo que funcionó.
—Oh claro, bueno, creo que es hora.
—Sí, no queremos que se nos haga tarde esta vez.
—Madeline, nos vemos —me despedí a lo lejos—. Realmente tengo una gran deuda con ella.
—Adelante, hasta luego, que se diviertan —respondió amablemente—mientras nos veía como pareja de una película juvenil.

—¿Quieres ir al parque de la vez pasada?
—Si no me equivoco, hay un pequeño bosque a unos 20 minutos de aquí caminando, sería un mejor espacio, ¿no crees?
—Será mejor.

Caminamos en dirección al bosque que afortunadamente no era errónea, mientras veíamos a las personas avanzar en dirección contraria y ver más espacios verdes entre nuestras platicas absurdas pero entretenidas para nosotros.
¿Quién lo diría?
Al parecer ahora el entusiasta era yo.

—Bueno, creo que podríamos continuar con lo que dejamos la última vez —fue lo que Liliana propuso.
—Está bien.

De igual forma que la vez pasada, caminabamos en círculos sin un rumbo fijo.

—Cuéntame, ¿qué es lo que más te gusta hacer?
—No creo estar muy seguro, pero me gusta ver la luna de vez en cuando.
—¿De verdad?, a mí también.
—Ella siempre está ahí, acompañándote aunque pienses que estás solo.
—Entiendo, es quien puede acompañarte en consuelo.
—¿Y tú?
—Me gusta bailar, aunque creo que no soy muy buena para eso.
—¿Por qué lo dices?
—Bueno, realmente no lo sé de manera formal, sólo trato de sentir la música y dejarme llevar.
—¿Dejarte llevar?
—Sí, es algo que de vez en cuando deberíamos de hacer.

La conversación empezó de forma amena, compartiendo un poco sobre nuestros gustos, hobbies y hasta pasiones.
Que más bien, ella contaba abiertamente sus pasiones mientras yo buscaba en mi interior para descubrir alguna.
Fuimos cambiando de tema conforme el tiempo avanzaba.

—Oye, ¿Tienes pareja? —preguntó curiosamente.
—Ahhh, no, ¿y tú?
—No, tampoco.
—¿Cómo fue que terminó tu última relación?
—Pues, ya sabes, las clásicas peleas que se presentan, teníamos ideales distintos y terminó por irse con alguien más.
—¿Aún le guardas sentimiento?
—Creo que sí, pero a secas. Simplemente espero que le vaya bien. ¿Cómo terminó la tuya?
—Es una historia triste.
—¿Por qué?
—Abraham era un chico muy lindo, muy detallista, muy atento y muy angelical, era un hombre que yo amaba con todo lo que tenía y que ponía las manos al fuego por él. Pero con el paso del tiempo se hundió en sus propios miedos y empezó a perder la cordura.
—¿A qué te refieres?
—Empezó a tener comportamientos extraños, cada vez empezaba a ahogarse en alcohol hasta que su cuerpo le permitiera resistir, se convirtió en una persona salvaje, completamente irreconocible para mí.

Traté de ayudarlo pero él sólo encogía los hombros y decía que yo estaba equivocada, que no la necesitaba.
Abraham era un compositor de música clásica, y logré percatarme en sus melodías como poco a poco se retorcía en maniáticos intervalos de sus lúgubres notas.

Con el paso del tiempo sus obras se volvían más sádicas y terroríficas, tanto así que sentía un miedo profundo de entrar e interrumpirlo, es como si alguien se hubiera salido de la partitura y se adueñase de él.
El hijo de puta que escapó de la melodía y convirtió a mi amado en un lunático.

«¿De quién se trata?»

Sentía un terrible pavor por su comportamiento cuando llegó un punto en el que confirmé, que ya no era realmente él mismo.
—¿Qué fue lo que hizo?
—Yo estaba preocupada porque no sabía nada de él desde hace días, y fui a su casa para ver cómo estaba, y me encontré con la puerta abierta, no estaba segura de lo que hacía pero decidí entrar, su sala estaba sola, subí al piso de arriba y no encontré nada, sólo tenía tirados en el piso bocetos bañados en sangre que no estoy segura de donde provenía, y el piano totalmente destruido. Hasta que entré a su recámara, y al abrir la puerta...

LilianaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora